Yía Caamaño es de esas mujeres especiales que son bellas por fuera y por dentro. Para beneplácito de los televidentes cubanos, su rostro se ha hecho habitual en la pequeña pantalla en los últimos años. Espontánea y talentosa, la actriz que interpreta a la enfermera Betty en la telenovela El rostro de los días conversa con CiberCuba sobre la experiencia que acumula en sus escasos 30 años.
Cuenta que no fue una niña inquieta a nivel físico, pero sí mental. Buscó mucho qué quería decir cuando fuera grande, qué la complementaba, en dónde iba a sentirse realizada. Yía tenía claro que no quería hacer “algo muy común, muy frecuente, muy normal”. Cuando descubrió la actuación encontró el sitio que se le acoplaba perfectamente. Entendió que ya no era necesario ser bailarina, pintora, modelo, cantante, farmacéutica, abogada, escritora, cosmonauta, karateca o policía, como aspiró, sino que, a través de sus personajes, iba a poder interpretar todas esas vidas.
Ese es el gusto que se está dando ahora mismo la joven actriz, el de soltar su imaginación y de meterse en la piel de los demás. A un artista, en palabras de Yía, lo hace la inquietud que lleva dentro. “Puede decir todo lo quiera a través del arte, por eso a mí el arte me tranquiliza. No hay ningún otro espacio donde puedas expresarte igual. Es tan abstracto, que tendrá tantas interpretaciones como personas existan. Para mí es muy importante que la gente haga con mi trabajo lo que quiera, que lo haga suyo, que lo viva a su manera. Mi tarea, que me encanta, es hacerle sentir”.
Aunque su madre baracoense la trajo para La Habana con solo 40 días de nacida, en sus nostalgias equipara a ambas ciudades. De la “hermosa, mística y rara Baracoa”, ama a la gente “encantadora, super acogedora, amable, que tiene otro tiempo de vida” y su río Miel, su playita de La Punta, su Cabacú querido, un barco hundido que dejaron los colonizadores y que ella se deleita mirando, y a toda la familia que le queda allá. “Allí todo el mundo es pariente tercero o cuarto de todo el mundo y eso lo adoro”.
La capital, por otro lado, es casi todo lo que conoce, lo que ha tenido el placer de caminar durante horas de la mano de su madre. “Yo no podría vivir fuera de aquí. He extrañado mucho cuando he viajado al extranjero a La Habana de mis sentidos, la que yo tengo en mi cabeza, la del Malecón y la cervecera, la de la gente caminando por la calle, la de los carros pitando. Soy de las que corro por 5ta. Avenida y me acuesto en los bancos a hacer ejercicios y me meto en la iglesia de 84 y 5ta. y, si el cura está dando una misa, esa escucho yo. La Habana yo la vivo plenamente”, afirma con emoción en la voz.
A Yía, además de estar con la familia, la relaja cantar en la ducha, el cuarto, la cocina, donde quiera que nadie la escuche. También lee poesía y se acuesta en un sofá a ver una serie como las humorísticas españolas o Friends porque “no me hacen pensar en los problemas, sino en lo bueno de los seres humanos”. A veces, en la noche, se sienta en el muro del Malecón a ver el mar y la gente.
Aún no es madre, pero disfruta a aquellos niños que juegan como tal, no a los que se comportan como adultos. No soporta las malcriadeces porque la educaron “muy bien” desde pequeñita. Era “una vieja de tan madura. Una vela. Me enseñaron a no tocar lo que no es mío, a no dar perretas, a no entrar sin permiso a casa de nadie”. Ahora se porta peor que antes, según confiesa riendo, a la vez que agradece “a los que se queden hasta el final y lo lean todo”.
- Has manifestado que eras una niña introvertida, sin amigos, que lloraba por no ir a la escuela, pero también que eres una mujer muy activa, que habla alto y rápido. ¿Fue la actuación lo que logró esa metamorfosis?
-Lo que me hizo desinhibirme, salirme de mi coraza, sí vino mucho por la actuación, pero esa metamorfosis del carácter surgió cuando tenía unos trece o catorce años, que me desperté un poco. A la actuación le entré todavía un poquito tímida. Se nos exige mucho a los actores que seamos sociables, espontáneos, accesibles, pero yo a veces soy penosa, me pongo nerviosa delante de los demás. La necesidad de tener que buscar trabajo yo misma me obligó prácticamente a perder la pena para hablar, gestionar, entonces sí me di cuenta de que tenía que pedir ayuda, que presentarme yo misma, relacionarme y conocer gente a la que pudiera decirle cuáles eran mis intereses. Sin embargo, todavía voy a un casting o una entrevista y me muero de la pena, como el primer día. Lo que pasa es que ahora me impongo y digo: “Lo tienes que hacer”.
- ¿Hasta dónde es importante que un actor se conozca bien a sí mismo?
-Creo que un actor debe conocerse mucho, aunque muchas de las cosas que hagamos tengan que ver con la intuición y no con el conocimiento que tenemos, con lo controlado o lo sabido. El personaje te saca a veces algo que no conocías de ti mismo, y eso es lo más bonito, lo que más sorprende. Es muy difícil en el mundo del arte sabérselo todo y creo que sería muy aburrido, le faltaría la sal, esa incertidumbre de no saber cómo será recibido tu personaje, que es lo que te hace seguir buscando, experimentando para hacerlo cada vez mejor. Cuando uno piensa que se las sabe todas no puede escuchar ni aceptar sugerencias para nutrirse de cosas que a lo mejor no se le habían ocurrido.
- ¿Cómo comprometes a la vez “el cuerpo, el intelecto y la psiquis” con tus personajes?
-Es complicado verlo por separado porque es un todo. Unido, no es tan difícil. En ningún caso pueden ir divorciado uno de otro. Uno le da rienda suelta a la imaginación y la improvisación, deja que las cosas se salgan de control un poquito, porque eso te da fluidez, organicidad, la libertad de saber que todo no está planeado, pero hay que saber encaminar el personaje hacia donde quieren tu director y tú que llegue. No se puede ser esquemático. Lo que hay que saber es a dónde estás yendo, cómo y para qué. Uno no debe decir: “Mi personaje nunca haría eso” porque las personas cambian según las circunstancias y los personajes también. Tu personaje puede llegar a hacer cuantas cosas puedas llegar a hacer tú en tu propia vida. A partir de la psiquis, uno hace o no un determinado cambio físico si el personaje lo exige. En tanto, el intelecto es la parte inteligente, lo que responde a lo que aspiro yo artísticamente, a lo que le pongo a ese personaje de mis referentes culturales porque aquí ya todo está inventado y uno se nutre de lo que se ha hecho antes. Al final, el personaje se vuelve un espíritu libre, que vive en mi cuerpo, pero no soy yo. Cuando dicen: “Corten, corten”, yo vuelvo en mí.
- Has expresado que la televisión es la cima a la que todo actor en Cuba debe llegar. ¿Basta con aparecer en ella para no pasar desapercibido?
-No basta con eso. La televisión hace popular a muchas personas, sean artistas o no, buenos o no. Es una vía importante para que el público nacional te conozca, para lanzar tu carrera, para crear un nombre. Es necesario para cualquier actor cubano llegar allí, pasar, mirar, aprender, tomar de ella, respetarla y hacerla lo mejor que uno pueda porque es donde la gente de la calle, del día a día, el de la bodega, el vecino de la esquina, te tiene a mano. La mayoría de las personas consumen televisión de otro país, pero la cubana se sigue imponiendo. Es el medio que me abrió las puertas y que me las mantiene abiertas hasta hoy. Aunque también el cine me ha recibido, es un medio menos accesible, no todo el mundo lo ve. No obstante, para mí no es suficiente el mero hecho de salir en televisión, de ser popular, sino de tener una obra consistente, un estilo que defender, una ética y una estética que se correspondan con la imagen que estamos creando como artistas. De hecho, hay casos en los que las apariciones han sido fugaces, porque no se han mantenido en una carrera que es de resistencia. Nadie ha llegado a ningún lugar sin ser constante, sin ser coherente con sus ideas, sin saber elegir qué es lo que quiere.
- Para ti las telenovelas cubanas son demasiado documentales. ¿Por qué crees que debería haber más ficción y fantasía en ellas?
-Diría más bien que son didácticas. Siento que a veces peca de eso la televisión cubana. No siempre uno tiene que estar enseñándole algo al público; la gente no necesita que le mastiques todo, ya está educada. Cuando te liberas un poco de eso, fluyes mejor, eres más libre de contar otras historias, de navegar hacia otros sectores de la imaginación, que son permisibles y que no te tienen por qué enseñar nada, sino que simplemente te hagan sentir. Pero si uno tiene que ceñirse a qué vamos a enseñar en este capítulo, a veces mutila la creación. Además, somos súper permisivos con los productos extranjeros que ponemos en la parrilla televisiva, y muy rigurosos con los nuestros. Los de afuera sí pueden ser para entretener y pasar bien un rato, pero con los cubanos somos más exigentes.
- ¿Por qué consideras que al público no solo hay que complacerlo, sino tenerlo en cuenta?
-El público es difícil de complacer, pero es lo que guía cualquier trabajo de arte. Hay que tenerlo en cuenta porque te ama, te defiende, y en parte a él nos debemos y lo representamos. Con mi Beatriz, yo soy las enfermeras de Cuba, o al menos muchas de ellas, y eso lo voy a cargar en mis espaldas con cada personaje. Pero cada obra pasa por lo que aportan los que intervienen en su realización. Hay tantas intenciones, pensamientos, miradas, que lo que se le da al público no depende de una sola persona. Uno debe tratar de hacer el arte lo más amplio posible, sin traicionarse uno mismo, pero tratando de complacer la mayor cantidad de gustos. Lo que intento hacer es no ser absoluta y encarnar a un ser humano real. Muchos dicen que los negativos son “lo mío”, pero otros me prefieren “tan linda, tan tierna” y me tratan como parte de la familia. No hay forma de tenerlos contentos a todos.
- ¿Por qué te aferras a poder hacer teatro al menos una vez al año?
-La formación que yo tengo básicamente es teatral, que es lo que ofrecen las escuelas de arte: proyección de la voz, presencia escénica, etcétera. Y a eso se le coge mucho amor. Cuando estoy en el teatro, cuya cultura se pierde cada vez más porque tampoco los teatros están en buen estado como para que mucha gente quiera ir a ellos, me siento espectacular. Hacerlo es mi forma de agradecer y resarcir a ese público que aún asiste a él porque ama tener a sus actores frente a frente, viéndolos llorar, sudar, erizarse, encabronarse, vivir y resolver lo que se presenta en un escenario donde no hay un corte. ¡Es algo que se hace con tan pocos recursos!, con cosas que uno consiguió en la casa, con otras que otro le prestó. El teatro es el Dios en la actuación, es como ir a la iglesia y rezar un Padre Nuestro. Es como la vida, en la que te levantas sin saber qué te depara, se sale de todo lo que uno planifica, estudia, prepara. El teatro es distinto todo el tiempo, te despierta cada sentido y lleva tanto sacrificio, tantas horas, que uno lo hace por pura fe y amor al arte.
- Has dicho que los actores tienen que hacer varias cosas para buscarse la vida dentro del medio. ¿Qué has tenido que hacer tú?
-Los actores somos a la vez tan necesarios y tan innecesarios, que en ocasiones no tenemos trabajo. Somos muchos y es complicado soportar eso a nivel de producciones. En esos espacios de tiempos amplios en que digamos que estás desempleado, tienes que buscarte la vida. Cuando me gradué de la Escuela Nacional de Arte, haciendo mi servicio social en Teatro El Público, debía buscar trabajo en televisión, donde no me conocían, o en el cine, donde era más desconocida aún, y mientras, tenía que mantenerme. Entonces aprendí a hacer pan y comencé a trabajar en una paladar. Hacía teatro, iba a la paladar y asistía a castings de videoclips. No tenía ni nombre ni carrera. Me pasó varias veces que, haciendo pan, con mi pañuelo blanco en la cabeza, salía en el televisor un video donde yo aparecía. Son contrastes muy fuertes que, dependiendo de cómo los mires, pueden ser divertidos o dolorosos. Sí creo que aprendes, te esfuerzas, te aferras a lo que quieres hacer, te superas y sigues para adelante. Lo he tomado como experiencia. Creo que no soy ni la primera ni la única actriz que hace algo así. Es una carrera incierta donde todo el tiempo vives asustado pensando si es el último trabajo que vas a hacer; no porque te vayas a morir, sino porque no sabes si te llamarán, si contarán contigo, si entrarás en un casting, si le interesarás al director, si tu físico se corresponderá. El caso es estar dispuesto a mantenerse para hacer lo que a uno le gusta. Del arte solamente no se puede vivir, es difícil, pero los artistas somos gente que batalla.
- Toda esa época como panadera, ¿te inculcó el gusto por la cocina?
-Aprendí a hacer pan, tartaletas, brochetas, pero, siendo totalmente franca, lo olvidé casi todo porque en el lugar que trabajaba tenían una receta de la casa con la que el pan quedaba exquisito, blandito por muchos días. Lo que sí recuerdo es que el éxito estaba en la forma de amasar porque hay que darle cariño y golpes a la masa al mismo tiempo. Me gusta experimentar en la cocina y creo que soy bastante buena en eso, aunque hoy no sé cómo repetir la receta de aquel pan. He querido tener un restaurante en el que yo misma prepare algún plato y se lo presente a los clientes. A lo mejor con el pensamiento lo que lo estoy es atrayendo un personaje así a mi vida. Muchas veces lo que sueño hacer yo, lo puedo hacer realidad con mis personajes.
- Has elogiado la dedicación de profesionales como bailarines y deportistas. ¿Crees tú en lo que se logra con sacrificio, en aquello que no se da fácilmente?
-Elogio el trabajo de los que se levantan enfocados en su día a día con un plan de vida porque creo que eso lleva un extra de sacrificio, de orden, de centrar todas las energías y todas las capacidades y todas las ganas en un mismo punto. Es una práctica budista, consagrada. Y yo sí creo mucho en lo que se logra con la constancia, con la perseverancia, con el poder de la mente y la insistencia. Aunque no digo que yo haya tenido la vida más difícil de todas, a mí nada me ha sido fácil. Para estudiar actuación, por ejemplo, me presenté tres veces en la ENA. Creo en el estudio, en la superación, en la fuerza de creer en uno mismo, de tener un sueño, de ponerte metas. De nada sirve tener una explosión de luz tremenda, cuando después todo será apagón. De nada sirve ser el destape de algo, si no te mantienes y después de eso no haces nada más, te vas o todo lo que haces es malo. No sirve brillar y después agotarse y no poder seguir. Como hacen bailarines y deportistas, yo quiero tener un compromiso diario, por año, de por vida, hasta que Dios me lo permita, con mi arte.
- También has declarado tu interés por encarnar a alguna personalidad. ¿Has pensado en quién podría ser?
-Interpretar a un personaje real es algo que me encantaría, alguien sobre quien yo no tuviera que inventarlo todo, sino del que exista alguna memoria grabada de cómo se veía, hablaba, sentía, algún contacto familiar. Querría representar, con todos mis respetos y que Dios las tenga en la gloria, a Rosita Fornés, o a Gina Cabrera. O una determinada parte de la vida de Alicia Alonso. Personalidades que yo sepa que en nuestra sociedad han dado de qué hablar, que han tenido una historia que contar desde la vida privada, y sobre las que pueda buscar, investigar cuánto nos dieron y los mitos y los chismes que las rodearon. Sería tan genial que me estaría dando el gustazo del mundo.
- ¿Qué dirías que es lo más al límite que has hecho en tu vida?
-Me puso muy al límite la Elena de En tiempos de amar, incluso en mi vida privada, porque pasaba mucho tiempo encarnando el personaje, desde tempranito hasta las ocho de la noche. Solo descansaba el sábado y no sabía si era yo o era ella. Durante ese rodaje estuve alejada de mi familia, de mi pareja. Pero también hay una película para televisión que se llama El señor del traje gris, que todavía no se ha estrenado y no sé cuándo saldrá, en la que hago de una chica super independiente que se transporta en moto por toda La Habana y yo no sabía ni montar bicicleta. Eso me exigió muchísimo. Aprendí malamente a montar bicicleta y moto en cuatro días. Las desbaratadas que me di fueron soberbias a pesar de lo mucho que me cuidaron. En esa película tengo desnudos ligeros: creo que es la segunda vez en mi carrera que tengo ese tipo de exigencia profesional, que también exige en lo personal porque tu gente quiere cuidarte, porque no ven siempre bien que vayas a exponer tu cuerpo y eso exige una tensión extra. Son cosas osadas en las que uno se mete por amor a la profesión, por arriesgarse, porque uno cree que el personaje lo lleva.
¿Qué opinas?
COMENTARArchivado en: