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Haga un esfuerzo, e imagine por un momento un país cuyo Ministro de Comercio Exterior es capaz de asegurar en televisión sin sonrojarse que "en ningún país del mundo una pequeña o mediana empresa privada exporta o importa por sus propios medios".
Vaya un poco más allá, e imagine un Estado que presenta como una "liberación" la posibilidad de que los pequeños empresarios privados, supuestamente establecidos como personas jurídicas autónomas, puedan importar a través de las mismas e ineficientes empresas estatales que fueron una de las razones por las que el empresario decidió montársela por su cuenta y pagar impuestos con tal de poder ejercer su propia iniciativa.
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Por último, revise las noticias recientes para comprobar que ese país existe: es la Cuba de hoy, y que ese ministro desvergonzado que soltó su gigantesca "guayaba" con una mezcla pareja de prepotencia e ignorancia se llama Rodrigo Malmierca, y no hay indicios de que vaya a dejar el cargo.
El pasado mes de julio, el Gobierno cubano estableció que las empresas de gestión privada estaban obligadas a hacer pasar sus exportaciones e importaciones por empresas estatales. Esta intermediación se ha convertido en el origen de una serie de desastres, que se suman a la tradicional ineficacia del sistema.
El economista Mauricio de Miranda ya explicó de manera bastante didáctica el absurdo del despropósito gubernamental: "Las PYMES deberían tener la posibilidad de acceder al comercio exterior por sí mismas, o de hacerlo a través de empresas especializadas cooperativas o privadas que podrían formarse como parte de una flexibilización generalizada de la actividad por cuenta propia o de una necesaria flexibilización de los objetos sociales de las actividades económicas 'no estatales', y también de poder hacerlo a través de empresas estatales si lo decidieran", escribió en su muro de Facebook. Otros comentaristas abundaron sobre un asunto que sigue siendo tabú en la prensa oficialista.
Uno de los problemas más graves de la economía cubana es que está sometida al imperio de la mentira oficial, el eufemismo y las medias verdades. Cada vez que un funcionario abre la boca, brota una nube de falsedades repetidas que se funden con el material gelatinoso de las buenas intenciones y el engañoso y absurdo optimismo de quien está obligado a cerrar los ojos al borde del abismo.
"Uno de los objetivos principales de esta medida y una de las acciones clave que necesitamos en Cuba es que las exportaciones crezcan, que las importaciones sean más racionales y podamos hacer encadenamientos entre todas las formas de gestión para tener mejores resultados económicos", dijo por ejemplo, Malmierca Jr. en aquella famosa edición de la Mesa Redonda. Y todos sonrieron.
El origen de ese "sí, pero no", o "no, pero sí" que suele acompañar las nuevas medidas o las reformulaciones constantes de la política económica gubernamental es, por supuesto, el triste hecho de que el "capitalismo de Estado" cubano quiere seguir manteniendo no sólo el poder sino también la apariencia del antiguo y radicalmente ineficiente socialismo. Ese territorio resbaloso es lo que también provoca que todavía algunos economistas sueñen con que Cuba podría funcionar si hace las elementales reformas que están a la vista desde hace décadas, y que ellos aconsejan una y otra vez.
Por una parte, está la propaganda y la retórica; por la otra, la Realpolitik económica de GAESA. La combinación obliga a los cubanos a soportar un régimen con algunos de los peores males, tanto del capitalismo como del socialismo.
Por ejemplo, eso de que el proceso de exportación e importación esté ahora controlado por el Estado, que ha dado sobradas muestras de ineficiencia en esta materia, parece una manera de garantizar que el viejo andamiaje de funcionarios y militares reciclados en economistas no quede fuera de los posibles ingresos que la gente que tiene que sudarla para montar una iniciativa privada en la Isla. Y un evidente estímulo a mantener las viejas prácticas corruptas que arrastra la burocracia del "import/export".
Aunque Malmierca dice que los precios de los productos a importar se definirán entre ambas partes, y que "las empresas especializadas en comercio exterior tienen mecanismos para buscar los mejores precios", en Cuba todo el mundo sabe lo que hay detrás de esas 36 empresas estatales que ahora se cuelan "a la cañona" en el proceso de contratación. A esos funcionarios no les interesa ayudar si no ganan nada.
Leía yo en Twitter el otro día este triste caso de un señor que está haciendo gestiones para importar algo a la isla con un proveedor que conoce y que le da buen precio. Ahí lo tienen, atorado, en medio de ese "largo y sinuoso camino" que es intentar que algo en Cuba funcione.
Para colmo, no te puedes ni quejar porque las "cláusulas de confidencialidad te lo impiden.
Vale la pena tomarse el tiempo de leer los comentarios al tuit de marras.
"Conozco a un campesino que lleva meses esperando para importar 5 carretillas. ¡5 carretillas comunes y corrientes! Ninguna de las importadoras a las que ha ido ha podido encontrar una oferta para él", dice uno.
Dos economistas serios, Mauricio de Miranda y Pedro Monreal, que llevan meses divulgando en las redes sociales "El-desastre-de-la-economía-cubana-explicado-a-los-niños" hablan de "la subordinación administrativa de los actores privados individuales respecto a empresas estatales que se “auto-invitaron” a un proceso de mercado" o de una "coyunda la que reproduce la ineficiencia y hay que decirlo también, puede convertirse en vía para el imperio de la corrupción".
El problema es que ninguna de esas aclaraciones son novedades para el Gobierno cubano. Ese imperio de la intermediación es, sencillamente, la única manera en que un Estado cada vez más rapaz y necesitado puede sacar lasca de la avasallada iniciativa privada de sus ciudadanos. A quienes ha dado las libertades económicas justas para evadir su fracaso, para que así sigan teniendo algo que poder arrebatarle.
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