El fallecimiento este sábado de José Antonio Arbesú Fraga, luego de "una larga y penosa enfermedad" (eufemismo habitual de la prensa oficialista para referirse al cáncer), marca tal vez el final de una era y de un tipo de personaje que fue habitual durante el siglo pasado en muchas de las embajadas cubanas.
En este típico "producto humano" del castrismo se mezclaban las habilidades y la simpatía propias de las labores diplomáticas con la cara oscura del espía dispuesto a cumplir todo tipo de misiones, desde el tráfico de armas y el fomento de la lucha armada hasta la conspiración política o las operaciones encubiertas, siempre al servicio de los intereses del régimen cubano y su odio sempiterno a los Estados Unidos.
Arbesú fue durante muchos años responsable del Departamento América del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, primero como vice, aprendiendo los gajes del oficio con el mítico Manuel "Barbarroja" Piñeiro, de quien resultó un alumno aventajado.
Arbesú Fraga nació el 21 de junio de 1940 en La Habana. Su graduación de Ciencias Políticas en la Universidad de la capital coincidió con el triunfo de la Revolucion. Desde 1959, integró un pequeño grupo de inteligencia que respondía directamente a Raúl Castro. En el año 60 ya estaba trabajando en el Ministerio de Relaciones Exteriores, y su primer cargo diplomático fue de Embajador en la Indonesia de Sukarno.
Entre 1961 y 1964 fue Subdirector y Jefe del Departamento para África del Norte y Medio Oriente del MINREX. De 1964 a 1966 se desempeñó como consejero de la Embajada de Cuba en la República Árabe Unida (la efímera fusión de Egipto y Siria); y, entre 1967-1970, consejero de la Embajada cubana en Argelia.
A partir de 1975 ocupó altos cargos en el Departamento América del Comité Central del PCC, desde donde armó clandestinamente a rebeldes en gran parte de América Central, Colombia y Chile. Él mismo viajó a Panamá en 1988 para asesorar al general Manuel Antonio Noriega sobre las formas de resistir los esfuerzos de Estados Unidos para deponerlo, que acabaron con la conocida invasión.
Un informe de la CIA sobre el entrenamiento de guerrillas y la estrategia de subversión castrista en todo el mundo, fechado en diciembre de 1986, lo define como "un veterano agente de la Inteligencia cubana" y cita sus labores secretas en Argelia (a cargo de la DGI) y como responsable de los asuntos de Norteamérica y el Caribe en el feudo de Piñeiro.
A partir de 1989 y hasta 1992, se desempeñó como jefe de la entonces Sección de Intereses de Cuba en Washington.
En febrero de 1992, tras la destitución de Piñeiro, Arbesú fue el encargado de tomar su relevo, ahora bajo el paraguas del Departamento Internacional que dirigía Carlos Aldana, secretario ideológico del Partido.
La prensa comentó entonces que ese reemplazo significaban que Fidel Castro había abandonado oficialmente la tesis de la exportación de la revolución. La realidad es que las tareas subversivas sólo se volvieron más solapadas, sobre todo en Latinoamérica, donde diversos comicios y diálogos democráticos habían sustituido paulatinamente el fusil insurreccional.
Arbesú también integró a finales de los años 80 la delegación de Cuba en las negociaciones que llevaron a los acuerdos de Cuba con Sudáfrica y la independencia de Namibia tras la guerra de Angola.
Una manera de entender su carrera es ver quiénes lloran hoy su muerte. Están los herederos de ETA, Sortu, que le agradecen los trámites para dar cobijo en mayo de 1984 a los primeros deportados vascos. Y los independentistas de Puerto Rico, que recuerdan su estrecha vinculación con el grupo Machetero.
También fue Arbesú el encargado de negociar en 1996 con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) la liberación de un hermano del secretario general de la Organización de Estados Americanos, César Gaviria, favor que Fidel Castro guardó como carta de triunfo en su ancha manga diplomática.
Una de sus últimas operaciones fue en México, en el 2004, durante la presidencia de Vicente Fox, cuando acabó expulsado por intervenir en los asuntos internos de ese país.
De acuerdo con el comunicado oficial mexicano, Arbesú y Pedro Miguel Lobaina, con la intervención del "consejero político" de la Embajada, Orlando Silva Fors, "trataron en territorio nacional, fuera del marco institucional y de los procedimientos que se establecen en los acuerdos y tratados vigentes entre ambos Estados, asuntos que en todo caso deben desahogarse por la vía diplomática". Era una manera elegante de aludir a un complot en toda regla, en uno de los países que siempre fueron prioridad para la inteligencia cubana.
En el medio estaba el empresario mexicano Carlos Ahumada, detenido en Cuba y deportado luego a México. Fox se indignó, pero la Seguridad del Estado, precavida, había filmado entes de la deportación un video, divulgado por el entonces canciller Felipe Pérez Roque como respuesta a la ira foxista, donde el detenido aseguraba que había negociado con el PAN la difusión de las imágenes que afectaban a López Obrador a cambio de protección legal.
Como se comprobó luego, Arbesú, Lobaina y Silva Fors se reunieron con miembros del PRD y realizaron actividades consideradas como "inaceptables" por lo que fueron expulsados del país junto con el embajador Jorge Bolaños. Hoy López Obrador es el presidente de México.
Fue uno de los raros casos donde sus tareas secretas trascendieron. Durante décadas, Arbesú fue simplemente un tipo discreto y elegante, que caía bien en todos los salones. Compartía con Fidel Castro su pasión por la pesca submarina, y le gustaba leer (sobre todo a Hemingway y libros de historia). Le tocó la época de la perestroika, el Caso Ochoa y el Periodo Especial, pero siempre se comportó como un fidelista a ultranza.
Como tantos otros diplomáticos cubanos, su única ideología era cumplir las órdenes de sus superiores y cultivar el viejo amor/odio que sentía por Estados Unidos y que se remontaba, como recordó en una ocasión, a los muñequitos de Mickey Mouse y el Pato Donald vistos en su infancia. Su gran virtud, como reconoció el antiguo Jefe de la Oficina de Intereses de EE.UU. en La Habana, Wayne Smith, era la paciencia. Sabía esperar, y tenía la astucia del viejo zorro criado a la sombra de Piñeiro.
Era también un simpático vividor, amante del buen whisky y las mujeres hermosas. Deja tres hijos, dos de su primer matrimonio, y otro que tuvo con su segunda esposa y secretaria, Julia. Todos se quedaron en Cuba durante los años que trabajó en Washington.
"Afortunadamente nadie me reconoce. Soy una no persona. Soy el hombre que nunca existió", confesó en una de las pocas entrevistas de prensa que dio en su vida.
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