La Casa Potin, de la calle O´Reilly, fue un delicatessen de La Habana fundado en el siglo XIX. Era una tienda para encontrar productos selectos de distintos lugares del mundo, como bombones, licores y frutas. No hay nada similar en el país actualmente.
En esta tienda se vendían dulces finos, bombones, licores, champagnes, vinos importados y frutas selectas nacionales y extranjeras. Era un espacio gastronómico gourmet, un "delicatessen" en toda regla.
Los delicatessen son tiendas especializadas en exquisiteces, alimentos exclusivos, exóticos y de alta calidad. Suelen ofrecer especialidades gastronómicas foráneas y nacionales. La marca más conocida de La Habana se identificaba con un dibujo singular, "el cocinerito de la Casa Potin".
La tienda se hizo memorable entre los habaneros por sus productos, en especial su pastelería francesa y confituras importadas, como los famosos Peter´s suizos, por el que los cubanos todavía nombran así a las barras de chocolate con leche.
Tenía venta de cárnicos y embutidos, panadería, confituras, pastelería, lácteos, etc. Su diversa oferta la convertía en un lugar ideal para elegir ingredientes para cenas elegantes, comidas navideñas y otras tradiciones festivas que van desapareciendo en Cuba por la perenne crisis de alimentos que vive el país desde hace décadas.
No existe en La Habana un lugar como otrora fuera la Casa Potin, de O´Reilly. Recordar que hace dos siglos lo había y que el negocio incluso se expandía con éxito por la ciudad hasta la primera mitad del siglo XX, resulta triste y a la vez revelador.
Un negocio de alimentos que se expandía
La Casa Potin, de O´Reilly, fue fundada en el siglo XIX. Su primer propietario fue Louis Brunshwing, un emigrante francés que se dedicaba a la comercialización de víveres finos y de productos farmacéuticos.
Según se indica en Las empresas de Cuba antes de 1958 (libro de Guillermo Jiménez Soler), en 1920 el local pasó a manos de Francisco Martín Echevarri, un español emigrante, natural de Navarra, que se había iniciado trabajando en el local y quien además fue dueño de la pastelería El Moderno Cubano, en la Habana Vieja.
Martín Echevarri se especializó en venta al detalle y en la comercialización de bombones y artículos exquisitos. El negocio tuvo tanto éxito que lo amplió hacia el barrio más cosmopolita de La Habana, El Vedado.
De las dos Casas Potin que tuvo La Habana, la del Vedado es la que perdura en el imaginario popular, quizás porque está en una posición privilegiada, en la intersección de Avenida Paseo y Calle Línea. Esta ubicación le permitió llegar hasta la actualidad con el mismo uso que tuvo al ser diseñada.
La cafetería-restaurante Casa Potin de El Vedado
La Casa Potin, de El Vedado, se diseñó para otro público, habaneros jóvenes en un barrio pujante que iban y venían por toda la ciudad. Pensando en ellos se creó un local amplio, moderno y fresco, con una cafetería en el portal para ver la vida en la ciudad y con un restaurante acogedor de excelente servicio.
El Potin de El Vedado estaba abierto día y noche. Los vecinos incluso aseguran que hubo épocas en que debió dar servicio casi por 24 horas y podías verlo con clientes todo el tiempo.
Este local se encuentra en el circuito de cines y salas de teatros más importante de la ciudad. Un paseo habitual de los jóvenes era ir al cine Trianón o al Rodi (Teatro Mella) y terminar la noche merendando en la cafetería bocaditos de jamón y queso con pepinillos que acompañaban con una coca cola fría, malta o ironbeer.
Estas costumbres se fueron perdiendo, cuando la oferta del Potin, en manos del Estado, llegó a ser nula y su clientela lo abandonó hasta dejarlo casi en el olvido. Recientemente una cooperativa gastronómica asumió la gestión del local y lo remodeló, pero nunca más ha estado a la altura de lo que fue.
Los helados y dulces finos de El Potin, su filete canciller y la crema Aurora, son un recuerdo de tiempos felices, que no existen más. No cambió solo la oferta gastronómica y la calidad del servicio, las décadas de crisis también modificaron a los clientes.
Los habaneros dejaron de visitar los espacios gastronómicos de su ciudad, la mayoría de la gente renunció a disfrutar de una merienda para priorizar la supervivencia y dejó para siempre de encargar selectos productos para hacer una gran cena. El cocinerito, con sus grandes ofertas, se esfumó en silencio.
La Casa Potin, de O´Reilly, no tuvo tanta suerte como el Potin de El Vedado. La antigua tienda delicatessen que se llenaba de señoras en las tardes y de jóvenes que salían de los viejos teatros en las noches habaneras quedó fuera del imaginario popular. Es otra bodega vacía, sucia y oscura, en el corazón de la Habana.
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