La Cinemateca de Cuba muda su sede para la casa donde vivió Alfredo Guevara, cita en la calle 11 entre 2 y 4 del Vedado habanero. El lugar lo inauguraron varios políticos este 20 de octubre, Día de la Cultura cubana.
Fundador de la Sociedad Nuestro Tiempo (una sociedad cultural de filiación comunista) junto a Harold Gramatges y Tomás Gutiérrez Alea a mediados de los años cincuenta, Guevara estuvo siempre involucrado en el cine como funcionario, no como creador. Después de enero de 1959, se consolidó como presidente y fundador del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), desde donde ejerció el poder de modo absoluto e influenció profundamente el cine cubano y del continente.
Su legado incluye tanto el esplendor del Nuevo Cine Latinoamericano, como la oscuridad de la represión y la censura a intelectuales, que no tuvieron con él más que diferencias personales. Secuestró obras como las de sus colegas, Fausto Canel, y fue uno de los responsables de la censura al documental PM dirigido por Sabá Cabrera Infante y Orlando Jiménez Leal en 1961 y producido por la revista Lunes de Revolución, a cargo de Guillermo Cabrera Infante.
Después de esto, el ICAIC no tardó en centralizar y monopolizar la experiencia del cine cubano, y convirtió a Alfredo Guevara en su legislador absoluto. Es, cuando mínimo, injusto, situar la institución que conserva los archivos del cine cubano en lo que fuera la casa de alguien que excluyó a cineastas sin pestañar.
Quizá por eso Miguel Díaz Canel asistió al evento, para garantizar la continuidad de una cultura de caudillismo revolucionario, de intelectuales engolados que pueden desarrollar una obra “supuestamente” de vanguardia tras vender sus lealtades políticas al autoritarismo. Tal como lo hicieron varios capos culturales cubanos entre los que se encontraban Antonio Quintana en la arquitectura, Miguel Barnet en la literatura o Alicia Alonso en la danza.
Haciéndose pasar por liberal, le regalaba una crítica sobre el dogma comunista a algún medio extranjero, al clásico estilo de Fidel Castro: “Yo no veo diferencia alguna entre un cristiano y un socialista aquí en la Tierra; en el cielo, veremos [...] ¿Cuál es la diferencia entre la organización estructural de la Iglesia y la del partido? La pregunta me hace pensar en las cruzadas y en la Revolución también, porque la Revolución es el proyecto de imponer o propagar una idea en la conciencia de un individuo o de una colectividad. Ahí está la clave de que el proyecto socialista no haya funcionado, porque una cosa es proponer una idea al otro y otra cosa es imponerse al otro”.
Guevara, que fue uno de los comunistas más connotados al interior de la alta jerarquía revolucionaria, llevaba un estilo de vida burgués. En una entrevista publicada en la revista Letras Libres demuestra esa tensión que siempre estuvo presente en su vida: “Yo quería que mi vida pudiera mirarse hacia atrás como una novela, que me pasaran muchas cosas, que viviera muchas cosas, esa era mi imaginación y pensaba que para eso había que ser o millonario o revolucionario. Decidí escoger el camino de la Revolución. Claro, también era más difícil emprender el camino de ser millonario. Lo bueno sería ser millonario y a la vez revolucionario”.
Esa dicotomía que lo hacía vivir como burgués y pasar de revolucionario, de dictador con ideas de vanguardia, de genio previsor y conservador al mismo tiempo, de represor y promotor cultural es el signo en el que se expresó la cultura revolucionaria durante mucho tiempo, que la hizo sobrevivir hasta hoy. Algo que no es digno de elogio, pero que sin duda es menos simple e inepto que un personaje como Alpidio Alonso, el actual Ministro de Cultura que también asintió a la inauguración del nuevo espacio de la cinemateca. Mientras la crisis institucional de la cultura cubana sigue avanzando, el estado insiste en fundar más instituciones que nacen muertas.
¿Qué opinas?
COMENTARArchivado en: