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Mucho antes de que Randy Arozarena se convirtiera en ombligo del béisbol mundial bajo la égida de Kevin Cash, dos inmortales pinareños lo habían conducido en el deprimido pasatiempo nacional cubano.
Luis Giraldo Casanova recuerda haberlo tenido a sus órdenes en el campeonato Sub-23 de 2014.
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“Entonces Arozarena jugaba la segunda base y yo lo ponía de primer bate”, señala el Señor Pelotero. “Era rapidísimo y flaquito, pero le pegaba duro a la pelota”.
“Ahora ha ganado mucha más complexión física. Yo lo vi en febrero cuando estuve en Estados Unidos y hablamos un rato. Le dije ‘ven acá niño, ¿cómo te va?’, y me respondió ‘Profe, ando encendido en la preparación y todavía no tengo nada seguro para estar en el equipo’. Imagínate, la competencia por los puestos estaba durísima”.
En efecto, durante el Spring Training pasado, Arozarena pegó ocho imparables en 20 turnos con impresionante línea ofensiva de .400/.586/.550.
“Lamentablemente –apunta Casanova-, no he podido ver ninguno de los juegos de la postemporada, pero sé que está bateando como le da la gana”.
La otra gloria vueltabajera que estuvo al mando del mantuano es uno de los directores más exitosos de la pelota insular, Alfonso Urquiola, quien llevó las riendas de los Vegueros en las dos únicas Series Nacionales (53 y 54) jugadas por Arozarena.
“Yo fui el que lo puso a jugar jardines a él. Había llegado del Mundial Juvenil y lo subí al equipo Pinar junto con los lanzadores Liván Moinelo y Vladimir Gutiérrez. En esos momentos se desempeñaba como camarero y era un negrito alocado y velocísimo, así que decidí mandarlo para el outfield”, apunta el Relámpago de Bahía Honda.
“Ya en esa época se veía que tenía las herramientas”, agrega el inolvidable número ‘8’. “Corría fuerte, tenía un brazo respetable y era un jugador fibroso, de esa gente que cargan mucha fuerza interna. Y fíjate si era delgado que se le daba comida doble. Ese muchacho, desde que llegó al equipo, se sabía que iba a ser pelotero. Lo único que le faltaba era sentar cabeza”.
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