La música, alma de los pueblos, trae a la memoria un tema de Pablo Milanés sobre la influencia del tiempo en la variable condición humana. Acudo al trovador de Para Vivir cuando nos dice: “Muchas veces te dije que antes de hacerlo había que pensarlo muy bien/ que a esta unión de nosotros le hacía falta carne y deseo también…”
Precisamente de eso se trata, del amor, de la carne y el deseo, al paso de 62 largos años.
En septiembre de 2018, apenas asumida su designación por el Partido Comunista (PCC) como nuevo gobernante de la nación, Miguel Díaz-Canel respondió a Patricia Villegas, directora de Telesur: “Aquí creo que no hay un espacio favorable para que haya concentración de propiedad y riqueza, a partir de las cosas que tenemos normadas y que tenemos establecidas y en la manera en que funcionamos.”
Varios significados emanan de esta simple respuesta. Raúl Castro, que heredó el poder de su hermano Fidel, escogió a Díaz-Canel como su heredero. De hecho, la última designación afincaba el nacimiento de una monarquía al más puro estilo romano.
En Roma los emperadores adoptaban mediante una ceremonia religiosa a su preferido, convirtiéndolo en el sucesor reconocido.
Volviendo al presidente puesto a dedo, al aseverar la falta de espacio favorable para concentrar propiedad y riqueza nos estaba condenando a la miseria perpetua. De paso, sus palabras demostraban la arrogancia de aquel “imperium” enarbolado desde Octavio Augusto, ejercido contra toda desavenencia: hay cosas normadas, establecidas y así funcionamos”. Tales 'cosas' imperan, es decir, quedan fuera de cualquier cuestionamiento.
Los acontecimientos se han precipitado este fin de año cuando la Seguridad del Estado allanó violentamente a los huelguistas de San Isidro. Centenares de manifestantes se juntaron frente al Ministerio de Cultura el pasado 27 de noviembre, clamando en documento público como un anhelo nacional “el derecho a tener derechos.”
Es sorprendente el desfase histórico si consideramos que tal reclamo caracterizó a las revoluciones burguesas-independentistas americanas dos siglos atrás.
La exigencia de un inmediato diálogo entre el pueblo y el Estado fue replicada con la movilización masiva de uniformados en las calles, reforzados por perros amaestrados y armas largas.
El descrédito individual y colectivo de la oposición, no importa si organizada o espontánea, se ha impuesto como norma, empleando el monopolio partidista-estatal sobre los medios de difusión, así como los espacios públicos.
Nadie escapa a la supresión de los derechos en Cuba.
Una cruzada sistemática contra los emprendedores privados viene desarrollándose durante todo el año, acompañada de confiscación, multas y procesos judiciales, cuya explicación está en los conceptos que sobre la propiedad y la riqueza enarbola el Gobierno.
La represión se ha perfeccionado, lo frecuente son detenciones arbitrarias de corta duración, repetidas hasta el esperado cansancio de las víctimas. Otra práctica común es el arresto domiciliario sin orden judicial, apostando policías de uniforme o de civil junto a la vivienda de los así condenados, cuyos movimientos quedan absolutamente a merced de los gendarmes.
La prisión prolongada es más selectiva, ejecutándose sin necesidad de proceso legal, obviando la presunción previa de inocencia, y de haber juicio será de carácter sumario, propio de un país bajo ley marcial. Derechos como un abogado desde la detención policial o el Habeas Corpus, son denegados sistemáticamente.
Cualquier manifestación contra el Gobierno clasifica automáticamente a su autor de “mercenario al servicio de los Estados Unidos de América”. La paradoja es que, desde este cercano país procede el 85% de las remesas monetarias y en especie, generadas por el trabajo productivo de dos millones y medio de cubanos, recursos equivalentes al ingreso neto número uno de la parasitaria economía nacional.
El verdadero estado de sitio de Cuba se explica por el declarado default interno y externo de la economía estatal, incapaz de resolverse si no son aplicadas esas reformas rumbo al mercado que entronizarían la aborrecida concentración de la propiedad y la riqueza.
El Consejo de Ministros, obedeciendo orientaciones del Buró Político del PCC, votadas a mano alzada con amaestrada unanimidad por los diputados de la Asamblea Nacional, saluda a los 11 millones de gladiadores cubanos cual César señalando a la arena con su pulgar.
Llega en su peor momento la unificación monetaria anunciada hace una década, dejando a los ciudadanos a merced del tradicional peso moneda nacional, ostensiblemente sobrevalorado frente al dólar, generando una galopante inflación.
Los salarios crecen de 4 a 5 veces en tanto un abultado portafolio de precios estatales multiplica entre diez y veinte las cifras actuales. Las cuentas bancarias en divisas de la población han sido intervenidas.
Sencilla aritmética, los cubanos, ni con su trabajo ni con las remesas podrán pagar el costo de esta terapia de choque, impuesta por el capricho cobarde de un gobernante que ostenta un Rolex de 28 mil dólares en su muñeca y se transporta en un Mercedes clase S de lujo.
La fotografía de Díaz-Canel juntando manos alzadas con Kim Yong-un, tercera descendencia de las dos monarquías totalitarias sobrevivientes del viejo socialismo, saludan con su estudiado cinismo el nuevo año.
Salvo de la impertérrita dirigencia norcoreana, la Plaza de la Revolución va perdiendo sus posibles aliados porque, inclusive los gobiernos autoritarios de aquellos países que reformaron el viejo socialismo, tienen ahora que respetar las reglas del mercado que han promovido su avance hacia la prosperidad.
Quien escribe jamás olvida uno de esos videos informativos de circulación limitada, emitidos por el departamento ideológico del Partido Comunista, donde Fidel Castro reafirmaba, en el pleno apogeo de la Perestroika, que defendería su revolución con todos los medios posibles, desde el convencimiento hasta la estera de los tanques.
Jamás el castrismo condenó la masacre de Tiananmen, pero entre el Caribe y las tierras del sol naciente media una enorme distancia, y no solo son kilómetros.
Habrá que ver si los bailadores de la rumba y el guaguancó, mestizos amantes de la libertad, hecha costumbre por la cultura cristiana occidental que nos une en la adversidad, estamos dispuestos a vivir esta unión sin carne y sin deseo también.
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