La muerte repentina de Lilipi

No es raro que una persona caiga al suelo y muera. Eso puede pasar en todas partes del mundo, pero cuando esas muertes se producen en un escenario donde la víctima es de piel negra y hay al menos un policía presente es noticia en todas partes del mundo. 

Luis Alberto Sánchez Valdrá, conocido como Lilipi, fallecido tras desvanecerse durante un control policial. © CiberCuba
Luis Alberto Sánchez Valdrá, conocido como Lilipi, fallecido tras desvanecerse durante un control policial. Foto © CiberCuba

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Este artículo es de hace 3 años

He seguido con interés el caso del joven Luis Alberto Sánchez Valdrá, alias Lilipi, fallecido tras supuestamente desvanecerse durante un control policial en Pinar del Río.

No es raro que una persona caiga al suelo y muera. Eso puede pasar en cualquier parte del mundo, pero cuando la víctima es de piel negra y en el escenario hay al menos un policía es noticia de portada allí donde ocurre e incluso en otras partes del mundo. Especialmente cuando hay médicos de por medio que aseguran que "algo no encaja" en la explicación oficial de lo ocurrido.


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Por eso he leído también con interés la explicación que ha dado el Ministerio del Interior de Cuba sobre los motivos y las circunstancias en que se produjo la muerte de Lilipi. En mi humilde opinión, el ejercicio de transparencia incluye errores de comunicación de bulto, que arrojan dudas razonables sobre la versión de lo sucedido, aportada por las autoridades.

Para empezar nos dicen que mientras la Policía Nacional Revolucionaria revisaba el carnet de identidad a Lilipi, éste "se cayó de sus propios pies" "de forma repentina". ¿No era más fácil y más creíble decir que se desmayó o perdió el conocimiento?

Querían dejar tan claro que el policía no lo empujó, que terminaron cubriendo con el manto de la sospecha aquello que querían aclarar. Esas dos ideas en una misma oración (caerse de sus propios pies y hacerlo de forma repentina) son letales en términos de comunicación, sobre todo cuando hablamos de una identificación policial selectiva.

Por curiosidad, ¿de qué color es la piel de las personas que estaba identificando la Policía cuando Lilipi supuestamente se desvaneció?

Pobre del policía español que se acerque a una multitud y le pida el carnet a un joven negro y éste se desvanezca y muera a raíz de la caída. No es que no pase, podría pasar, pero tenemos la certeza de que la prensa estará hablando de ello hasta esclarecer si estábamos, como mínimo, ante una redada racista o una identificación policial atendiendo exclusivamente al perfil étnico.

Según la versión oficial en Cuba, Lilipi era diabético por lo que nos animan a intuir que éste habría sufrido un aumento o un descenso de azúcar, que le habría provocado un desmayo, con tan mala suerte que se habría golpeado la cabeza en el contén de la acera y el golpe habría sido tan brutal que le habría provocado la muerte.

¿Por qué no se informó en su momento de lo ocurrido? ¿Por qué se silenció un hecho que ha corrido como la pólvora en Pinar del Río? ¿Por qué si el presunto desvanecimiento tuvo lugar en una cola y en una calle céntrica de la ciudad, sólo hay cuatro personas que dan fe de lo ocurrido? ¿Quiénes son los testigos? ¿Militan en el Partido Comunista o por el contrario tienen historial delictivo?

Todos estos ingredientes añaden dudas razonables a un suceso que pudo dejar de ser noticia el mismo día que ocurrió. Usted publica que un ciudadano se desvaneció al sufrir una crisis diabética y tuvo que ser hospitalizado. Y cuando los amigos del fallecido anuncian la noticia de la muerte, ya la opinión pública está preparada para el desenlace. Si encima, usted se pone de suerte y ningún médico repara en la autopsia, miel sobre hojuelas.

Pero esa no es la política informativa de los medios financiados por el Partido Comunista de Cuba. El aparato estatal discrimina las noticias en función de lo que esta formación política, autoproclamada única y legítima representante del pueblo, decide qué es lo que interesa o no a la gente.

De ahí, la falta de credibilidad de la prensa estatal cubana, que sigue sin entender que en medio de una escasez tremenda como la que vive hoy el país, no es ni sensato ni aconsejable sacar pecho de sobrecumplimientos de producciones ni de alternativas locas como comer clarias a la plancha, asado de cuy, fricasé de avestruz o pan con moringa. ¡Qué necesidad hay de pisar esos charcos!

No me extraña que se haya hecho viral la foto de un televisor con una jabita debajo, esperando a ver si todo el optimismo informativo del Noticiero cae por gravedad en su interior, convertido en panes y peces, como milagro divino para llenar la canasta básica de los consumidores cubanos.

Pero el caso de Lilipi plantea además dudas razonables por el descrédito de la Policía Nacional Revolucionaria y su falta de credibilidad y profesionalidad. Hemos visto demasiadas imágenes de brutalidad policial en Cuba como para creer que son hechos aislados. A estas alturas podemos hacernos una idea más o menos clara del tono y las formas del agente que requirió el carnet al joven fallecido.

Me pregunto, ¿cómo es posible que el policía no notara que Lilipi se estaba sintiendo mal por una supuesta crisis diabética?

Suponiendo que la versión oficial se ajusta a la realidad, no es descabellado pensar que el policía que le pidió el carnet a Lilipi no se molestó en mirarle a la cara cuando lo estaba identificando. Si lo hubiera hecho, quizás se habría dado cuenta de que algo no iba bien y habría dado más solidez a la explicación que, en mi opinión, no debió salir del MININT por aquello de que, en este caso, es juez y parte.

Hay que aclarar que antes de que el Ministerio del Interior publicara su nota ya había voceros del PCC hablando de ataque epiléptico en las redes sociales. Pero claro, si en el historial clínico del fallecido no hay constancia de epilepsia es demasiada coincidencia que le dé su primer ataque durante una identificación policial selectiva. Quizás por eso el MININT no menciona el motivo que provocó el desvanecimiento y sutilmente deja caer lo de la diabetes.

Sigo pensando que la explicación de lo ocurrido con Lilipi debió salir del juzgado, donde tras la correspondiente denuncia e investigación, se archiva la causa y se explica a la ciudadanía, desde el Gabinete de Comunicación del Ministerio de Justicia, los motivos del sobreseimiento, haciendo público el auto con el informe forense y el testimonio de las personas que en el momento de la "caída repentina" estaban a su lado.

Explicaciones como la aportada por el MININT en el caso de la muerte de Lilipi, en la que no aparecen por ninguna parte las condolencias del Estado por el fallecimiento "repentino" de uno de sus ciudadanos, dan mucha pena. Son una muestra más de la falta de sensibilidad de las autoridades cubanas.

Parece obvio, pero no está de más recordar que es deber de la prensa constatar que lo que ha dicho el Ministerio del Interior no es una verdad a medias o una verdad fabricada; que no nos ocultan ni nos disfrazan la información porque lo último que podría desear el MININT es que se filtre un vídeo en el que se atisbe un gesto que indujera a Lilipi a desvanecerse. Sería el fin. No habría agua en el mundo para aplacar ese incendio. A estas alturas y en estos momentos es más temerario que nunca jugar con fuego.

Es nuestro deber recordar que la prensa no está para cantar loas al gobierno de turno o lanzar mensajes de odio hacia quienes no son afines a una determinada formación política. La prensa está para informar y controlar la gestión de los que gobiernan sean del signo que sean. De ahí, el poder de los periodistas que con toda la humildad del mundo han de saber pedir disculpas cuando se producen errores involuntarios.

Nosotros estamos para solucionar problemas evitando crear otros en la búsqueda de una solución. Cuando el periodismo se convierte en propaganda, el público lo castiga enseguida. Basta con revisar los índices de audiencias de aquellos medios que se dedican al pancartismo, sean del signo que sean.

Al final, la gente los descarta porque dejan de ser atractivos. El mensaje deja de ser sexy para el gran público porque quien lo lanza está bajo sospecha.

En comunicación política no basta con enamorar a los tuyos. A esos se les presupone el amor, como el valor a los soldados. A tus seguidores tienes que cuidarlos, pero el esfuerzo debe ir dirigido a engordar las filas enamorando a más gente e intentando recuperar a quienes te han dado la espalda.

La propaganda es un arte que ha evolucionado de manera bestial en la última década, pero en Cuba siguen cubriendo vallas publicitarias con los mismos carteles de los años 60 del siglo pasado. Huelen a naftalina, a decadencia. Es un discurso que tiene hipo. No funciona.

Eso sin obviar que la transparencia no es habitual en el MININT. El caso Lilipi guarda similitudes con la nota de prensa que hicieron pública cuando un policía disparó y mató en Guanabacoa el año pasado al joven negro Hansel Ernesto Hernández.

En aquel momento hubo una disculpa oficial que no incluyó detalles del balazo que recibió la víctima. Digamos que lamentaron lo ocurrido sin mentar la soga en la casa del ahorcado. Esta vez son capaces de concederle una medalla a los agentes que pidieron identificación a Lilipi por el gesto heroico de parar un carro que lo trasladara con urgencia al hospital.

No creo que lleguen tan lejos. Los tiempos han cambiado. La explicación del MININT no convence y es legítimo que los periodistas tengamos dudas razonables y cuestionemos la historia que nos están contando. Demasiados negros muertos con un policía de por medio nos han hecho así de descreídos.

No hay que tomarse un ejercicio de transparencia como una bajada de pantalones. Es importante que el poder sepa que se acabaron los mangos bajitos. Todos los políticos están obligados a dar explicaciones y si éstas no son convincentes, peor para ellos.

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Tania Costa

(La Habana, 1973) vive en España. Ha dirigido el periódico español El Faro de Melilla y FaroTV Melilla. Fue jefa de la edición murciana de 20 minutos y asesora de Comunicación de la Vicepresidencia del Gobierno de Murcia (España)


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