Pese a la gravedad de la crisis sufrida por el sector turístico cubano durante 2020, las autoridades no han presentado, hasta la fecha, programa alguno o medidas para brindar apoyo a un sector que se encuentra inmerso en una grave crisis de intensidad nunca antes vista, ni en Cuba ni en otros países especializados en el turismo.
Los datos del año 2020 confirman que la actividad turística, directamente relacionada con el disfrute de vacaciones, tiempo de ocio, ha sido posiblemente de las más afectadas de forma negativa, por el temor de amplios sectores de la población al contagio del COVID-19, y como consecuencia de las medidas restrictivas implementadas por los gobiernos de todos los países para luchar contra la pandemia.
Un escenario crítico que en Cuba comenzó realmente a finales de marzo, con cierto retraso respecto a otros países, ya que en un primer momento, las autoridades enfocaron la captación de turismo internacional a Cuba como destino seguro de COVID-19. Ese fue el sentido de las campañas desarrolladas a mediados de marzo en países como por ejemplo, España, que ya se encontraba confinada en aquel momento.
No ocurrió lo esperado por los dirigentes del régimen, y tal y como sugirieron los especialistas sanitarios, los contagios se dispararon en la isla en varias oleadas, obligando al régimen a paralizar la actividad económica y cerrar todos los negocios, incluyendo la planta hotelera gestionada por empresas extranjeras. De igual modo, el sector emprendedor privado, estrechamente vinculado a la llegada de turistas, experimentó una grave crisis, llegando a situaciones extremas, como el abandono de licencias, el cierre de negocios y el aumento del desempleo.
La historia, desde entonces, ha sido bien conocida porque las autoridades la han reconocido en la Asamblea Nacional. En Cuba no entran divisas desde marzo, y las limitaciones a la movilidad internas y sobre todo externas, han privado al país de una fuente de ingresos vital para financiar las importaciones y atender las obligaciones de pago de las deudas internacionales.
Las cuarentenas impuestas por los principales mercados de procedencia del turismo a Cuba, como Canadá, Italia, España, Reino Unido o Francia, asestaron un duro golpe a los planes de las autoridades para obtener ingresos del turismo en el verano. Tan solo la comunidad cubana del exilio ha experimentado un cierto crecimiento en los viajes, tan pronto como se han vuelto a abrir los aeropuertos al turismo extranjero, pero en el momento en que se redacta este artículo, parece evidente que la “temporada alta” de Cuba que coincide con los meses invernales en el hemisferio norte, es historia pasada.
De modo que, tras cerrar 2020 como un ejercicio que se puede calificar de catastrófico, el turismo cubano se prepara para afrontar la llegada de la tercera ola del coronavirus, aprobando medidas de control, como las que se acaban de establecer en La Habana, con más cierres de establecimientos, más confinamiento y exigencia de pruebas a los viajeros, lo que apunta a un escenario de grave, profunda e incluso duradera crisis para el sector.
Por desgracia, el régimen no ha ofrecido indicadores o cifras oficiales de la destrucción de empleo y actividad provocadas por la crisis del turismo en Cuba. Se está guardando el más absoluto secreto y probablemente nunca se tenga una información adecuada para evaluar la situación. Ni siquiera se publican las estadísticas mensuales de llegada de viajeros. No es posible, a estas alturas, cuantificar la medida que el turismo cubano ha sido golpeado por la crisis pero las informaciones de la isla confirman que las zonas turísticas están vacías, los hoteles sin clientes y la demanda interna es insuficiente para compensar la caída de los viajeros internacionales. Tal vez el gobierno debería informar a la opinión pública sobre ello, y dejar de moverse en la oscura nebulosa de la falta de transparencia que no es la mejor manera de abordar una situación compleja y crítica como la actual.
De lo que no cabe la menor duda es de que buena parte de los trabajadores que perdieron sus empleos en el sector emprendedor privado de la capital y las principales zonas turísticas, desempeñaban sus funciones en el sector turístico y muchos de ellos han sido recolocados en otras actividades o, simplemente, se adscriben a la inactividad por la pérdida de expectativas. La pérdida de cualificación que se deriva de ello es incalculable. En cualquier caso, se ha producido destrucción de empleo en una actividad que había ido creciendo de forma continua, y que abandonada por el régimen a su suerte, se encuentra ante el peor escenario posible.
Al margen de la información oficial sobre la magnitud de la crisis turística en Cuba, que sigue sin llegar, existe otro aspecto que merece especial atención. Es la falta de atención del gobierno a las empresas del sector, sobre todo la hostelería, con amplia participación de capital extranjero. Si no se quiere que 2021 sea otro año perdido para el turismo, algo habrá que hacer.
La Organización Mundial del Turismo ha apuntado en un informe reciente que no será hasta el tercer trimestre de este año que los viajeros y los transportes a nivel mundial volverán a crecer, eso sí, sin alcanzar las dimensiones anteriores a la pandemia. ¿Se está preparando el turismo cubano para ello, o tal vez creen los dirigentes que basta con reabrir hoteles? ¿Tal vez por ello, la inversión en hotelería ha sido la única que se ha mantenido en sus cifras a pesar de que no llegan turistas?
La apuesta por un futuro para el sector no se debería basar solo en crecer y crecer la oferta hotelera, sino en detenerse a pensar qué se quiere realmente hacer con el turismo cubano y en qué dirección se tiene que mover. Una de las primeras cuestiones a debatir es si el estado comunista debe seguir siendo el propietario principal de la hostelería y seguir dirigiendo de forma integral la política del sector, sin dar participación al sector privado.
¿Qué podría ocurrir si en vez de cambiar el ciclo este año, la situación de crisis en el turismo se extendiera hasta 2023, tal vez? Entonces, habría que enfocar actuaciones a medio y largo plazo que permitieran a la oferta, privada y estatal, mantenerse hasta entonces y progresar después. No se ha reflexionado sobre el modelo turístico cubano lo suficiente, porque las autoridades lo han utilizado como instrumento de captación de divisas sin entrar en más consideraciones.
Falta esa reflexión que dé respuesta a preguntas como ¿Qué posición debe ocupar la isla frente a los potentes resorts del Caribe que parecen tolerar mejor la actual crisis del turismo? ¿Qué tipo de medidas, sobre todo estructurales, serán necesarias para la supervivencia del sector?
En Cuba el suministro de liquidez, créditos blandos o subvenciones a fondo perdido para que las empresas del sector puedan sobrevivir es un asunto tabú, porque el presupuesto del estado se encuentra en el límite y no puede cargar con más. A pesar de la grave situación, el régimen lleva casi un año sin reaccionar, y no ha tenido en cuenta la importancia de adoptar un plan de choque centrado en evitar la insolvencia, y posterior bancarrota de los negocios, sobre todo los pequeños emprendedores privados, lo que puede asestar un duro golpe al sector del que no podrá recuperarse cuando cambie la coyuntura y haya que estar al día para atender a los turistas que, casi seguro, volverán.
No es fácil justificar esta inacción del régimen en materia turística. Pese a su necesidad, no hay plan de actuaciones, ni tampoco medidas generales de apoyo a las empresas, o actuaciones específicas para algunas entidades. No hay ni una reflexión sobre el futuro. Tampoco existe la menor intención de diseñar, conjuntamente con el sector privado, planes y medidas eficaces para evitar que el turismo cubano desaparezca y muera, mucho antes de haber consolidado sus posiciones.
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