Cuba necesita libertad pero también necesita esperanza. Un hombre sin esperanza es un hombre enfermo de angustia y desaliento, incapaz de actuar consciente y libremente en aras del bien, la verdad y la justicia.
Sin palabras de vida no hay esperanza, las palabras pueden matar o resucitar, por eso me parece de singular importancia el discurso de los hombres públicos, trátese de un periodista o un sacerdote, un youtuber o un maestro. Cuba necesita una esperanza más allá de lo escatológico y lo histórico, una esperanza más consistente que la que despiertan los sentimientos. Cuba necesita una esperanza fundada en la certeza de que sólo la responsabilidad y el riesgo pueden cambiar las cosas, porque visto lo visto no es sensato esperar otro auxilio que no venga de Dios y de nosotros mismos.
Pero la esperanza, como todo lo bueno, también exige algo de renuncia; los cubanos de la isla y del exilio debemos renunciar a la palabra que destruye, a la mezquindad que retrasa la obra buena, a la envidia que crea desafección. Cuba necesita esperanza y la esperanza siempre es generosa, siempre genera espacios para todos, porque ella misma emerge de lo mejor del hombre, de ese “algo” de virtud que nos habita y nos hace capaces de renunciar al mal.
El presente de Cuba, si desea tener un futuro, pasa por la renuncia y el riesgo, porque la cruda realidad nos indica que sólo algunos, cada vez menos, podrán marcharse y que esos señores que hoy gobiernan sólo pueden ofrecer un grosero capitalismo de estado que desprecia a su pueblo y una represión, que a fuerza de haber perdido todo argumento, se ha instalado en el más absoluto de los cinismos.
Cuba necesita creer que la renuncia a toda forma de colaboración con el despotismo y el riesgo de la acción grande o pequeña en contra de este es el único camino hacia una vida mejor. Y necesita creer que esa vida mejor es posible, y que no es necesario renunciar a la libertad para aspirar a nada en este mundo y mucho menos para aspirar una educación y una salud decentes.
Cuba necesita creer que la libertad, aunque tiene mucho de vértigo para aquel que no la ha conocido, genera infinitas posibilidades de desarrollo, infinitas oportunidades de prosperidad. Que los cambios, aún cuando generen dificultades y conflictos, siempre serán una alternativa mejor que ese pantano en donde nos han metido esos señores que todavía gobiernan; unos señores que sólo han sido buenos para el terror y el fracaso, unos señores, que aunque cueste admitir la dolorosa lección, no eran otra cosa que unos aventureros sin escrúpulos, ungidos por el marxismo-leninismo, la arrogancia y la astucia.
Cuba necesita esperanza y esa esperanza nos concierne a todos, solía decir José Ignacio Rasco, el fundador de la democracia cristiana en nuestra tierra, “que nadie está libre de pecado en cosas de patria”, que así sea por el bien de todos.
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