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Ivette Bermello y Edgerton Ivor Levy destrozaron a la Red Avispa que Cuba montó en Estados Unidos y burlaron a la Inteligencia tardocastrista al estilo de El Timador, novela de Herman Melville, donde el protagonista va engañando a diferentes pasajeros que suben y bajan de un barco que recorre el Misisipi.
Ariel, pseudónimo que adoptó Levy en su última misión castrista, ha escrito un libro imprescindible para entender el deterioro operativo del Ministerio del Interior cubano, tras la purga de 1989; reafirmar que los objetivos de Inteligencia de La Habana incluyen el Pentágono y objetivos militares norteamericanos, además del exilio y la emigración cubanos; y lamentar que el FBI y otras agencias de seguridad norteamericanas tienen dificultades para evaluar, en su justa medida, el desafío cubano.
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Nadie me lo contó es un relato oportuno, cuando La Habana se afana en acusar a sus opositores de mercenarios porque reciben dinero de Estados Unidos y organizaciones privadas norteamericanas y europeas; Jorge Carmona, oficial de la Inteligencia Militar, con fachada de Tercer Secretario de la Embajada de Cuba en Panamá, se ocupaba de pagar a los espías y colaboradores que había reclutado en las instalaciones militares norteamericanas en la nación itsmeña. (Pág. 108).
"Hay personas que espontáneamente, de manera absolutamente espontánea -porque jamás Cuba ha obtenido información a cambio de dinero, ni ha tenido informantes pagados ni nada parecido- han colaborado con nuestro país y han brindado informaciones a Cuba", declaró Fidel Castro a Lucía Newman, de CNN, en Portugal, 1998.
Las memorias de espionaje de Levy son también una reacción a los intentos manipuladores de la izquierda mundial, presentando a los espías como luchadores contra el terrorismo y reproduciendo las tesis de La Habana en la película Red Avispa, basada en un libro torticero Los últimos soldados de la Guerra Fría; y tal condición provoca un desbalance en el texto con dos grandes lagunas.
La primera gran carencia es que Levy es muy parco -quizá por su exquisito sentido de la lealtad- sobre la irresponsable actitud del FBI, que apenas atendió y evaluó correctamente la calidad y peso operativos de la información proporcionada por el matrimonio, hasta que -artera y desproporcionadamente- dos Migs 23 derribaron dos avionetas de Hermanos al Rescate en aguas internacionales, matando a cuatro jóvenes cubanos exiliados en Estados Unidos.
Obviamente, no se trata de revelar asuntos aún clasificados, pero ni siquiera Levy revela los pseudónimos empleados por el y su esposa, en su trabajo con la Contrainteligencia norteamericana, pese a que tuvieron el coraje de no acogerse al programa de protección de testigos y tratar de no afectar más la vida de sus hijos, ya reagrupados en Estados Unidos.
¿Cómo consiguieron los hijos mayores, de anteriores matrimonios de Ivette y Levy, salir de Cuba y llegar a Miami; fueron salidas legales o ilegales; contaron con la ayuda del FBI y la CIA; fueron ayudados por viejos amigos en la isla; contaron con la anuencia del gobierno cubano?
Levy ofrece más detalles de su vida al servicio del castrismo que de Estados Unidos, excepto en los esfuerzos que tuvo que emplear para persuadir a Ivette, sobre los que pasa de puntillas, pese a que ella aceptó por amor y, su evolución hacia las posiciones de su marido, fueron más tardías y graduales; tal condición no demerita a su mujer, al contrario, la retrataría más auténtica y ese proceso de persuasión marido-mujer, daría mucho juego literario y cinematográfico.
Otro aspecto que lastra la viveza del relato es que el autor no consigue a desprenderse del todo de ciertos tics del lenguaje oficialista cubano y una sorprendente obsesión con dejar claro su posicionamiento a favor de Estados Unidos y la libertad; cuando no lo necesita por el valor real y simbólico del gesto de ambos a favor de Cuba y en contra del castrismo represivo y empobrecedor.
Sería oportuno que -en próximas reediciones- Pablo Socorro y Wilfredo Cancio Isla cuiden más los aspectos formales del libro, aligerándolo de la extrema necesidad de Levy de explicarse cada dos o tres páginas. Ivette y Levy son héroes honrados, capaces de arriesgar sus vidas y la de sus hijos para desenmascarar el totalitarismo castrista, pero no se lo creen y -en su extrema modestia- huyen de los focos, cuando sus testimonios son imprescindibles para la historia de Cuba, muy mal contada desde 1959.
Lilo Vilaplana, Juan Manuel Cao y Ángel Santiesteban Prats aquí hay una historia de amor, intriga e Inteligencias y Contrainteligencias cruzadas, dignas del mejor cine posible dentro de la labor testimonial que toda obra sobre el desastre de Cuba implica.
El libro cuenta detalladamente cómo un oficial de la vieja Inteligencia cubana hizo fracasar tres veces los planes de exfiltración de Ariel y Laura por diferentes puntos de la costa norte de La Habana, simulando una salida ilegal, para joder a los nuevos mandamases, llegados desde el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias.
Levy logró persuadir a la Dirección de Inteligencia de Cuba de que la misión encomendada tendría mayor éxito si la supuesta huida incluía a su mujer Ivette y a su hijo pequeño, pasaron todas las pruebas técnicas, psicológicas y de verificación y contrachequeo de sus preparadores y fueron ayudados -involuntariamente- por el oficial José Hernández Barbán, segundo jefe de la nueva Inteligencia, obsesionado con suplantar la realidad con entusiasmo y que apuró, al máximo, la salida del matrimonio espía con su hijo hacia Estados Unidos.
Barbán, un sectario obediente, ahora tronado en una finquita cercana a La Habana, confesó a su amigo Levy, con quien compartió misiones secretas en Panamá, que "después de lo de Ochoa, la dirección de la revolución había decidido cortar de cuajo el libertinaje entronizado dentro de las filas del MININT que ese caso había evidenciado, por lo que se decidió someterlo al MINFAR".
Curiosamente, durante aquella etapa de "libertinaje entronizado" el Ministerio del Interior consiguió sus mayores éxitos operativos con notables reclutamientos dentro del gobierno, incluido el Pentágono, el Senado y las estructuras de Inmigración, periodísticas y académicas de Estados Unidos; además de penetrar a las principales organizaciones del exilio cubano.
El raulato destrozó el Minint y, especialmente a la entonces DGI, porque era un viejo sueño de Raúl Castro Ruz que -protegido por su hermano Fidel- consiguió convertir al Minfar en dueño y señor de Cuba, con consecuencias que todavía no se han podido evaluar del todo, pese a que, paradójicamente, el protagonista del saturniano verano de 1989 fue el General de División de las FAR, Arnaldo Ochoa Sánchez, al que llamó el más charlatán del generalato castrista, aunque luego lloró, cepillándose los dientes en la intimidad de su despacho.
Fidel Castro convirtió a una parte de los policías en ladrones, so pretexto de burlar el embargo norteamericano; y autorizó la entrega de datos sobre la que luego se conocería como Red Avispa al FBI para intentar reforzar su condición de espías de la emigración -ignorando que estaba perforada desde la llegada de Levy e Ivette a Estados Unidos- y que la Contrainteligencia norteamericana tenía documentados sus esfuerzos para penetrar instalaciones militares y marcar puntos de la costa de Florida para desembarcos de armas.
Otra muestra de la escasa profesionalidad de la Inteligencia cubana -en sus últimos años- es la violación de reglas de oro del trabajo operativo, como la compartimentación; haciendo coincidir a su agente Ariel con un antiguo compañero de colegio Hugo Soto, en campo enemigo; donde los oficiales, jefes y demás integrantes de la Red Avispa fueron incapaces de detectar el chequeo y los registros secretos practicados por el FBI en sus casas.
La desarticulación de la Red Avispa y la caída de Ana Belén Montes fueron los hitos que marcaron el fracaso de la Inteligencia castrista, bajo el mando absoluto de Raúl Castro; y a ambas contribuyeron -decisivamente- Edgerton Ivor Levy e Ivette Bermello, lástima que sus memorias de espía hayan tenido que pagárselo de sus ahorros, porque no hayan podido encontrar una editorial que apostara por un libro insoslayable, útil y necesario.
Insoslayable porque es uno de los escasos libros que no contribuye a la glorificación de la mitificada Seguridad cubana, que pueden contarse con los dedos de una mano: Útiles después de muerto, Carlos Manuel Pellicer (Caralt, 1969); En Cuba, Ernesto Cardenal (Carlos Lohlé, 1972) Persona non grata, Jorge Edwards (Seix Barral, 1983, por ser la edición completa) El furor y el delirio, Jorge Masetti (Tusquet Editores,1993) e Informe contra mi mismo, Eliseo Alberto Diego (Alfagurara, 1997).
Útil porque ofrece a los cubanos un testimonio honrado sobre las prácticas de la Inteligencia cubana Made in Minfar y contribuye a desterrar la idea de que el tardocastrismo es un bloque sin fisuras, como las que protagonizan oficiales del Minint y el Farint durante la exfiltración de ambos espías que nunca fueron.
Y necesario porque el siglo XX cubano está por escribirse, incluidas sendas biografías de Fulgencio Batista y Fidel Castro, los políticos más influyentes en la centuria; cuando la historia, la literatura y la sociología fueron contaminadas por relatos acomodaticios, al servicio del hombre pródigo de turno y -a partir de 1959- degeneraron en un metarrelato uniformado, sin apenas espacio para la discrepancia o la duda.
Los demócratas y la nación cubanos están en deuda con Ivette y Levy, y este a su vez con Cuba porque aún no sabemos cuando dudó por primera vez y puso proa mental a Estados Unidos, donde convocó al FBI para revelarle que La Florida estaba siendo invadidas por una plaga de avispas verde oliva.
Edgerton Ivor Levy. Nadie me lo contó: La verdadera historia de la Red Avispa y el espionaje cubano en Estados Unidos, 683 páginas, Editorial Lunetra, 2021Archivado en: