La carrera de Díaz Canel comenzó con el beneficio de la duda, era un enigma en el que algunos quisieron escrutar algo de esperanza.
Quienes esperaban porque el sector reformista del PCC despertara del letargo, trataron de moderar su discurso y honrar la máxima popular que "el hombre es dueño de lo que calla y esclavo de lo que dice", de este modo el presidente tuvo su tiempo de gracia y algún respiro sin gloria.
Todo ha sido en vano porque Díaz-Canel se convirtió en esclavo de sus palabras a partir del 11J , la sangre y las lágrimas derramadas en esa jornada y las posteriores han sellado la carrera política y el destino de un hombre que tomó la decisión de alejarse de Mijaíl Gorbachov y acercarse, temerariamente, a Nicolae Ceausescu.
Sin embargo, la responsabilidad moral de Díaz-Canel en el desastre de su gestión no debe servir para una operación de blanqueo que ponga a los principales culpables en una posición de ventaja; la tiranía cubana es experta en sacrificar servidores y héroes para garantizar su permanencia en el poder, sino que le pregunten a las familias del general Ochoa y los hermanos La Guardia, sus víctimas más glamurosas.
Cuando la estrella del comandante en jefe comenzó a declinar, hasta convertirse en un cadáver político, apareció Después de Fidel, un libro de Brian Latell, ex-jefe de la CIA en América Latina, que nos revelaba a un Raúl Castro pragmático, buen administrador y amoroso padre de familia, alguien que carecía de las ambiciones planetarias de su enloquecido hermano y que podía ser benevolente con los subordinados en desgracia.
También aparecieron por esos días las dilatadas memorias de Juanita, la oveja negra de la familia Castro-Ruz, la hermana exiliada y anticomunista que en los albores de la Revolución brindó su testimonio ante el Congreso de los Estados Unidos denunciando ante un mundo ciego, sordo y mudo el advenimiento de la tiranía. En sus memorias Juanita nos contaba que el culpable de todo era Fidel, una suerte de flautista de Hamelin que había arrastrado a su hermano menor, y a miles de cubanos, a la maldad sin límites.
Compartía Juanita, quizás sin saberlo, las percepciones de Latell, de algún modo Raúl y la familia Castro eran recuperables; el nuevo-viejo hombre fuerte de Cuba (Muso en la intimidad de los hermanos) libre de la tutela del "Jefe" podía ser el inicio de algo bueno para los cubanos, con piropo incluido para la sobrina nieta Mariela y algún guiño simpático para el Cangrejo, el Tuerto y todo el familión vulgar que nos oprime.
A Juanita Castro le perdono su libro en honor a sus afanes por la libertad, al fin y al cabo la sangre llama y a todos nos resulta difícil ir contra ella; Latell continúa su labor académica en la Universidad Internacional de la Florida, sobre el tema de Cuba ha escrito nuevos libros que no he leído aún; prefiero a los espías cuando escriben novelas, cuando van de ensayistas es difícil saber dónde comienzan o culminan las razones de estado.
La gestión de Raúl Castro ha terminado con el fracaso del vaso de leche que no llegó nunca y el nombramiento de Miguel Díaz Canel, un presidente que no será recordado como el Mayoral, el Tiburón o el Caballo, la sabiduría popular lo ha condenado a que se le recuerde con un sobrenombre que define al funcionario con vocación de chivo expiatorio al servicio de la familia Castro y el comunismo, esa letal combinación que ha hundido en la violencia, la miseria y la muerte a Cuba.
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