El diario norteamericano The Washington Post publicó este martes un extenso reportaje sobre la represión policial en Cuba tras las protestas masivas del pasado 11 de julio.
El trabajo periodístico recoge testimonios de diversos cubanos que tras participar en las manifestaciones de manera espontánea fueron represaliados por la autoridades. Entre ellos, el joven Michel Parra, trabajador de un hospital en Matanzas, que confiesa la emoción que sintió al marchar por primera vez en contra del gobierno.
"Pero la euforia se convirtió en miedo -detalla el Post- cuando hombres vestidos de civil se llevaron a Parra y a su hermana de la protesta en Matanzas. Ambos fueron trasladados al Técnico local, una temida instalación a cargo de la Seguridad del Estado cubana, y llevado a una sala de interrogatorios. “Estaban gritando, diciendo que me dispararían a mí y a mi familia”, dijo. “Les rogué que pararan mientras seguían llamándome gusano”, cuenta Parra.
Otro de los casos citados es el de Orelvys Cabrera, un periodista disidente, que contó al periódico cómo lo obligaron a desnudarse frente a oficiales militares en una sala de interrogatorios después de ser detenido por cubrir las protestas. Durante horas, Cabrera debió soportar gloriosos relatos sobre la Cuba comunista y su difunto fundador, Fidel Castro. Más tarde, dijo, lo pusieron en una celda pequeña con otras siete personas. “Dormí en el suelo durante 33 días. Nos alimentaron con arroz con tierra. Sopa con grasa. Los desayunos eran solo una rebanada de pan", declara.
Cabrera, quien fue puesto en libertad bajo arresto domiciliario después de pagar una multa de 40 dólares, dijo que también sentía una profunda decepción. “Lloramos mucho porque ese día teníamos la esperanza de que finalmente seríamos libres”, dijo.
El periódico norteamericano recoje también la opinión de Carlos Alzugaray, un ex diplomático cubano radicado en La Habana, para quien el relato de la represión del 11J “está siendo enormemente exagerado”. “La policía recibió instrucciones estrictas de no usar armas. No estamos hablando de Chile o Colombia, donde la policía realmente mata a la gente", declaró Alzugaray al Post, obviando el hecho de que un cubano, Diubis Laurencio Tejeda, fue baleado por la policía en las protestas y falleció a consecuencia de los disparos.
Otro de los testimonios es el de Michael Valladares, un trabajador de la construcción en la provincia de Mayabeque, cuya esposa, María Cristina Garrido, una disidente de 39 años, fue arrestada con su hermana la mañana después de las protestas. Varios testigos contaron a Valladares que las mujeres fueron golpeadas por agentes de policía durante el arresto. Dieciocho días después, dijo, logró ver a su esposa en el Técnico. Ella le contó que había sido golpeada y arrojada a una "celda de castigo" con heces en el suelo después de negarse a gritar "¡Viva Fidel!".
"Cien días después de las manifestaciones a nivel nacional, en la que los cubanos salieron en masa para pedir libertad y protestar por el manejo gubernamental del coronavirus, la escasez de energía y la economía, el alcance de la represión del estado policial se ha vuelto evidente", asegura el diario norteamericano.
The Washington Post cita numerosos casos de detenidos sometidos a golpizas, humillaciones y abusos psicológicos, según un amplio informe publicado este martes por la ONG Human Rights Watch. Varios de los relatos del informe fueron confirmados por The Washington Post a través de entrevistas independientes con detenidos que han sido liberados y familiares de los más de 500 que permanecen encarcelados. Entre ellos, hay presos castigados por negarse a gritar "¡Viva Fidel!" dentro de las estaciones de policía a las que fueron llevados tras las protestas.
De los 130 presos cuyos casos fueron investigados, informa Human Rights Watch, 48 sufrieron alguna forma de abuso físico. Los maltratos se produjeron principalmente durante las primeras horas o días posteriores a la detención. Después de eso, muchos detenidos se quedaron encerrados en celdas abarrotadas con malas condiciones sanitarias y comida deficiente.
La represión es "claramente un esfuerzo por infundir miedo y asegurarse de que esto no vuelva a suceder", dijo al WaPo Juan Pappier, investigador senior para las Américas de Human Rights Watch. “La gente que protestaba porque estaba cansada de no tener libertad, de esperar horas en la cola del pan o leche, pensaba que no tenía nada que perder. Pero el gobierno les ha demostrado que sí tienen algo más que perder, que pueden terminar castigados y vivir en peores condiciones en la cárcel”.
El periódico norteamericano también menciona la convocatoria a una protesta nacional pacífica el próximo 15 de noviembre, y advierte que la mayoría de los activistas entrevistados considera que el gobierno volverá a reprimir a los manifestantes.
"Otra erupción de protestas callejeras que se encuentre con una represión similar [a la del 11J] sería un revés masivo de relaciones públicas para el gobierno, que busca atraer los dólares del turismo que se necesitan desesperadamente", escribe el Post.
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