A propósito del reportaje recién publicado por Revista El Estornudo, en el que cinco mujeres cubanas denuncian haber sufrido abusos sexuales por parte del músico Fernando Bécquer, el jurista cubano Frank Ajete Pidorych, quien fuera fiscal y juez en La Habana, reveló este jueves en redes sociales que "el volumen de delitos que más me impresionó en el municipio Plaza de la Revolución, fueron precisamente los abusos sexuales" y que "los monstruos son muchos y los cómplices más".
En un post en Facebook, Ajete explicó que estos delitos tienen una dinámica investigativa sui generis porque son cometidos "en un espacio de 'intimidad' preconcebida por el depredador" y salvo aquellas ocasiones donde la víctima resiste un ataque físicamente violento, "el acto no deja esa 'evidencia dura' que gusta a los escépticos". Como consecuencia, en su rol de fiscal, de sujeto con capacidad procesal para presentar el caso a la consideración de un tribunal, todo se limitaba a creer, o no, en el testimonio de la víctima.
"Una víctima que antes de hablar conmigo ya había sido victimizada por una instrucción penal obscenamente machista y con niveles de empatía y sensibilidad apenas superiores a los de una ameba; y ahora debía enfrentarse a otro interrogatorio", precisó.
Ajete aseguró que los interrogatorios forenses a víctimas de abusos sexuales son "pedantes", debido a que quienes los conducen no sólo realizan preguntas orientadas a comprender la secuencia de actos que condujeron al abuso sexual sino también a descartar una falsa imputación. "Así, junto a preguntas tendentes a organizar cronológicamente la tormenta de imágenes que relata la presunta víctima, se entretejen otras como: '¿de qué color era el calzoncillo?' o '¿con cuál de las manos se masturbaba?'".
"En lo personal, me bastaba que el relato fuese posible para posicionarme junto a la víctima, creerle, y defender el caso con una pasión impropia de alegatos forenses", afirmó. No obstante, señaló que, aunque generalmente los abogados de los supuestos victimarios solían realizar defensas profesionales, algunos, tanto hombres como mujeres, protagonizaban interrogatorios que él debía interrumpir constantemente "por machistas, por ofensivos, por 'impertinentes', según terminología procesal".
"A una víctima de robo con violencia en la barriada de Jesús María nadie le cuestiona su presencia a deshoras en una zona de alta incidencia de robos, ni a una víctima de lesiones en los carnavales se le pregunta cómo se le ocurre embriagarse en unas fiestas más agresivas que populares; sin embargo, a las víctimas de abusos sexuales las ofenden con preguntas como: '¿por qué fuiste con él?', '¿por qué estabas vestida así?', '¿por qué si lo besaste, después no quisiste?'…"
Para el jurista, tales interrogantes podías considerarse como decimonónicas. "Me resultaban violentas a mí, que soy hombre, que no era la víctima en ese caso, que me encontraba en una situación de absoluta seguridad, y aún me atravesaban la piel como vergonzosos cuestionamientos a una víctima de un depredador, y de muchos cómplices", argumentó.
Ajete aseguró que los juicios por abusos sexuales fueron "los más tristes" que tuvo que protagonizar y los que menos 'evidencia' tenían. "Debía bastarme la palabra de la víctima, una mirada esquiva, un espíritu roto… y me bastaba. Yo sí creía, y creo, y con más razones de las develadas. Creo porque son relatos distintos que cuentan modus operandi muy similares; creo porque cada relato es posible, y en lo personal me basta con eso", agregó.
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