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El empobrecimiento y desigualdad imperantes en Cuba generan delincuencia y desamparo de los ciudadanos que, además, sufren malas prácticas de una policía poco preparada, carente de recursos y con agentes proclives a la corrupción en sus intervenciones públicas.
La escasa vocación de muchos de los policías actuantes, que accedieron al cuerpo represivo como una fórmula para esquivar su propia pobreza y marginalidad, afecta la profesionalidad de un cuerpo -en decadencia desde hace años- cuyas actuaciones generan más desconfianza que tranquilidad en los cubanos.
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Una ola de robos de motorinas, asaltos con el empleo de armas de fuego y blancas, con resultados de muertes en algunos casos, y de lesiones en todos, indican un incremento de la inseguridad ciudadana en los últimos meses, con una ola de asaltos y robos frente a una policía ineficaz y también golpeada por el empobrecimiento y la corrupción.
La jubilación de especialistas en Orden Interior, deficiencias en el trabajo operativo de la policía y el Departamento Técnico de Investigaciones (DTI y la aparición de nuevas prácticas delincuenciales, cuando la pobreza y la desigualdad arrecian, generan una percepción de inseguridad en muchos cubanos que -si los bolsillos lo permiten- se autoprotegen en sus casas enrejándolas.
Otro hábito observado en La Habana, en los últimos meses, es la tendencia generalizada de sus vecinos a recogerse temprano, salir a hacer gestiones acompañados y evitar zonas consideradas peligrosas.
La escasa y parcial información de los medios estatales, evitando generar una percepción de inseguridad que afecte la imagen del país y de cara al turismo por venir, contribuye involuntariamente a la distorsión de hechos delictivos, que dibujan un cuadro de inseguridad creciente; con el agravante de que cuando periódicos independientes se hacen eco de delitos, la policía intenta averiguar las posibles fuentes para castigarlas.
La lucha diaria por la supervivencia provoca que en algunas zonas de La Habana son policías quienes controlan -directa e indirectamente- la venta de turnos en las tiendas dolarizadas, recibiendo sobornos, que comparten con los empleados de los establecimientos, como una fórmula para incrementar sus ingresos, que han perdido poder adquisitivo por la hiperinflación galopante.
Prácticas de la cultura de la pobreza y la indefensión aprendida, presente en muchas partes del mundo, pero que en el caso de Cuba, agudiza la desventaja proporcional del empobrecido sin tantos recursos para pagar el turno por la izquierda, más la factura de compra; estableciéndose una dolorosa e innegable división de clases, con escasos soportes estatales para los más desfavorecidos.
La prioridad de los gobernantes es sobrevivir políticamente a cualquier precio, sobre todo, a partir el 11J, pero esa resistencia que incluye la descalificación permanente de adversarios y alternativas, genera una acumulación de déficits y ausencia de respuesta a problemas que afectan a la mayoría de los cubanos que, en el caso de la seguridad pública, implica muertos, heridos, desamparo y miedo.
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