La miopía de Cubadebate

Inflamados de una lucidez crónica e irrefutable, los editores de Cubadebate se han dado a la tarea de glosar los pormenores del juicio a los manifestantes.

Represión a manifestantes del 11J en Cuba © Twitter/Alexandre Meneghini
Represión a manifestantes del 11J en Cuba Foto © Twitter/Alexandre Meneghini

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Este artículo es de hace 2 años

Cubadebate, un medio nacido y alimentado de la obsesión del terror (contra el terrorismo mediático, reza su eslogan), publica hoy un muestrario de crímenes y fechorías de los cubanos que salieron a protestar el pasado 11 de julio en contra de esos buenos terratenientes, autodenominados “comunistas”, que administran revolucionariamente la antigua isla Juana, hoy gloriosa Finca Iberostar La Siguaraya.

Inflamados de una lucidez crónica e irrefutable, los editores de Cubadebate se han dado a la tarea de glosar los pormenores del juicio a los manifestantes, sin ahorrarnos el relato de perversiones de esos cientos de hijos del hombre nuevo que han pasado en un abrir y cerrar de ojos de la creencia a la incredulidad, de la docilidad a la sedición, en virtud de la cual se han ganado el repudio de los patriotas de La Siguaraya, condenas de 20 o 30 años de prisión y cien rezos diarios del padrenuestro “Reviva Fidel”.


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Entre los hechos calificados y figuras delictivas expuestas por Cubadebate, sobresalen, por ejemplo, la “intención de reunirse y formar un grupo numeroso”, convocar a más personas para “dar impresión de mayoría”, “transmitir en las redes sociales lo que acontecía”, “caminar por las calles mientras gritaban frases ofensivas” o “emplear un lenguaje que incitaba al odio y estimulaba el enfrentamiento con las fuerzas del orden [socialista]” (presumiblemente, frases del tipo “Díaz-Canel, singao” y “Oe, policía, pinga”, aunque esto no lo especifica Cubadebate).

Muestras desbordadas de fechorías que, en su nunca suficientemente resaltada peligrosidad, provocaron consecuencias tan lamentables como aquel hombre que “se tuvo que esconder debajo de una escalera durante 15 minutos”, o el “temor que sintió de salir a las calles durante los días sucesivos a los hechos” una vecina de La Güinera.

Pero ese horror, siendo inconmensurable como es, palidece ante el crimen mayor de Diubis Laurencio, juzgado en ausencia y condenado a petición de la fiscalía a una prisión de máxima seguridad en el Inframundo hasta el fin de los tiempos (62 mil milenios), por lanzarse premeditadamente, con alevosía y de espaldas, contra una bala salvadora disparada por un oficial de la Policía Revolucionaria que trataba de disuadir a los criminales de su conducta violenta. Polvo serás, mas polvo condenado, pensó el reportero.

A pesar de las dimensiones del terror de ese día, la magnanimidad de la Justicia Revolucionaria fue tal que algunas madres pedían aumentar las condenas de sus hijos descarriados, mientras gritaban a voz en cuello: “No hay que intentar nada contra la Revolución.” Nada. Nunca. Nadie. “Confiamos en la justicia y en la Revolución”, repetían.

Muchos manifestantes mostraron arrepentimiento y disposición a sobrecumplir sus condenas; otros (los menos) empezaban a soñar con todo lo que harían el día en que salieran de la cárcel con los “1,500 CUP” que les habían prometido desde el exterior por sumarse a las protestas. Fuera del tribunal, oficiales de la Policía Nacional Revolucionaria trataban de disuadir amablemente, con tonfas, botas y calurosos abrazos, a un puñado de manifestantes que pedían la liberación de los acusados. Eso no lo alcanzó a ver el reportero de Cubadebate. Sus ojos estaban empantanados de lágrimas de satisfacción por tanta y tan grande justicia.

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