El presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez mantiene intacta su capacidad de cantinflear en todo lo que no debiera y ha sufrido una penúltima ocurrencia diciendo que Cuba no padece una dictadura, siendo la más antigua de Occidente.
La torpeza presidencial pretende ignorar que el gobernante partido comunista, único legal en Cuba, está por encima de la Constitución y que su Buró Político está integrado por la casta verde oliva que -incluso para enriquecerse- se acoge al ordeno y mando castrense.
Si Díaz-Canel es un adalid democrático porqué entonces ataca a quienes discrepan, incluidos aquellos que buscan una solución negociada a la mayor crisis que ha padecido Cuba en su historia, no solo por cifras; sino por la incapacidad dictatorial de poner el capital humano Made in revolución a favor de la nación; de todos y en contra de nadie.
¿Cuál es realmente el problema de Díaz-Canel? Que no consigue legitimarse popularmente como hizo Fidel Castro con las medidas sociales de la revolución y su hermano Raúl con las reformas que posibilitaron a muchos cubanos comprarse una casa, un automóvil, una línea de telefonía móvil, poner un negocio o viajar.
El presidente ha tenido que bailar con la más fea porque heredó el quiero y no puedo del general de ejército y los desastres voluntaristas del comandante en jefe; pero su reacción criminal ante el 11J y su falta de valor e ingenio políticos para generar un nuevo diálogo cubano y liberarse de la tutela verde oliva, lo han llevado al fracaso en tiempo récord.
La caída del turismo es responsabilidad de López-Calleja y Marrero Cruz; la pandemia afectó a la mayoría de los países del mundo, que sufrieron desabastecimientos temporales y parciales de bienes, pero no el desastre de Cuba y las 243 medidas de Donald Trump, mantenidas por Joe Biden, obedecieron a la negativa contumaz de La Habana liberalizar Internet, ahora otra vez en retroceso draconiano, permitir las pequeñas y medianas empresas privadas, posibilitar que los ciudadanos tuvieran que elegir entre dos candidatos en las elecciones del Poder Popular y cooperar en una salida negociada en Venezuela.
En ninguna democracia se limita el uso de los amplificadores de las señales de telefonía, que los ciudadanos pueden comprar libremente en cualquier tienda de barrio para mejorar su cobertura; pero ya sabemos que el tardocastrismo ni lava ni presta la batea.
Cuba hace rato que dejó de ser útil como adversaria o aliada y La Habana sigue fantaseando geopolíticamente con supuestas alianzas irrepetibles y donde comete el error de colocarse como el invitado pobre en casa de ricos en Navidad; en vez de imitar el pragmatismo del uruguayo José Mujica que hizo una política de izquierda, asumiendo que era uno de los Pulgarcitos de América y anteponiendo la prosperidad de su pueblo a la algarabía efímera y empobrecedora del comunismo post Muro de Berlín.
Otro hándicap de Díaz-Canel es que suele mostrarse dolido, cuando algo lo afecta, como aquella vez que pretendió desmentir un meme o, recientemente, cuando colocó el Código de Familia bajo el fuego enemigo y pretendió justificar el carácter democrático del régimen que representa con una próxima consulta popular para su refrendo.
Las dictaduras que se pretenden populares suelen ganar, antes y ahora, los referéndums con elevados porcentajes, debido a la simulación de muchos de los consultados y las presiones reales que ejerce el gobierno contra el votante, especialmente en situaciones de pobreza y desigualdad.
Cuando un mandatario tilda a sus adversarios políticos de enemigos y emplea lenguaje infantil de barricada, solo consigue confirmar que estamos ante una dictadura, donde los ciudadanos están privados de esenciales derechos políticos y constitucionales, que el gobierno no duda en torcer a voluntad, para favorecer sus intereses y miedos; como está ocurriendo ahora mismo con el borrador de Código Penal.
Democracia no es únicamente que los ciudadanos puedan elegir entre diferentes opciones políticas, en distintas convocatorias electorales; sino también separación de poderes y sistema de precios para favorecer a los ciudadanos más vulnerables, desde el punto de vista económico.
La reacción tardía y errónea del gobierno cubano a la profundización de la crisis económica estructural y a la pandemia de coronavirus dejaron en papel mojado las llamadas medidas sociales que no han logrado remontar el deterioro iniciado con el derrumbe de la Unión Soviética, principal financista de la dictadura castrista, hasta 1989.
Los cubanos entendieron, de golpe y porrazo, que el partido comunista los abandonaba a su suerte para sujetar el poder contra recogidas de firmas para modificar la Constitución y balseros desesperados; y desde entonces, incluido el alivio chavista, Cuba no ha dejado de retroceder en todos los ámbitos.
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