En la última reunión del consejo de ministros de abril se dedicó atención a una nueva actualización de la Estrategia económico-social, el documento que sustenta al Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta 2030.
Son ya dos años desde que se aprobó la Estrategia, con el objetivo de fortalecer la economía cubana, en el contexto de la crisis mundial generada por la pandemia de la COVID-19. Tiempo más que suficiente, para constatar que este documento no funciona y quem lejos de dar solución a los problemas de la economía, los tiende a agravar. El porqué de que ello sea así tiene mucho que ver con empecinamiento ideológico de que “las soluciones y transformaciones que se planteen tienen que responder al socialismo, y tienen que ser vistas desde la óptica marxista”, según palabras textuales de Díaz-Canel, principal defensor de la Estrategia.
El socialismo, comunismo, marxismo, o como le quieran llamar, no sirve para dar respuestas a las urgencias del pueblo cubano en el momento presente. Quizás por ello, aun cuando la Estrategia parta del reconocimiento de que siempre habrá nuevas medidas e ideas que poner en práctica, en función de cómo se vaya moviendo la situación en Cuba y en el mundo, el empeño enfermizo y acomplejado por la aplicación del socialismo y la óptica marxista, hace que la aplicación de las políticas no de los resultados esperados. Chinos y vietnamitas se dieron cuenta de ello hace años, y desde entonces, las cosas les han ido mucho mejor.
Además, los comunistas cubanos no solo reivindican el socialismo marxista de la Estrategia, sino que rechazan cualquier atribución de responsabilidades por el fracaso económico. Para ello, está el recurso al embargo/bloqueo, a lo que añaden, “la campaña de manipulación de la realidad cubana desde el punto de vista mediático, o la pandemia”. De ahí viene la orden de “seguir actualizando la Estrategia, y hacerlo con resistencia creativa”, una de esas perlas de los discursos de Díaz-Canel de las que resulta imposible adaptarse.
Por eso, cuando Díaz-Canel reflexionó sobre lo ocurrido durante la pandemia, no tuvo reparos en acusar al bloqueo recrudecido de Estados Unidos como el origen de todos los males, en tanto que Cuba debía afrontar el COVID-19 “con compromiso, con firmeza, con confianza, con organización, con participación y con talento, y del talento salieron las vacunas”.
Desde luego, nada que no hayan hecho otros países del mundo. E incluso, “el regreso a la nueva normalidad ha abierto las fronteras del país, y está reanimando la actividad económica y social como parte de las medidas que estaban previstas en la Estrategia”. Pero lo cierto es que la economía cubana no deja atrás la recesión, y ahora, además, con el sello de una inflación disparada, de magnitud desconocida.
Díaz-Canel se enorgullece de haber “saltado por encima de la adversidad, y vencer la adversidad, dando un ejemplo tremendo al mundo”. Pero ¿qué ejemplo ni qué cuatro cuartos, cuando la economía cubana se encuentra entre las que más han caído por la crisis, introdujo por orden de los dirigentes comunistas la nefasta Tarea Ordenamiento, provocando que los efectos de la recesión fueran mayores?
Falso. Basta de engaños a la gente. Todos los ámbitos de la economía funcionan de forma deficiente, y en particular, en la producción de alimentos, el fracaso es más que evidente. Además, la brecha social con las tiendas que venden en MLC se abre de forma notable y los cubanos con acceso a divisas viven mucho mejor que el 70% de la población que solo maneja pesos cubanos.
Insistir en la Estrategia y aferrarse a ella, tiene poco sentido. La corrección de los desequilibrios sociales brilla por su ausencia, y la inflación descontrolada hace estragos en el bajo poder adquisitivo de la población, sobre todo, de los sectores vulnerables. El ahorro no es defendido con medidas adecuadas, y pierde su poder adquisitivo conforme aumenta la inflación, en tanto que no hay una sola medida que ayude a mejorar la eficiencia del sistema, en su conjunto.
Miedo produce que Díaz-Canel vincule la actualización de la Estrategia con la naturaleza revolucionaria de las medidas. ¿Es que no se cansa? ¿No tiene bastante con seis décadas de fracasos revolucionarios? Medidas revolucionarias; no, gracias. Transformadoras, sí, pero esos dos conceptos tienen poco que ver, cuando se aplican en Cuba.
La transformación que necesita la economía cubana está en las antípodas de la revolución, y consiste en apostar por un marco jurídico estable que respete los derechos de propiedad, la libertad de elección de todos los actores económicos y personas, y el mercado como instrumento de asignación de recursos. Todo lo demás, de inspiración revolucionaria, sobra.
Cuanto antes se den cuenta, mejor. La Estrategia de Díaz-Canel no va a servir ni para aumentar la producción de alimentos, ni el suministro de medicamentos, ni la mejora del transporte público y de carga, ni la formación más adecuada de los precios, ni a mantener estabilidad en el Sistema Eléctrico Nacional, ni siquiera aprovechar mejor el Presupuesto del Estado, a la atención de las situaciones de vulnerabilidad y a los jóvenes. Para todo eso, hay que transformar la economía en la línea antes descrita y olvidarse de los revolucionarios.
Cuanto antes los comunistas cubanos se desprendan de la Estrategia económico-social, mejor y cuanto menos basen las principales medidas para garantizar el cumplimiento de los objetivos y metas de la economía en el Plan o la Estrategia, mejor.
La dirección planificada de la economía llega a su fin, y hay que promover una participación más activa y un liderazgo económico de los nuevos actores de la economía. Si esas empresas estatales que siguen inmersas en graves pérdidas como consecuencia de la aplicación de la Tarea Ordenamiento pudieran corregir sus ineficiencias, sin el peso del Estado en sus decisiones, la situación sería diferente. No hace falta esforzarse mucho en determinar las causas que han provocado la insolvencia a estas empresas, y las soluciones en términos de gestión, están igualmente claras. El problema viene de querer hacer todo dentro del modelo marxista o socialista, que no está preparado para ello.
La Estrategia tampoco va a servir para el perfeccionamiento del sector empresarial estatal. Las acciones que han sido implementadas para ello en los últimos años no han servido para nada y la empresa estatal sigue sin cumplir ese papel central que le asignan los comunistas en la economía.
Sorprende la propuesta de creación dentro de la Estrategia, de un servicio de gestión de empleo para fomentar la incorporación al trabajo de jóvenes, mujeres, personas en situación de vulnerabilidad y otras de especial interés. ¿Es que acaso se temen lo peor y un aumento sin control del desempleo?
La Estrategia tampoco ha servido para perfeccionar la atención a personas, familias, hogares y comunidades en situación de vulnerabilidad, y no se puede justificar ese fracaso por la falta de un diagnóstico detallado sobre esos casos para poder prestar una atención personalizada. Con seis décadas de dirección económica centralizada, parece que ha habido tiempo de sobra para investigar, estudiar y analizar la susodicha vulnerabilidad.
La Estrategia también plantea el asunto, sin duda controvertido, de la descentralización de las competencias en función de una mayor autonomía de los municipios, que no es tal, ya que lo que se pretende es poner las finanzas locales (superavitarias) a disposición del agujero descontrolado de las cuentas estatales.
Así que mientras los cubanos se empobrecen por una inflación fuera de control, pasan calamidades para poder comprar los alimentos, comprueban que las tiendas que venden en MLC están bien surtidas y que ganar sueldos o pensiones en pesos cubanos es ser pobre, sus dirigentes se dedican a diseñar los “procesos de análisis sobre cómo se vienen implementando las cuestiones que ya se aprobaron, cuál es el procedimiento de control que se realiza en los diferentes lugares para garantizar que realmente la Estrategia cumpla su objetivo”.
En fin, de esto no se come. Y claman, además, que lo hecho en este ámbito es poco.
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