Código de Familias, otro simulacro tardocastrista

Si tan democrático, avanzado y revolucionario es el Código de las familias, ¿porqué se excluye a la emigración del plebiscito convocado por el partido comunista, mayor destructor de lazos familiares en la historia cubana?


Este artículo es de hace 2 años

El tardocastrismo tiene en marcha un simulacro político con el Código de Familias, para alegría de zurdos y rosados europeos y estadounidenses y cándidos cubanos; creídos que un descampado totalitario, anulador de individualidad y ciudadanía, pueda garantizar derechos civiles.

Estamos ante la enésima operación de imagen de la dictadura más antigua de Occidente para comprar tiempo político, apoyada por la progresía mundial; incluidos opositores y gusañeros, anhelantes siempre de un gesto; un pequeño guiño y no una señal colosal de La Habana, para avivar el ruido mentiroso que el comunismo es reformable y que los totalitarios son buenos muchachos.


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Si tan democrático, avanzado y revolucionario es el Código de familias¿porqué se excluye a la emigración del plebiscito convocado por el partido comunista, mayor destructor de familias en la historia cubana?

¿Cómo se puede armonizar tan moderna legislación sobre familias con una Constitución y Código penal estalinistas?

¿Qué familia puede proteger una dictadura que separa a hijos y padres y castiga durante ocho años a miembros de brigadas de compra-venta de servicios médicos, que abandonan la disciplina de rebaño?

¿Qué familia puede proteger un régimen comunista que encarcela jóvenes y adolescentes, incluidos menores de edad, por protestar pacíficamente contra sus designios, y los condena a largos años de prisión?

¿Qué familia puede proteger un gobierno corrupto que hambrea y no puede curar a millones de cubanos; aplastados por la pobreza, desigualdad, hiperinflación y dolarización de la economía?

¿Qué familia puede proteger una casta verde oliva y enguayaberada que destierra, inxilia y excluye al que discrepa?

¿Qué familia puede proteger una política económica anticubana que antepone inversiones baldías y compra de un arsenal de medios antidisturbios a la salud pública, programas sociales, generación eléctrica, abastecimiento de agua potable, plantas de oxígeno medicinal y las víctimas de epidemias como el dengue?

¿Qué familia puede proteger un sistema jinetero que parasita remesas familiares, operaciones comerciales de pequeños y medianos empresarios privados, castiga con tasas consulares abusivas a la emigración y decide arbitrariamente qué cubanos pueden entrar y salir al país?

¿Qué familia homosexual puede proteger un cuartel que filma subrepticiamente la vida íntima de opositores para asesinar su reputación?; contando con las ventajas que proporcionan la tradicional homofobia nacional y el machismo-leninismo.

El inconveniente en Cuba no es ser gay o lesbiana, sino ser homosexual opositor o apático como Reinaldo Arenas, Lidia Cabrera y muchos otros, que jamás saldrán en las crónicas de Indias, pese al calvario que sufren y sufrieron cotidianamente.

Creer que avances parciales en los derechos de elegidos colectivos, siguiendo la norma de lo políticamente correcto impuesta por el establishment mundial, para alborozo de ingenuos, contribuirá al pleno reconocimiento de libertades políticas y civiles de los cubanos resulta fantasioso y hasta cínico, según el caso.

La asignatura pendiente en el mundo contemporáneo, incluso en democracias consolidadas, es la aceptación del diferente y la eliminación de guetos sectarios, que solo agreden al otro porque el sistema los mantiene a raya con el miedo a perder migajas.

Cuba necesita que se reconozcan todos los derechos ciudadanos, sin entrar en divisiones absurdas entre heteros y homosexuales, base material de estudio del CENESEX y sus altoparlantes.

El resultado de la votación da igual; aunque los soñadores anden echando cuentas, la Constitución y el conjunto de leyes estatales garantizan la infabilidad del partido comunista, facultado para incluso fusilar a quien se oponga a sus designios de infelicidad y pobreza eternas.

Las tácticas de poner zorros a cuidar gallineros y a pirómanos a administrar polvorines son más viejas que la tos y la mayoría de los cubanos saben, a estas alturas del dominó trancado, que del Palacio de la Revolución solo pueden esperar sangre, sudor y lágrimas; fiel al espíritu jesuita que lo habita desde 1959, cuando un monólogo totalitario se apoderó de la nación; con la entusiasta aquiescencia de la mayoría suicida, cooperante necesaria del ángel exterminador; incluidos quienes aun creen que el cocodrilo es animal de compañía.

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Carlos Cabrera Pérez

Periodista de CiberCuba. Ha trabajado en Granma Internacional, Prensa Latina, Corresponsalías agencias IPS y EFE en La Habana. Director Tierras del Duero y Sierra Madrileña en España.


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