Esto no puede ser no más que una declaración de amor, quisiera fuera una canción que abarcara la grandeza del novio de Yolanda, con carné de identidad a nombre de Pablo Milanés Arias; Pablo para la burocracia que se creyó revolucionaria, y Pablito para familiares, amigos e incondicionales de un mulato nacido pobre, pero lleno de sensibilidad y metáforas insoslayables, como buen hijo del son y el filin; eterna melancolía cubana.
Morirse en Madrid no fue azar, sino elección coherente con su decisión de distanciarse del castrismo y su epílogo; harto de plegarias irracionales y embullos pasajeros como el de Obama, del que avisó con claridad y contundencia; y confirmación de su evolución política y personal, que posibilitó su amargo tránsito de será mejor hundirnos en el mar a su dolor inconsolable por los millones de cubanos ahogados en el Estrecho de La Florida.
Pablo tuvo la gallardía de prestar su voz crítica a quienes se la habían arrancado de cuajo en sucesivas ofensivas revolucionarias; sabiéndose carne de UMAP y otras maldades del totalitarismo castrista, que lo persiguió hasta el final, con esa simplona manía de héroes y traidores que acongoja su alma podrida; jodiéndolo hasta el final, intentando hurtarle el espacio que merecía para su último concierto en La Habana, donde cubanos valientes obligaron a la dictadura más vieja de Occidente a dar marcha atrás, para seguir cogiendo impulso lapidador.
La generación 1940-1960 es de las más machacadas por el castrismo, que persiguió la rareza de sus canciones y de las de Silvio Rodríguez; hasta que llegó Haydée Santamaría y promovió un encuentro con Fidel Castro, en su Casa de las Américas, para que conociera y dialogara con los muchachos de la Nueva Trova.
Pablo era muy versátil como músico y rindió tributo al son, en un disco inigualable con Luis Peña, el Albino; long play irrepetible, pero sin la fortuna de Buena Vista Social Club, bautizado por padrinos como Win Wenders y Ry Cooder; asombrados de la armonía y sandunga de músicos desechados por el implacable, el que pasó y la desconfianza del poder hacia todo lo republicano; mientras la salsa recaudaba millones con catálogo cubano; sin pagar Derechos de autor a quienes permanecieron dentro de la revolución náufraga.
A esta hora, doliente para Cuba, no faltarán auras tiñosas revoloteando sobre los restos del genio; sacando a relucir su antiguo compromiso político; como si hubiera sido excepción y no mayoría; pero así los Torquemadas ensayan su funeral contra Silvio Rodríguez; ya el último mohicano de la vanguardista Nueva Trova Cubana y cada vez más alejado de la reistencia creativa.
De Pablo y su obra lírica se seguirá hablando y cantando en el siglo XXII y más; pero nadie recordará la bulla totalitaria de CVPs del pensamiento, incapaces de desprenderse de la maldad censora que aprendieron desde chiquiticos y ahora exhiben y practican a degüello; a ambos lados de la tragedia de Cuba; incluidas ratas extranjeras, amaestradas por La Habana; a las que tirarán por el balcón, como hicieron con Isa Dobles, Che Guevara y Robert Vesco.
Un hombre vale en la medida que sirve a sus semejantes y Pablo sirvió mucho y bien a sus compatriotas y a millones de seguidores en todo el mundo, que están de luto porque se apagó una voz auténtica, contradictoria y sublime; como esta letra de Marta Valdés, gran dama del filin, que se antoja epitafio en esta triste y fría mañana otoñal: Cómo esperas que me aleje si te quiero/ no hagas caso de mi frases son los celos/Fíjate bien, comprende mis ojos no saben mentir/todo lo he dicho por juego creo en ti, creo en ti..."
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