El penúltimo perfomance de Lis Cuesta Peraza confirma la inútil masificación de doctorados y másteres en Cuba y revela la vanidad y narcisismo de la esposa del presidente que; desde adolescente en su Holguín natal, intentaba evadirse de un hogar disfuncional buscando parejas de familias prestigiosas y cargos de la nomenklatura castrista.
Categorías académicas son otra meta de la inservible ofensiva de producción y defensa, masificando la titulitis aguda, cuando en un país pequeño debería ser cifra contenida y orientada a las necesidades reales de la nación, incluida la deteriorada educación.
Los servidores públicos, especialmente aquellos que aseguran simbolizar valores proletarios y de igualdad entre mujeres y hombres, deberían evitar todo alarde materialista e insensato y ser ejemplos para las nuevas generaciones a las que pretenden educar en estudio, trabajo y fusil.
Un reloj Cartier, símbolo del lujo capitalista, aunque sea una imitación comprada en el bazar de Ankara o similar, es un insulto a la pobreza y, especialmente a millones de mujeres cubanas carentes hasta de una Íntima para protegerse durante su menstruación.
Un Cartier en la muñeca de Lis Cuesta Peraza revela el narcisismo y la vanidad de quien lo exhibe ante hambreados, mal vestidos, enfermos e infelices. Hay que tener muchos guayabitos en la azotea para especular ante una legión famélica; pero los nuevos ricos caprichosos no hay tarde que no enojen a la masa.
¿Cómo pagó ese reloj la señora Cuesta Peraza, alcanza su sueldo de funcionaria del Ministerio de Cultura para tamaño dispendio? Si fue un regalo, debería depositarlo en la oficina habilitada al efecto, que existe en la casa de 160, detrás del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNIC) o entregarlo a Patrimonio Nacional.
Aunque no lo parezca, los símbolos externos retratan la personalidad de sus afortunados poseedores y esas caquitas se anotan en el expediente de los vigilados para usarlos en caso de necesidad de salvar la revolución y el socialismo.
En el file de la no primera dama consta que la compañera Cuesta Peraza, hija de padre infiel y madre traicionada, estableció una relación amorosa con el entonces rector de la Universidad de Holguín, casado, y con quien concibió su único hijo. Mujer valiente para algunos; roba maridos para otras, incluidas las amigas de toda la vida de la esposa villaclareña del presidente, que no la pueden ver ni en pintura y no dejan de ponderar en público a la traicionada -definiéndola como mujer bonita, inteligente, sensata y prudente- y maldecir al Judas de portañuela.
La adolescente Lis, descubrió -gradualmente- que su padre, ahora jubilado como coronel de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), solía emborracharse y traicionaba a su esposa con otras mujeres; e intentó huir de aquella fatalidad doméstica, relacionándose con jóvenes de buenas familias, como un estudiante de Medicina, cuyos padres católicos no estaban integrados a la magna obra de la que ella y su actual marido se declaran continuidad.
El padre del muchacho fue uno de los tres médicos holguineros que no renunciaron al ejercicio de la Medicina privada y a su consulta acudían cientos de pacientes de la ciudad y la provincia, conocedores de sus certeros diagnósticos y proverbiales decencia y amabilidad.
Para la dulce Lis fue su primer intento de coronación, que no fructificó; quizá porque elevó la mirilla; pero pasearse por Holguín de la mano de aquel joven de familia distinguida le ponía el corazón contento y lleno de alegría; elevaba la quijá y caminaba como la mujer de Antonio, cuando sale del mercado.
En la universidad holguinera, diversas fuentes aseguran que Cuesta adquirió un título de Maestría con una tesis copiada de un trabajo de una compañera de estudios, que nunca se ha atrevido a denunciarla por miedo a represalias; sabiendo -como sabía mucha gente en la ciudad nororiental- que era la querida del rector y después del entonces primer secretario del partido comunista en la provincia; a quien luchó con zalamería.
Las relaciones personales pertenecen al ámbito privado de las personas y que cada cual cargue con su maletín, pero cuando se usan vínculos afectivos y sexuales para trepar en pos de la gloria efímera y rápida; entonces la naturaleza de las uniones cambian y prostituyen valores permanentes como el amor y la lealtad.
Un esperpento, como el protagonizado por Lis Cuesta Peraza, solo genera otros peores como ese escarnio guatacón de Abel Prieto, vendiendo la defensa de la tesis de la esposa del presidente como escena virtuosa; cuando solo se trata de Vanidad/ con las alas doradas/ yo pensaba reír y hoy me pongo a llorar... Allá ellos que son blancos.
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