La economía cubana sigue cuesta abajo en la rodada, fruto de largos años de empecinamiento comunista y el miedo de la casta verde oliva y enguayaberada a asumir reformas que toquen las bases del sistema totalitario.
El lamentable y terrible sismo en Turquía acaba de abrir un boquete en la línea de flotación del tardocastrismo; amasando una cochambre económica, copiando lo peor de geografías remotas y dictatoriales; porque la meta consiste en conservar el poder, no fomentar la prosperidad y felicidad de los cubanos, a quienes solo la democracia y riqueza hará libres y prósperos.
Cuando el deshielo norteamericano de 2016, Raúl Castro confesó que no había sido capaz de generar consenso entre la dirección revolucionaria para asumir el reto; es decir, que el comandante en jefe no estaba por la guara con el hermano Obama y su eterno segundo decretó Chirrín chirrán.
Marino Murillo Jorge aparecía entonces como el arquitecto de las reformas, que fueron acortándose y apagando, una tras otra, hasta el punto que sus Lineamientos tardaron diez años en ver la luz y seis meses en provocar la primera manifestación popular de gran magnitud contra el castrismo, el 11 de julio de 2021.
El compañero Murillo dejó de ser miembro del Buró Político, vicepresidente y tampoco ha sido designado para diputado; menos mal que conserva la pinchita en el tabaco y una de sus hijas, que escapó a Tampa por amor, lo salva mes a mes con lo que puede.
Murillo solo es el último de la larga cola de apóstoles económicos guillotinados por el castrismo, con las excepciones de Fidel Castro; que ejerció como presidente de la Junta Central de Planificación (JUCEPLAN) entre 1960 y 1964; Osvaldo Dorticós, que simultaneó la presidencia de la República con la de JUCEPLAN, entre 1964 y 1976, y Ricardo Cabrisas Ruiz, que conserva la llave negociadora con las once mil vírgenes a las que Cuba debe millones de dólares.
El resto de los tronados son, por orden cronológico; Regino Boti, que fue ministro de Economía en 1959; Humberto Pérez González, hombre de Raúl Castro y protagonista de la etapa menos mala del castrismo en PIB, consumo y servicios, defenestrado por el comandante en jefe por merolico y que ahora intenta influir, pero no lo escuchan.
José López Moreno (Lopito) relevó a Pérez en la JUCEPLAN, donde cesó en 1990; para dar paso a Antonio Rodríguez Maurell, que se jamó la crisis provocada por el derrumbe del comunismo y aguantó en el cargo hasta 1995; cuando aún no había aparecido Hugo Chávez como el Lucero del alba para el tumbador en jefe.
Antes, Lopito había sido ministro de la Construcción y Rodríguez Maurell de Precios (Comité Estatal made in URSS) y del Azúcar; méritos notables para un Técnico Medio en Construcción Civil, fallecido en 2004.
Osvaldo Martínez Martínez, el más breve en el cargo, enero a mayo de 1995. José Luis Rodríguez García, ministro de Economía entre 1995 y 2009; antes había sido titular de Finanzas y Precios; pero la limpieza raulista lo desalojó del aparato y las canonjías adyacentes.
Y en eso llegó Marino Alberto Murillo Jorge, el único que ha repetido como ministro de Economía; de 2009 a 2012 y de 2014 a 2016; entre sus dos etapas, ejerció el cargo Adel Yzquierdo Rodríguez, que fue relevado por el incombustible Ricardo Cabrisas Ruiz, hombre útil a Fidel y Raúl Castro y veterano alto oficial de la Inteligencia, con el pseudo de Cristal, en dilatada comisión de servicios, desde sus tiempos en el Ministerio de Comercio Exterior.
Todos esos hombres dedicaron años de sus vidas a la economía cubana; se esforzaron y acertaron y cometieron errores -unos más que otros, pero todos cumplieron órdenes de Fidel y Raúl Castro- que nunca asumieron sus responsabilidades en la destrucción de Cuba.
La liturgia de la dictadura más vieja de Occidente se repite cíclicamente, encumbrando temporalmente a un empleado de lujo que termina decapitado cuando la tozuda realidad económica derrota a la maquinaria totalitaria; que siempre dispone de suicidas; bajo la regla que uno se hace corsario para toda la vida.
En esa rueda nefasta, el próximo en caer será Alejandro Miguel Gil Fernández, más flojo políticamente que sus antecesores; solo hay que verlo cantinflear, y que acaba de ser designado para diputado por Alquízar, donde no lo conoce nadie, aunque estos días recorra el pueblo engañando a los vecinos; como deben hacer el resto de diputados porque el cuartico está peorcito.
Murillo ya no está, no cuenta; como muchos otros que murieron esperando a que Fidel Castro los visitara para darle una explicación y esos que sobremueren jubilados; víctimas de la suciedad a la que se entregaron incondicionalmente, creyendo que el futuro pertenecía por entero al socialismo; a cambio de una casa confortable con teléfono, un carro y los embullos pasajeros del decapitador en jefe: experto en simulación de afecto e ira, según las necesidades de la causa.
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