El tardocastrismo, dividido y decadente, ha apelado a la torpe Seguridad del Estado para que haga de sargento político en las elecciones del 26 de marzo, pese a que no podrán concurrir contrincantes ni observadores independientes y se votará a lápiz, como siempre.
La novedad de la Operación Sinapsis es que la viejas técnicas de manipulación se redoblan en redes sociales, a las que la dictadura más vieja de Occidente teme más que a un ciclón por su estupidez de creer que la causa del malestar de los electores está en Facebook o Twitter y no en su desastroso y anticubano gobierno.
En el patiñero tardocastrista se nota la asesoría de empresitas extranjeras, piratas oportunistas que venden humo porque no tienen ni idea de la práctica política.
En democracia, las elecciones se ganan entre el día siguiente de las elecciones y los dos primeros años y medio del mandato o legislatura; porque según se acerca la votación, decrece proporcionalmente la credibilidad de los candidatos.
El tardocastrismo no tiene ese problema; el fraude está garantizado de antemano por el sistema totalitario, con el partido comunista y la Seguridad del Estado como mecaniqueros, a través de las comisiones de candidaturas.
Pero Díaz-Canel está en una encrucijada complicada; no consigue consolidar su liderazgo ante los cubanos; en lo que influyó decisivamente su suicidio político el 11J, ni frente a los dos clanes en que se ha dividido la egoísta y necia casta verde oliva y enguayaberada.
Cual cangrejo en un tanque de miel, Díaz-Canel se pone a simular que es demócrata y acaba como Chacumbeles, muerto en vida porque nadie le cree, ni siquiera ya sus aliados tácticos como López Obrador, Petro y Lula; que no entienden su sordera permanente e interesada.
China y Rusia no van a arriesgar sus vínculos con Estados Unidos por la insignificante Cuba, aunque le sigan dando limosnas para mantener el chinchalito jinetero; como hacen Venezuela y Viet Nam.
Ya podrán anunciar el 26 de marzo que el compañero Díaz-Canel obtuvo el mil por ciento de los votos, Marrero el 900 y Raúl el millón; nada cambiará en Cuba, que irá a peor porque no produce nada, salvo presos, exiliados, inxiliados, amargura, frustración y desencanto.
Hasta los revolucionarios que voten por todos, por la patria y toda esa sarta de sandeces totalitarias, quieren cambios porque Cuba hace años cambió y el inmovilismo sigue viviendo en el Palacio de la Revolución, que se fue a bolina, como las ilusiones y vanos empeños.
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