No iré a votar. No creo en unas «elecciones» que no eligen a nadie. La votación ya está hecha desde que a un grupo de personas se les otorgó la potestad de decidir por nosotros, como si nuestra capacidad de elegir no bastara, como si pudiera pasar inadvertida la ofensa al sentido común y a la dignidad que ello representa.
¿Con qué moral exponer que esos diputados integrarán «un parlamento que en su conjunto es lo más parecido a la sociedad cubana»? ¿Están acaso representados el porciento de ciudadanos dispuestos a plantarle cara a los líderes de un proceso que coarta el derecho a cuestionarlos, y exigirles cuentas por la responsabilidad que asumen? ¿Hay uno solo de los que serán ratificados mañana que tendrá el valor de recordarle al gobierno que está ahí para servirnos y no para que le guardemos «eterno agradecimiento» por (in)cumplir con ello? ¿Alguno de ellos le preguntará a los del podio cuánto le costó a nuestra depauperada economía la inusual y machacona campaña electoral de la que hemos sido testigos, pagada con el bolsillo de los trabajadores?
La aplastante mayoría de militantes del Partido Comunista de Cuba que engrosarán en lo adelante esas aburridas sesiones de votación unánime no responde a que los 11 millones de cubanos entienden que en ellos están concentradas «la inteligencia, el honor y la conciencia de nuestra época», sino porque una cúpula de poder inamovible maneja a su antojo los resortes de una política que los hace sagrados, para imponer un acápite constitucional que los sitúa por encima de Dios y hace del socialismo un sistema irrevocable por decreto.
¿Estarán en la Asamblea Nacional las voces incómodas, aquellas que pueden introducir un legítimo debate sobre los asuntos que nos conciernen? ¿Estarán allí los que disienten de las políticas oficiales y del sistema mismo? ¿No son cubanos también? ¿Cómo asegurar que un puñado de instituciones financiadas, orientadas y dirigidas desde el poder y que son calificadas como «organizaciones no gubernamentales» representen a la sociedad civil, como si otros grupos sociales de poderoso protagonismo no militantes del PCC, religiosos, LGQTB, animalistas... no tuvieran derecho a pedir la palabra en el Palacio de las Convenciones en similar proporción a su existencia misma? ¿La que saldrá mañana de los colegios —a los que podré asistir de todas formas aunque esté de paso por Guamuta— será una composición «diversa y equitativa» del Parlamento? ¿En serio?
«Los diputados no perciben remuneración por esa labor». Muy mal eso. Es un trabajo más desagradecido que cualquier otro si el gallo cantara, si los dos y únicos periodos de sesiones de cada legislatura —para que más, en Cuba no hay mucho que discutir— no pareciera una competencia de loas a la exquisita labor de los de arriba. En casi medio siglo de existencia, en la Asamblea Nacional no se ha oído una sola voz que replique la de las calles y cuestione a quienes nos dirigen.
Que alguien me diga hasta cuándo miraremos impertérritos que somos uno de los pocos países, para no decir el único, que no deja votar a sus connacionales de la diáspora, con igual derecho a decidir los destinos de la patria. Con vistas a cumplir el programa del Moncada, ¿se permitirá como excepción «votar por todos» a los Moncada que participaron en el Clásico Mundial de Béisbol?
Si aceptamos que votar por todos «representa apostar a la unidad y cohesión del pueblo», estaríamos refrendando que la elección de los delegados de circunscripción es un atentado a dichas unidad y cohesión, pues allí sí que no hay problema en que haya más candidatos que representantes a elegir. ¿No es una demostración tácita de que ser delegado no es ostentar poder alguno y de que en los sucesivos pasos de selección se arriesgaría la inamovilidad de los que las comisiones de candidatura —orientadas desde el PCC— asignan como «candidatos»? Si «votar por todos» voto de calidad le llaman, porque elegir al que nos dé la gana no la tiene es el non plus ultra del proceso electoral cubano, ¿no sería lo realmente democrático que existiera otra casilla para «votar por ninguno», sin necesidad de que miles de jóvenes dediquen su tiempo a «enseñarnos» a hacerlo?
No me siento representado por el Parlamento. Tampoco por el presidente y su vice, ni por quien está al frente del Consejo de Estado. Vaya paradoja que ni siquiera a los 470 diputados, esos que llegan ahí porque son lo más excelso de nuestra sociedad, se les brinde la posibilidad de escoger, entre más de una propuesta, a los máximos actores del poder. Digámoslo claro: Canel está ahí porque lo escogió Raúl Castro. Este último hasta anunció en un discurso la cantidad de años que Miguel Díaz-Canel estaría al frente del Gobierno —no importa si elecciones por medio— y los quinquenios que sería primer secretario del Partido, cargo para el cual ni siquiera había sido elegido entonces.
Yo quiero una Asamblea que abogue por la inmediata excarcelación de los jóvenes del 11J, aun la de aquellos que cometieron actos de bandolerismo y hoy sufren de excesivas y vergonzosas penas. Quiero que mi diputado —no el que vive en Siboney y no tiene que sortear los baches de Santos Suárez— se indigne con el destierro o la «regulación» de un solo cubano por hechos que nada tienen que ver con la seguridad de la nación, y denuncie por violar la carta magna de la República a quien lo hizo u ordenó.
Ya saldrán los cartelitos a juzgarme. Reto a todos los que los enarbolan que se sienten con nosotros, los «confundidos» —no en una unidad de la PNR ni en una oficina del MININT de superior categoría- a polemizar desde el argumento y las convicciones, esas que a fin de cuentas son el sostén de la verdadera unidad.
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