Carlos y Yensi, los jóvenes que hicieron una moto acuática para escapar de Cuba tras la represión del 11J: “De verdad pensé que ese día era el final”

Los jóvenes ahora tienen un bebé pequeño en Nuevo Orleans, y se encuentran en busca de trabajo.

Carlos, Yensi y su bebé / Jet Ski © CiberCuba
Carlos, Yensi y su bebé / Jet Ski Foto © CiberCuba

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Este artículo es de hace 1 año

En enero de 2022 Carlos Fonseca y Yensi Arias buscaron en youtube cómo hacer un jet ski para salir de Cuba y se lanzaron al mar en aquella armazón de madera, metal y fibra de vidrio el 20 de junio de ese año convencidos de que llegarían a Estados Unidos.

Sin embargo, a los cinco minutos de iniciar la travesía el invento se hundió frente a la base militar de Tarará y debieron regresar a la costa, casi muertos y quemados por el sol.


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Carlos, un carpintero de 32 años, dijo que la historia que lo empujó a realizar aquel artefacto inició el 11 de julio de 2021, cuando salió a las calles durante las históricas protestas en la isla y luego permaneció encarcelado 15 días. El acoso de la Seguridad del Estado después de ese hecho fue brutal: lo citaban constantemente y lo amenazaban con procesarlo por supuesta compra ilícita de madera.

11J en el Capitolio de La Habana. Carlos Fonseca, cortesía para CiberCuba

Yensi Arias –la esposa de Carlos– tiene 24 años, fue la mejor alumna de su clase de la carrera de Enfermería en la universidad y aunque nunca estuvo vinculada a lo militar fue ubicaron en el exclusivo Centro de Investigaciones Médicas Quirúrgicas de La Habana, conocido como CIMEQ. Pero desde que Carlos fue detenido por el 11J ella también comenzó a vivir un infierno, e incluso fue trasladada de la sala donde trabajaba y colocada otra área del hospital.

Con el cerco cada vez más estrecho la pareja decidió cruzar el Estrecho de Florida y refugiarse en Estados Unidos. Ahora viven en New Orleans, donde tienen un bebé de dos meses y enfrentan un serio desafío para encontrar trabajo.

CiberCuba los contactó y nos relataron su historia.

Carlos, Yensi y su bebé. Carlos Fonseca

El 11J cambió nuestras vidas

Carlos: “En Cuba era carpintero y ahí yo trabajaba y vivía más o menos bien, me defendía, pero no tenía en la mente irme del país. Llegó el 11 de julio y yo estaba en casa de una prima en la noche anterior y ahí estaba hablando de política, porque era un momento difícil con todo el tema del COVID-19 y cuando al día siguiente veo lo que está pasando en San Antonio de los Baños y empiezo a buscar en internet y ver lugares donde la gente se estaba manifestando en La Habana, me fui en una máquina para el Capitolio”.

“Nos bajamos en el parque el Curita y fuimos al Capitolio a protestar; eran las 2:00 pm pero no estuve ahí ni 20 minutos. De repente veo que unos tipos le están dando a un muchacho contra una reja y trato de defenderlo pero me meten una llave, me cogen por el cuello, y me meten a la patrulla con otras dos personas y me llevan para la estación de Zanja”, explica.

Carlos llamó a su esposa desde la patrulla, hizo un video mientras era trasladado en ella y luego le quito la micro SD al teléfono y la escondió en el bolsillo de su pantalón, una decisión que le quitaría el sueño durante las noches posteriores.

Carlos en una patrulla policial el 11J. Carlos Fonseca

"Me metieron en un calabozo con 100 y pico de personas. Nosotros hasta ese momento pensábamos que se iba a meter el pueblo para dentro de la unidad de Zanja y estábamos dando guerra. Pero era horrible, éramos más de 100 personas en un calabozo que tenía una sola ventanita, en pleno julio, estábamos ahogados ahí adentro”.

“A las 3 y pico me sacan, me meten para un cuartico, me quitan el teléfono y cuando salgo al patio me esposaron y me metieron a una guagüita que me llevó para 100 y Aldabó”.

“Cuando nos bajamos del carro aquello parecía de película, 100 guardias esperándonos que nos cogieron por el cuello, y pensábamos que nos iban a fusilar. Nos dijeron “no miren pa´atrás, caminen hacia la pared”. “Ahí pensé que era el final, que nos fusilarían a todos”, dijo.

Cuando entraron todos a la estación de 100 y Aldabó los guardias fueron llamando uno a uno para revisarlos: “Nos desnudaron, nos dieron el uniforme y nos metieron a una celda”, relata Carlos, quien afirma que para ese entonces ya eran las 3:00 am del 12 de julio.

El joven estuvo dos semanas en esa cárcel al suroeste de La Habana bajo condiciones infrahumanas. Allí se duerme en una bandeja de hierro, en cuartos de 2x3 metros en una colchoneta podrida de churre y cortada en trozos. Hicieron unos calores infernales y el cuarto estaba cerrado completamente, los guardias pasaban el día ofendiendo a los manifestantes, relató.

En las entrevistas con los oficiales del régimen que se sucedían diariamente en la prisión Carlos sostuvo que no estaba protestando en el Capitolio: “Yo fui a comprar barnís porque soy carpintero, y me asomé a ver el alboroto que había en La Habana Vieja”, les dijo varias veces a las autoridades, las cuales amenazaban: “Trata de que no te veamos en un video”.

Construyendo un jet ski. Carlos Fonseca

“Nos interrogaban diariamente y yo me mantenía con la historia de la carpintería, que era sin licencia porque no tenía vínculo con Bienes Culturales, y sin ese contrato el régimen no te permite comprar madera”, explicó.

Finalmente Carlos salió de allí un sábado con una petición fiscal de 3 a 5 años por incitación, desorden público y atentado; no había tenido acceso a su ropa y temía que le descubrieran la micro SD que había escondido en el bolsillo de su pantalón mientras estuvo en la patrulla.

Cuenta que en esas noches llegaron a 100 y Aldabó presos que tenían la espalda marcada de tonfas. “Llegaron traumatizados porque las manos de golpe eran salvajes, los muchachos se orinaban en la ropa cuando sentían acercarse a algún oficial”, afirmó.

Allí había dos jóvenes que gritaban por la noche “ya, mátenme ya” y otro que se habría tratado de ahorcar en la propia celda. En esos 15 días hubo, que él supiera, dos intentos de suicidio, comentó. En la comida daban arroz blanco con una sopa con picadillo, y en la mañana un agua de chocolate malísima, explica Carlos, quien durante varios días no tuvo acceso a la comunicación con sus familiares.

Yensi: La esposa de Carlos estaba trabajando en el CIMEQ cuando recibió su llamada desde la patrulla: “Me llevan para Zanja, me llevan para Zanja”, le dijo él, mientras del otro lado una reunión en el hospital convocaba a los trabajadores a permanecer en la instalación 72 horas por si era necesario subirse a una guagua y “salir a dar palos”.

Ella se negó y salió para su casa, en el Diezmero. Contactó a un amigo de la familia y trató de localizar a Carlos en la estación, pero le dijeron que ya no estaba allí. Alguien le dijo que habían llevado a los manifestantes para 100 y Aldabó y después de eso pasó varias horas, todos los días, parada frente a la estación a la espera de que la dejaran verlo.

Contactó por teléfono con una teniente coronel, de nombre Daymara, y le recordó que el inciso B del Código Penal decía que el detenido tenía derecho a hablar con los familiares, y habían pasado 11 días sin que la familia supiera de Carlos.

Construyendo un jet ski. Carlos Fonseca

“Me respondió que me esperaba al día siguiente a las 8:30 am en 100 y Aldabó y cuando llegué era un carnaval de familiares lo que había allí. Ella me mandó a una oficina con una instructora y como a las 2:40 pm me llevó al piso donde él estaba”.

“Me sientan en una sala y cuando Carlos se paró delante de mí no lo conocí, lo reconocí por un tatuaje. Yo no podía hablarle, me lo habían prohibido, y entonces solo le apretaba la mano para que sintiera que todo estaba bien, hasta le habíamos buscado un abogado”, recuerda Yensi.

El sábado de la libertad

El sábado le dijeron a Carlos que recogiera todo. “Yo pensé que me iban a trasladar a una prisión”, afirmó. “Me dieron a firmar un papel y me explicaron que era mi fianza. Yo salí temblando. Me dijeron que me iban a soltar pero que no podía aparecer en un video. Era sábado y cuando me entregaron la ropa toqué rápidamente mis pantalones. Sentí que la micro SD estaba ahí y empecé a temblar muy fuerte. No podía creerlo, sentía que se me podía escapar mi libertad en un instante si descubrían la memoria”, reveló.

Yensi cuenta que Carlos llegó a la casa cambiado, no dejaba de hablar de los presos que seguían en la cárcel, entre ellos el opositor Roberto Ferrer, con quien compartió celda. Se quedaba mirando al vacío largas horas, como en otro mundo, dice la joven.

El domingo, un día después de haber salido de la cárcel, Carlos fue citado para la Cuarta Unidad de Ayestarán, en lo que sería el inicio de largas jornadas de presiones y amenazas que le hicieron perder hasta el cabello.

“Cuando llego me asignan a un agente de la Seguridad del Estado que empieza a presionarme sobre la carpintería. Puedes incurrir en un delito de Actividad Económica Ilícita porque tú no puedes comprar madera”, le recordó el represor.

“Me dieron a firmar un papel donde yo, Carlos Fonseca, me comprometía a no protestar más ni a manifestarme contra el socialismo”, comentó.

Luego allanaron la casa donde vivía la pareja, le revisaron la carpintería, pero vieron que sus equipos eran “tarecos inventados por mí y no me quitaron nada”, detalla.

No obstante, dijo, “me amenazaron con que si encontraban madera me iban a procesar”. Siguieron meses de citaciones, amenazas para que buscara empleo, e incluso le propusieron colaborar con ellos a cambio de la licencia de carpintero.

“Tú nos ayudas en el barrio a decirnos los que se portan mal y nosotros te ayudamos”, le propusieron los agentes del régimen. “Ah tú quieres que yo sea chivato”, respondió Carlos, a lo que el oficial dijo “no lo digas así que se oye feo”.

Tenemos que irnos

Carlos cuenta que vendieron todo lo que tenían en la casa para irse del país por Nicaragua, pero “cada vez que iba acercándome a los precios de los pasajes, estos se elevaban aún más y se me alejaban”.

Por su parte, Yensi no podía salir por esa vía. Como era enfermera del CIMEQ estaba regulada y no la dejaban sacar el pasaporte. Cuenta que tras los sucesos del 11J el Hospital completo se tuvo que quedar tres días de guardia, la sacaron de la sala donde trabajaba y la trasladaron al Cuerpo de Guardia externo.

Construcción del Jet Ski. Carlos Fonseca

“La seguridad del hospital me acosaba constantemente. Siempre en ese hospital te tenían bajo investigación y cuando supieron que Carlos había sido detenido me trasladaron, de las mejores salas, para el Cuerpo de Guardia, donde se atiende al cubano de a pie”, aclara.

Con el cerco estrecho cada vez y sin posibilidad de salir legalmente decidieron irse por mar. “En enero de 2022 empezamos a investigar cómo hacer el Jet Ski”.

Carlos afirma que el 11 de julio le demostró que “tú no puedes salir a enfrentarte a un ejército con piedras. El pueblo solo no puede. Yo salí sin miedo ese día y después fue una gran decepción. Salí porque de verdad pensé que ese día era el final”.

La moto acuática:

Carlos gastó sus ahorros para Nicaragua en hacer un jet ski. Invirtió en fibra de vidrio, madera y metal, y rompió las paredes del cuarto de su abuela para fabricar dentro de la habitación el invento que lo sacaría de Cuba.

“El aparato lo hice en el cuarto de mi abuela, y tuve que tumbar la pared para sacarlo. Para secar la fibra de vidrio tuvimos que desarmar las tejas del techo porque necesitábamos que cogieran sol”, explicó.

Construyendo un jet ski. Carlos Fonseca

“Nos tiramos al mar el 20 de junio por la playa de Tarará, por la parte de la termoeléctrica. Tuve que pasar dos puntos de control, el de Alamar y el de Tarará. A las 10 am lo hicimos. Llegué en una guagüita donde la embarcación encajó perfectamente. Me costó en total 3.000 dólares que los sudé vendiendo todo lo que tenía”, dijo.

Con una sola oportunidad para probar su invento se lanzaron al mar. Sin embargo, el aparato no avanzaba. “No avanzaba por un problema de la hélice que no pude prever, tenía un motor de carro de cuatro cilindros; pero pesaba demasiado para eso. Nos metimos dos kilómetros en el mar y aquel motor se reventó y el agua caliente me quemó los pies”, expresó el entrevistado.

Construyendo un jet ski. Carlos Fonseca

Cuenta que intentaron remar para llegar a la orilla pero una ola hundió el barco en un instante. En ese momento Carlos supo que Yensi no sabía nadar.

“Vacié un pomo de gasolina para que ella nadara hacia la orilla y me dice que no sabía nadar. Entonces vacié otro tanque de 20 litros para ella y me quedé flotando con el envase de cinco litros. Con una mano remaba y con la otra la empujaba. En un momento sentí que ya no podía más. Tardamos una hora para salir de ahí”, argumentó.

“La gasolina, el sol y el agua salada me estaban quemando. Sentía como si me rasparan con un cuchillo, en un momento ya me iba a dejar ir, pero ella me imprimió fuerzas, me dijo que ya estábamos llegando a la orilla y no era cierto. Llegamos a tierra temblando. En Tarará hay que nadar hasta la orilla. Casi nos morimos. Estábamos achicharrados por el sol y justo en la orilla había un tanque elevado y botando agua y nos metimos debajo para refrescarnos”, explica.

Carlos y Yensi tras el primer intento de salida del país. Carlos Fonseca

Yensi cuenta que había guardias mirando desde la orilla, pero nadie se acercó a intentar salvarlos. Llegaron nuevamente a casa, ella llorando, y él con un ataque de risa, afirma la joven.

“Ahí comienza la segunda etapa. Estábamos asfixiados, sin dinero, cada día más rabiosos con las citaciones y por suerte la policía nunca se enteró de ese intento de salida”, recuerda Carlos.

“A Carlos se le cayó el pelo del estrés, incluso se puso a buscar cómo hacer una bazuca, cómo tumbar un gobierno”, detalla Yensi.

El joven explica que algunos meses después del fracaso del jet ski apareció un amigo del barrio que se había enterado de su invento y le dijo que tenía un dinero guardado para salir de Cuba y quería ponerlo a su disposición para hacer un bote.

“Me propone hacer una balsa porque estaba pa´lo mismo que yo”. “Entonces ideamos algo más sencillo y que no se hundiera. Ideamos una plataforma de poliespuma y madera, donde pudiésemos instalar un motor pequeño”, detalló.

La balsa de poliespuma

Comprando los materiales para la segunda embarcación los tres jóvenes que viajarían en ella gastaron otros $3000 dólares.

“Lo primero que hay que hacer es una cosa de poliespuma, madera, salvavidas y un motor más chiquito. Empezamos a hacer eso en octubre. Comencé a ver videos de Youtube, hice una maqueta y compramos las cosas. La gente del barrio me apoyó, me decía, oye llévame en esa”, recuerda Carlos.

Balsa de poliespuma. Carlos Fonseca

“Cada plancha de poliespuma costaba 2000 pesos, se nos fueron $3000 dólares más. La terminamos para diciembre en un segundo cuarto de la casa que también rompimos”, señaló.

El viaje definitivo

Yensi tenía seis semanas de embarazo cuando se subió al bote el 30 de diciembre de 2022, fecha en que iniciaron la segunda travesía. Llegaron a la playa Brisas del Mar, en Guanabo, en un camión de basura.

“El muchacho que conducía el camión me presionó porque al día siguiente, 31 de diciembre, no podía salir. Eran las 5:00 pm y me dice, si no te vas hoy tienes que esperar hasta año nuevo. Mi socio, el que había dado el dinero para el bote, estaba en la casa de su mamá cuando lo llamé para decirle que nos íbamos en ese momento”, relata Carlos.

Balsa de poliespuma. Carlos Fonseca

Yensi recuerda que estaba lavando. “La lavadora se quedó puesta y la ropa mojada. Pegamos basura en una lona hecha con sacos para cubrir la balsa dentro del camión de basura por si nos paraba la policía”, dice la joven.

Los amigos de la pareja salieron en un carro delante del camión de basura para ir informando si había presencia policial en la carretera. La policía paró la máquina donde viajaban en Alamar, pero Carlos decidió no decirle nada al chofer del camión por temor a que abortara la operación. Ya estaba decidido.

La lona de basura. Carlos Fonseca

Cuando pasaron el punto de control vieron a los amigos hablando con un grupo de policías, pero fueron liberados de inmediato. “Se metieron a Brisas del mar y una patrulla los siguió, lo vi desde el camión y les avisé; pero el conductor del camión debió improvisar alguna maniobra para que no nos descubrieran. Le dije que doblara a la derecha y se alejara de la playa, sin embargo, esa ruta nos condujo a la Base Militar de Tarará, en Guanabo. De repente nos vimos frente a varios militares armados y debimos fingir que habíamos ido por la basura, bajo la orden de dejar todo limpio antes del fin de año”, subrayó.

“Empezamos a recoger la basura de la zona hasta que pudimos internarnos en el área donde estaba esperándonos el automóvil. Al filo de las 9 pm nos lanzamos al mar”, señala.

Imágenes del GPS. Carlos Fonseca

La salida no fue sin tropiezos. El motor no arrancaba y tardaron 10 minutos en echarlo a andar. Luego avanzaron sin tropiezos durante 26 horas.

Yensi vomitó durante todo el viaje, no tenían alimentos porque no había nada en las tiendas de Cuba y solo pudieron conseguir unas galletas, refrescos y maní; pero el GPS, el OSMAN que Carlos había probado sin conexión desde varios puntos de La Habana, los llevó directo a Cayo Hueso.

Yensi y Carlos antes de salir de Cuba. Carlos Fonseca

“Hicimos le viaje con el motor a media máquina, a 7.0 km por hora, y como a las 8 de la noche del 31 de diciembre vimos las luces de Cayo Hueso y decidimos acelerar. Pero el motor se recalentó y se apagó. Desde ese momento avanzamos a 3.0 km por hora. Creíamos que nos iban a coger. Es muy traumático, ves las luces de la ciudad y crees que son los barcos de la Guardia Costera. Es un momento de terror, de nerviosismo, menos alegría tienes de todo, sientes que el tiempo no pasa”, explica Carlos.

Desde esa pequeña embarcación los tres inmigrantes vieron los fuegos artificiales desde el mar el 31 de diciembre. A las 12:09 am del 1 de enero tocaron tierra.

“Llegando a tierra se encalla el bote, y caminamos como una cuadra en el fango, la gente de Cayo Hueso nos esperaba, filmándonos, nos alzaron, casi no podíamos caminar, y al salir del agua nos sentamos en el suelo. Éramos como niños aprendiendo a gatear. Pasamos 27 horas en la misma posición, estábamos hinchados de la vibración del motor en el bote”, recuerda Yensi.

Dice que los que festejaban el año nuevo en Cayo Hueso les dieron agua, les prestaron los teléfonos para comunicarse con sus familiares, y luego llamaron a la Patrulla Fronteriza para que se entregaran.

Embarcación en Cayo Hueso. Carlos Fonseca

Sin embargo, la pareja enfrenta grandes desafíos para permanecer en Estados Unidos. En Miami los soltaron con un documento I-385, una orden de deportación.

Luego se trasladaron a Louisiana, Nueva Orleans, donde unos amigos los ayudaron a encaminarse.

Hace dos meses nació su bebé en un hospital estadounidense y desde entonces la pareja está sin trabajo. "Estuve en un taller de mecánica; pero todo se ha complicado. No tenemos ayudas del gobierno ni cómo pagar un abogado", afirma Carlos, dispuesto a trabajar en cualquier oficio para ganarse la vida.

El 11J, empujado por la crisis generalizada en Cuba, llevó a decenas de jóvenes a arriesgar su vida en el mar o en peligrosas travesías por Centroamérica para pedir refugio en Estados Unidos.

La isla inició así la peor crisis migratoria de su historia, con más de 224,700 migrantes que llegaron a suelo estadounidense en el año fiscal 2022 (1 de octubre de 2021 al 30 de septiembre de 2022).

En las historias del Estrecho de Florida se inscriben relatos como el de Carlos y Yensi, que lograron su sueño a bordo de una embarcación aparentemente incompatible con los peligros que entraña esa zona marítima.

La plataforma Netflix no ha sido ajena a las arriesgadas aventuras migratorias de los cubanos y anunció que realizaría una serie sobre otro joven de la isla que atravesó el estrecho de Florida en una tabla de kitesurf en mayo del pasado año.

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