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Le propongo dar inicio a una sección sobre viejas glorias del deporte cubano, la mayoría de ellas echadas al olvido por el paso del tiempo y la enfermiza desmemoria de que blasona el sistema deportivo nacional. Para arrancar, démosle paso a José Gómez Mustelier, dueño de la pegada más demoledora (con permiso de Teófilo Stevenson y Ángel Espinosa) que ha pasado por el amateurismo insular.
Nacido en Las Tunas, el inolvidable peso mediano fue un púgil limitado en materia de técnica y sobrado en cuestiones de pólvora en los puños. A pesar de los almohadones que envolvían sus manazas, cada impacto que hacía con la derecha le sacaba expresiones de dolor a los contrarios. Más que puñetazos, lo suyo eran patadas.
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Si no se le menciona entre los boxeadores más grandes que ha dado este país de grandes boxeadores, es porque duró poco. Dicen que el accidente automovilístico que sufrió antes de las Olimpiadas de Moscú lo afectó en más de un sentido, y ello explica de alguna manera por qué cinco años después de llegar a la élite ya era desplazado en la escuadra nacional por el camagüeyano Bernardo Comas.
De manera que su carrera deportiva fue un cortometraje. Ganó títulos nacionales centroamericanos, panamericanos, mundiales y olímpicos en el lapso de un quinquenio, y a partir de ese momento sus resultados descendieron dentro y fuera de Cuba. Sin embargo, en el recuerdo de quienes lo vimos no se borra la imagen de unos adversarios que caían como meros castillos de naipes bajo los efectos de la sobredosis de anestesia que inyectaban los guantes del tunero.
Que lo diga el video.
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