Alberto Reyes, sacerdote de la diócesis de Camagüey y ferviente crítico del gobierno cubano, publicó este viernes en Facebook una de sus agudas reflexiones, en este caso dedicada a la estrategias empleadas por el régimen para "domesticar" al pueblo.
En un extenso y razonado texto, Reyes enumeró la lista de “normalizaciones” que los cubanos han ido asumiendo en los últimos años: desde las múltiples reformas de la economía hasta la falta de libertad de expresión, pasando por un largo listado que incluye problemas con el transporte, el deterioro del sistema de salud y la falta de insumos médicos, entre otros.
Reyes invita a pensar en que todo podría ser diferente con tan solo sacudirse un poco de la inercia que ha llevado a los cubanos a estar domesticados.
A continuación, CiberCuba comparte el texto íntegro de la publicación.
He estado pensando… (XLI)
He estado pensando en cómo se domestica a un pueblo
En El pequeño príncipe, el zorro le explica al principito cómo hacer para domesticarlo. Le dice: “Debes tener mucha paciencia y venir a verme todos los días. Te sientas aquí y sólo observas y esperas. Cada día yo iré acercándome más, hasta que pueda sentarme a tu lado y me deje acariciar por ti. Entonces (…) estaré domesticado”.
¿Cómo se domestica a un animal? Haciéndole ver que las normas establecidas por el dueño son “lo normal”, y que esas normas definen lo que puede hacer y lo que no, lo que puede esperar y lo que no. Para ello pueden usarse el cariño o la violencia, siempre que tanto una cosa como la otra dejen claro al animal lo que puede suceder y lo que puede esperar.
¿Cómo se domestica a un pueblo? Exactamente igual: Se le va llevando poco a poco hacia donde se quiere y, una vez creado el contexto pretendido, se normaliza, de modo que el individuo, aun viviendo una situación que no quiere, la asume como algo que no puede cambiar, porque es “lo normal”.
¿Cómo se normalizan los cortes de luz? Con información. Todos los días se comunica a la población el estado de las termoeléctricas y el déficit de kilowatts para ese día. Es más, se le advierte amablemente que, dado ese déficit, se producirá un apagón… normal, ¿no?
Y ya nos preparamos todos para lo inevitable. Adelantamos la comida, recargamos las linternas y los celulares, nos apuramos en tomar el baño de la tarde… porque “como se va la luz”... Ya no nos planteamos que vivimos en un mundo en el cual existe la tecnología que puede garantizar la electricidad, no nos cuestionamos por qué nadie parece ser capaz de arreglar el desastre económico del país, no hacemos nuestra la frase que dice: “la falta de electricidad no es algo que yo tengo que entender sino algo que tú (Gobierno) tienes que arreglar”.
¿Cómo se normaliza la falta de combustible? Con normas claras, que empiezan por explicar que ya no es posible llegar a una gasolinera y echar combustible sino que ahora existe un proceso nuevo de permisos y autorizaciones donde todo el mundo sabe dónde ir, a quién tiene que ver y qué tiene que hacer. Y como todo está claro, pues lo “normal” es seguir la canalita para garantizar el combustible.
La lista de “normalizaciones” que hemos asumido puede ir hasta el infinito: las múltiples reformas de la economía, la subida continua de los precios, la falta de transporte, el deterioro del sistema de salud y la falta de insumos médicos, la reactivada estampida migratoria, la falta de libertad de expresión, de prensa, de asociación; la situación de los presos políticos…
Cada “normalización” manifiesta hasta qué punto nos hemos dejado domesticar porque “hay que vivir”, decimos, y nos enfocamos, no en cambiar las cosas, sino en cómo asumir lo que se nos ha vendido como “normal”.
Así, tratamos de mejorar nuestra economía personal y pagar los precios elevados, sufrimos entre quejas pasivas la precariedad del transporte, compramos en Revolico los insumos médicos, nos callamos y hacemos callar a otros “para no tener problemas”, o simplemente, nos vamos del país por la vía que sea.
Yo entiendo que después de años de domesticación programada, no es fácil sacudirse la inercia, pero yo creo en la fuerza interna de las semillas, y una buena semilla sembrada en nuestra mente sería una simple pregunta: “¿Por qué lo que hemos asumido como “normal” no puede ser diferente?”
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