Cubano de Guantánamo come vidrio desde que era niño sin sufrir daños

El hombre mostró cómo el vidrio que ingiere se convierte en agua en la misma lengua. De esa forma sale de su organismo, sin dañar ningún órgano.


Un cubano de Guantánamo es capaz de comer vidrio sin sufrir ningún daño desde que era un niño de apenas cuatro años.

El hombre, residente en El Yunque, un parque natural situado a 10 kilómetros de Baracoa, descubrió su extraña condición en su infancia, en una ocasión en que lo iban a inyectar en el hospital y él, temeroso, le quitó la jeringuilla a la enfermera y se comió el ámpula.


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"Mi padre, que se me murió ya, nos dejó a los tres hermanos esa herencia y comemos vidrio los tres", relató al bloguero que se identifica como "Vámonos con Juanka".

El entrevistado explicó -y demostró- que el vidrio que ingiere se convierte en agua en la misma lengua. De esa forma sale de su organismo, sin dañar ningún órgano.

"Son chicharrones", dijo sonriente mientras se comía un pedazo de un tubo de luz fría y se escuchaba cómo crujían los pedazos al masticarlos.

La causa de este raro fenómeno es que sus jugos gástricos son más fuertes que los del resto de las personas.

Juanka no reveló el nombre de este guantanamero. No obstante, de acuerdo con su testimonio, podría ser hijo de Trígimo Suárez Arcia, un anciano de Baracoa que en 2010 concedió una entrevista a la prensa oficialista en la que narraba que le gustaba comer vidrio, sobre todo bombillas fluorescentes.

"Yo como vidrio a cada rato, porque nací así. No paso más de 15 días sin hacerlo", afirmó entonces.

Suárez Arcia, que en aquel momento tenía 70 años, dijo que comenzó con su raro hábito a los seis años.

En la década del 60 fue internado en el Hospital Nacional de La Habana, donde se le estudió todo el tracto digestivo superior -esófago, estómago y duodeno- sin encontrarle lesiones en las mucosas de dichos órganos. Los médicos constataron además que tenía muy buena dentadura y trituraba el vidrio hasta hacerlo polvo.

Su caso fue expuesto por el escritor uruguayo Eduardo Galeano en su obra El libro de los abrazos, en un relato titulado La realidad es una loca de remate.

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