En medio del azote del huracán Oscar en la provincia de Guantánamo, escritos de prensa de los propios periodistas oficialistas revelan que ni ellos mismos estaban informados de planes de contingencia o evacuación para afrontar los daños. Si aquellos que se suponen portavoces de la información en el territorio no sabían nada, ¿qué esperanza quedaba para el resto de la población?
El periodista Jorge Luis Merencio Cautín que lo vivió en San Antonio del Sur, uno de los sitios más afectados, en su nota Noche aterradora publicada en el diario digital guantanamero Venceremos, describió cómo “cientos de lugareños, tal vez miles, sorprendidos por el aluvión, no tuvieron tiempo de salvaguardar los bienes inmuebles más valiosos, ni siquiera los más imprescindibles”. Su crónica ilustra el caos y la desesperación de los habitantes de la zona, quienes intentaron salvar sus vidas trepándose a techos, árboles y zonas altas para evitar ser arrastrados por las aguas. “La lucha por salvar sus vidas y no perecer ahogados superaba con creces el precio de lo que atrás quedaba”, relató, dejando en claro que la emergencia los tomó completamente desprevenidos.
"Dantesco fue el panorama dejado por la avenida. Casas y centros de trabajo cubiertos de lodo hasta la “garganta”, miles de equipos electrodomésticos afectados o inservibles; camas, colchones, escaparates, muebles destruidos o averiados; ropa y otros bienes personales desaparecidos, o en el mejor de los casos cubiertos de fango… pero, sobre todo, dejó familias enlutadas, llenas de dolor por la pérdida de seres queridos" escribió el cronista.
El relato de Merencio confirma que los lugareños, al igual que los periodistas, no recibieron aviso previo sobre la magnitud de la tormenta ni de las inundaciones que se desatarían. La narrativa coincide en que la población no tuvo tiempo para prepararse o evacuar de forma segura.
Por su parte, Mirna Rodríguez Zúñiga, periodista de la emisora La Voz del Toa en Baracoa, publicó en el diario Radio Guantánamo su artículo titulado No fue un Mathew, pero fue un Oscar. En este, Rodríguez hace una nota en la que queda claro cómo se enteró del paso del huracán únicamente a través de rumores y comunicaciones entre vecinos, ya que las interrupciones eléctricas le impidieron acceder a medios oficiales. “Después de conocer la noticia, la que corrió de boca en boca al no haber corriente, me pasé varias horas de puro ajetreo, asegurando puertas y ventanas, comprando alimentos, abriendo zanjas, uf, terminé un tanto agotada”, relató la periodista que se dio cuenta estar viviendo en un momento la quietud que proporciona el paso del ojo del huracán.
Su testimonio revela no solo la falta de información oficial disponible para ella como periodista, sino también la ausencia de un plan coordinado. La misma Rodríguez reconoció la incertidumbre y falta de conexión que se vivía: “En este minuto ni sé qué sucede en otras partes de Baracoa, la incomunicación nos mata”. La periodista pasó la noche sin conocer la magnitud de lo que sucedía: "¿Y ahora qué? ¿Por qué tanto silencio y quietud? (...) es momento que aprovechan algunos para recoger sus tejas. Lo aconsejable es no confiarse, pero la situación actual no deja otra opción. En medio de la noche ya hay quienes comienzan a regresar a sus hogares (...) Ahora la película en su segunda parte es peor. Y el ruido del viento, lo que cae y la oscuridad, es de terror. Pienso en lo que se pierde, en los que tienen poco y se mojan. Ahora esperar que amanezca y empezar la recuperación"
Estos escritos, sin habérselo propuesto, subrayan un problema crítico: la falta de preparación y la escasa comunicación de planes de emergencia en un momento en el que, tanto periodistas como ciudadanos, dependen de información veraz para proteger sus vidas y bienes. Si ni siquiera los periodistas oficiales tienen acceso a datos clave o instrucciones, la vulnerabilidad de la población anónima es aún mayor, exponiéndolos a peligros innecesarios.
Ambas crónicas, terminan aludiendo a la solidaridad que una vez más emerge para aliviar las consecuencias de la mala gestión del gobierno. “Ninguna familia quedará desamparada”, prometió Díaz-Canel en San Antonio del Sur, pero lo que realmente hizo falta fue haberlas amparado antes.
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