Eran alrededor de las cinco de la tarde del martes cuando Nicolás Maduro aparecía en las pantallas de todos los televisores de Cuba anunciando compungido la muerte del presidente venezolano Hugo Chávez. Los cubanos, hasta entonces concentrados en su apretado día a día y en el papel de su selección en el III Clásico Mundial de Béisbol, recibían con preocupación la noticia. Son conscientes de que si la maltrecha economía de la isla ha esquivado la ruina total es gracias al petróleo que el finado líder bolivariano decidió facilitar a Cuba en condiciones muy favorables. Pero mientras el óbito alborotaba las redacciones de todo el mundo, nada en las calles de La Habana hacía pensar que un acontecimiento excepcional había tenido lugar. El paisaje era el habitual. Los jineteros incordiaban a los turistas en la Habana Vieja, los estudiantes paseaban por el vetusto pero señorial Vedado y vidas anónimas entraban y salían de los ruinosos edificios de Centro Habana aparentemente ajenas a una noticia que cierne la incertidumbre sobre el futuro de su país. Ni siquiera en la embajada venezolana o en la casa de la Comunidad de Estados de Latinoamérica y el Caribe (Celac), una de las organizaciones panamericanas que Chávez impulsó, se habían concentrado seguidores del presidente. En Cuba nada relacionado con la política es espontáneo y, pese a que la Venezuela chavista es uno de los principales aliados de los hermanos Castro, todavía no había pronunciamiento oficial, lo que disuadía cualquier manifestación pública de duelo. Así que los únicos que habían acudido a la legación venezolana eran los efectivos de la Policía Nacional Revolucionaria y algunos diplomáticos extranjeros. Sin embargo, la inquietud existía y la muerte del Comandante iba adueñándose de todas las conversaciones. Los habaneros se debatían entre la simpatía por el fallecido y la preocupación por un futuro que podría volverse para ellos más negro que el petróleo venezolano si el sucesor de Chávez no mantiene sus compromisos, hipótesis nada descabellada si se tiene en cuenta que los problemas de liquidez han llevado recientemente a Caracas a una fuerte devaluación de su moneda. «No es un secreto que ha cooperado con nosotros en forma de petróleo a cambio de médicos» señalaba Rafael Leyva, un universitario de 24 años que lamentaba la desaparición de «un hijo de la patria de Bolívar y Martí». Luis Manuel Bermúdez, otro estudiante, coincidía en que «es una mala noticia para Cuba y para los cubanos». El recuerdo del Periodo Especial La desaparición del militar de Barinas agita en la conciencia colectiva cubana el recuerdo de las penurias del denominado Periodo Especial. En la década de 1990, tras el derrumbe de la URSS y del bloque comunista, el país quedó totalmente aislado en el panorama internacional y dejó de recibir las cuantiosas subvenciones soviéticas, que, como ahora los barriles de PDVSA, sostenían la economía. Empeñado en la supervivencia a toda costa de su régimen, Fidel Castro decretó el Periodo Especial en Tiempos de Paz, una planificación económica casi marcial que impuso un severo racionamiento y que llevó a una durísima escasez que todavía martillea el recuerdo de los isleños. En palabras de un corresponsal extranjero destinado en La Habana, en aquella época «Cuba estuvo realmente en la lona». Solo el apoyo de Chávez, en forma de cien mil barriles diarios de combustible, y la decisión de abrir el país al turismo pemitieron paliar la dramática situación. Exaltación televisiva Tres horas después de Maduro, quien aparecía en las pantallas era Rafael Serrano, el peculiar presentador de voz y mostacho plúmbeos que lleva décadas transmitiéndole a los cubanos la verdad del régimen. Serrano leía una nota del «Gobierno Revolucionario» que aludía a la comezón que ya anidaba en los hogares del país: «Sintió en su carne nuestras dificultades e hizo cuanto pudo, con extraordinaria generosidad, especialmente en los años más duros del Periodo Especial», decía el locutor, que concluía con un excitado «¡hasta la victoria siempre, comandante!» Solo después de 48 horas, el jueves 7, en la Plaza de la Revolución de La Habana, grandilocuente espacio caído en desuso desde que Fidel cedió el testigo a su hermano Raúl, menos aficionado a los baños de masas, tuvo lugar un acto de homenaje al aliado fallecido al que asistió toda la plana mayor de la Revolución. Entonces sí, muchos cubanos se animaron a expresar su pesar en ese y en otros puntos de la geografía nacional. Fuente: ABC.es
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