Hace pocos días, el 17 de septiembre, se cumplieron 54 años de la expulsión de suelo cubano de 136 sacerdotes. Habría que remontarse a 1961 y desempolvar ocultados testimonios para llegar a esta página de la historia de Cuba.
Según relatan varias fuentes, el detonante de tal suceso se encuentra en una manifestación de cerca de cuatro mil católicos cubanos que, frente a la iglesia de La Caridad, coreaban consignas “Cuba sí, Rusia no”. El incidente, que enfrentó a manifestantes contra fuerzas del orden, se saldó con una veintena de heridos y un muerto por heridas de arma de fuego.
A raíz de esto y en consonancia con una postura de represión de las creencias religiosas y persecución del catolicismo, un grupo integrado por sesenta sacerdotes españoles, cuarenta y cinco cubanos, cinco canadienses, un hondureño, un venezolano, un húngaro, un italiano, entre otros, considerados contrarios al gobierno del recientemente instaurado en el poder Fidel Castro, fueron desterrados de la Isla. Detenidos en sus iglesias y conducidos directamente hacia el navío español Covadonga, los 136 religiosos –algunas fuentes hablan de algunos menos- fueron expulsados de las seis diócesis que había en aquel momento en el país.
El obispo Eduardo Boza Masvidal, que se encontraba en el grupo de los deportados, falleció en Venezuela a la edad de 87 años tras una vida dedicada a su fe y al cuidado y apoyo a exiliados cubanos. Agustín Román, quien fue obispo auxiliar de Miami y había sufrido igual destino que Boza, relató en ocasión de los cincuenta años de la ordenación episcopal de Boza cómo éste, a su llegada al muelle, bendijo a la multitud que los aplaudía y vitoreaba y a los milicianos que los habían conducido hasta allí y cómo mientras el navío se alejaba de La Habana rumbo a España, Boza, junto a otros sacerdotes expulsados, se mantuvieron en la cubierta del barco viendo como la distancia que los alejaba de la capital cubana se acrecentaba.
‘‘Pienso que un sacerdote no abandona a su pueblo, pero fui expulsado por ser sacerdote. Mi pecado, entonces, es ser sacerdote, y no me arrepiento de serlo'', declaró al Nuevo Herald en 2009, tres años antes de fallecer, monseñor Agustín Román.
Hoy, a pocos días de haberse producido la tercera visita de un Papa a Cuba desde la llegada al poder del gobierno revolucionario, y de haberse cumplido 54 años del destierro de los religiosos; hoy cuando la iglesia y el estado parecen tenderse la mano, acercar los discursos, las posturas y hasta los silencios, conviene recordar la historia de estos religiosos que fueron sacados de la Isla donde prestaban sus servicios.
(Imagen tomada de Prensa Libre)
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