El Parque Lenin es un majestuoso jardín en la periferia de La Habana. Se le conoce como el “pulmón de la ciudad”. En la década de 1980 en su interior podías descubrir restaurantes, centros culturales, parques de diversiones y una infinidad de ofertas de ocio. Sin embargo, cada vez queda menos de todos aquellos recuerdos.
El Parque Lenin tiene un área de 760 hectáreas
Se localiza al suroeste de la ciudad de La Habana. Es un sitio ideal para estar en contacto con la naturaleza y hacer actividades al aire libre. Posee un gran lago donde se puede montar botes o bicicletas acuáticas y pasear a caballo por sus alrededores.
Este centro de recreación, con apariencia de un gran bosque tropical, fue cuidadosamente diseñado sobre un área de fuerte deforestación. Los suelos se encontraban extremadamente erosionados y con muy escasa capa vegetal.
Se realizó previamente un movimiento de tierra e incluso se agregó tierra fértil para trasplantar allí unos 80 000 árboles de más de 3 metros y similar cantidad de posturas que fueron convenientemente distribuidas.
Hoy crecen Yagrumas, Pinos y Araucarias, Palmas, Cedros, Almácigos y otros. Entre ellos se pasean amantes furtivos, fotógrafos de naturaleza, artistas en busca de curiosos paisajes, e incluso algún que otro malhechor.
Para los niños cubanos este fue un paraje idílico
Además del impresionante bosque se disfrutaban las instalaciones culturales y gastronómicas. Muchos habaneros recuerdan los deliciosos almuerzos en el restaurante Las Ruinas o en la Faralla.
Eran memorables también las cafeterías y sus respectivas colas para comprar helado, bombones rusos, las coloridas cajitas de caramelos que llamábamos “pastillitas” y los deliciosos huevitos de chocolates.
El parque de diversiones y la cola interminable del Deslizador Acuático, que cuando llegaba tu turno tenías que volver a casa. Los Avioncitos y la Estrella, sí, esa que más de una vez se paraba y te quedabas colgando en la cima del mundo.
El Complejo de Piscinas en el que mi mamá no me dejaba bañarme porque iba a coger un virus de tanta gente que había. Y los paseos en el Tren de Vapor, que entre el viento en la cara, la cadencia y el cansancio, terminabas durmiéndote en el hombro de tu padre.
El Acuario del Parque Lenin con su colección de jicoteas y el cocodrilo más grande, viejo y gordo que he visto en mi vida. Los picnics en el césped, las risas de las familias, empinar papalotes y salir corriendo a ver los titiriteros en el Anfiteatro.
El niño que paseaba solo con sus amigos y me miró a los ojos justo cuando yo mordía el dulce y en un inolvidable juego de palabras me dijo: “Que rica marquesita”. Un despertar al amor, mientras yo apretaba la mano de mi madre y clavaba los ojos en “el puro Rodeo Cubano”.
El pulmón de la ciudad está enfermo de desidia
Muchas opciones, miles de anécdotas, hasta que un buen día poco a poco se fueron transformando los paisajes. Las puertas de los restaurantes lucían desvencijadas, la Estrella rota, el Deslizador seco. Las cafeterías vacías y para colmo falsas las africanas de chocolate.
Todavía funciona el Parque Lenin. Es un sitio especialmente concurrido los fines de semana. Pero nada es igual. Hay un parque medio en ruinas y otra piedra que recuerda la promesa de lo que pudo ser y no fue.
¿Qué opinas?
COMENTARArchivado en: