Tres colibríes rompieron el mito de su incapacidad de sobrevivir en cautiverio. Los dos pichones más pequeños son de un mismo nido, y al mayor, con su pico más largo y bastante emplumado como para irse a los montes cercanos, parece que no le interesa la vida silvestre y permanece en una casa de esta localidad matancera, sin asustarse en lo más mínimo ante nuestra presencia. Las tres avecillas nos miraban como si toda la vida nos hubieran visto. Su insólita pequeñez y las vistosas plumillas de un color verdoso amarillento nos brindan un pajarillo singular, único, mágico... Jamás pensamos estar tan cerca de un colibrí, mucho menos de tres a la vez. Los hemos visto apenas a dos metros libando en las flores, o volando a velocidades «siderales», pero nunca tan quietos, saboreando el almíbar con su larga lengua, cuidando de su plumaje, entrenando las alas para futuros vuelos. «Es un reto, sentí que podía vencerlo y felizmente lo he logrado», enfatiza Caridad Báez León, quien pone al descubierto su gesto de ternura y sensibilidad. Ella los protege en una jaula y cada vez que tienen hambre los saca y los alimenta con libertad. En este caso, podemos afirmar que se trata de un semicautiverio, hasta que definitivamente crezcan un poco más. «Uno me lo trajo mi hijo, quien hacía guardia de noche. Él sintió un suave chiflidito, como si fuera un grillito, y al buscar vio un nido solo en una mata y recogió del piso un pichón desplumado, una bolita de carne. Lo trajo para la casa y no dijo nada, lo puso en una copita. «Al amanecer sentimos el chillido y con mi nieto empezamos a buscar. Enseguida nos dimos cuenta que era un zun zún. Nos miramos y rápidamente hice un almíbar de azúcar, con agua y sabor a piña. Tenía mucha hambre y se alimentó sin reparos. Con el nido, lo pusimos dentro del vaso plástico de la olla arrocera y hasta lo llevaba para todos lados. «Chichi le pusimos por nombre y es el más grande. Como a los 15 días estaba más emplumado, lo ponía al borde del vaso y lo tapaba con la mano por el frío de diciembre. Todos me decían que se moriría, pero yo me empeciné». Una persona amiga, que sabía la historia de Chichi, encontró en su finca otros dos pichones abandonados en el suelo y se los trajo a Caridad, con la esperanza de que sobrevivieran, protegidos por las manos prodigiosas de esta mujer y de su familia. «No están acostumbrados a volar, solo vuelan pequeños tramos. Siempre los llevo para el trabajo, hasta las cuatro de la tarde; cuando tienen hambre chiflan y con una paletica los alimento», sonríe. —¿Qué piensa hacer? —Todos en la casa les han tomado cariño, son como nuestras mascotas.Caridad hace poco soltó a Chichi, el más emplumado: «Ya estás libre», le dijo, y lo lanzó al aire: «Increíblemente regresó en su vuelo hacia mi pecho, lo cuento y no lo creo. Se han acostumbrado a mi voz, a mi manera de alimentarlos, no te imaginas cuánto los extrañaré si se alejan. «Los estoy enseñando a comer en una tapita plástica, para que identifiquen el alimento, y después pondré la tapita dentro de una flor para que aprendan a libar». Las avecillas se dejan acariciar, sin asustarse. Tratan de subirse a los dedos, y las paticas diminutas no les permiten agarrarse ni del meñique. Ningún especialista los ha visto para determinar la especie, aunque por la pequeñez de dos de ellos pudiera pensarse que sean el llamado pájaro mosca o zunzuncito, que solo se localiza en la Península de Guanahacabibes, las Cuchillas del Toa y la Ciénaga de Zapata, esta última región colindante con el municipio de Unión de Reyes. «Me hice el propósito de mantenerlos vivos y los quiero. Fíjate que hasta les he enseñado a comer de mi propia boca endulzada y los he protegido entre mis senos cuando los últimos frentes fríos». El almíbar, cuando está espesa, los empalaga; hay que diluírsela bien. El sol excesivo les molesta y se sofocan: «Si se van, bueno, me entristecería y me alegraría por otra parte, aunque quisiera que se adaptaran a una jaula grande, dentro de un jardín, para que salgan y entren libremente». «Comen» hasta las 7:30 de la noche y después duermen hasta el amanecer. Un verdadero arte ese prodigio de Caridad: «En el nido uno empujaba al otro y lo sacaba; sin embargo, logré que ambos se acotejaran». Últimamente una pareja de colibríes adultos ronda por los arbustos del patio, libando flores. Mientras, Chichi y sus hermanos de crianza duermen separados por pocos centímetros, posados en una diminuta ramita. Los tres mueven las alas constantemente, a gran velocidad, como preparándose para también libar flores.Fuente: Juventud Rebelde
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