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Los cubanos se disponen a pasar con gusto una parte del verano entre las cuatro paredes de sus casas, atentos a la próxima Olimpiada de Beijing cuyos pormenores trasmitirá la televisión día y noche en la Isla. Hay una especie de precalentamiento en los hogares, similar a los entrenamientos deportivos, y apuestas entre vecinos para ver quien impone récord de permanencia frente a los televisores. Familias enteras se preparan para vibrar con las emociones de las competencias de alto vuelo en las distintas disciplinas, en las que aflorarán las victorias pero también las lágrimas de las esperanzas perdidas, que son la otra cara de la moneda. El verano es particularmente tórrido en La Habana y en toda la Isla, de una punta a otra, como también en el resto del mundo, por el calentamiento global y el desbalance ecológico agravados por la falta de voluntad del primer mundo para contribuir a remediarlo. Pero los cubanos combatirán el calor con ventiladores a toda aspa, equipos de aire acondicionado –quien los tenga- o ventanas y puertas abiertas de par en par para pescar el menor destello de la húmeda brisa del Caribe. Otros recursos serán las limonadas y cervezas bien frías, afirma Jaime Salazar, un maestro de 39 años, fanático del boxeo y el atletismo; o el “roncito” aligerado con pequeños bloques de hielo, el sempiterno ron a la roca, a veces suavizado con un chorro de refresco, de preferencia de cola. Hay quienes lo tomarán, sin embargo, puro en toda su crudeza de ron blanco, ron peleón como lo llaman, porque el calor –aseguran- se combate con calor, y es como una oleada de energía adicional que ayuda a soportar las emociones. Para los cubanos, el deporte es algo consustancial a su idiosincrasia. Las generaciones más jóvenes han crecido con él como compañero de juegos y competencias escolares, y luego como aliado de aficiones juveniles o vocaciones despertadas a su conjuro.
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