APP GRATIS

Las raíces caspolinas de un pintor cubano-americano Elio Beltrán

Entrevista a Elio Beltrán cubano que emigró de Cuba en la década del 60 y que ha realizado una obra plástica importante en el exilio donde refleja sus vivencias en su natal pueblo de Regla, sus recuerdos de los colores de Cuba.

 ©

Este artículo es de hace 12 años

Entrevistado Elio Beltrán, nacido en Cuba en 1929, y que es, además, descendiente de un caspolino por la línea paterna. Tras abandonar su país de origen en 1960, año y medio después de la llegada al poder de Fidel Castro, decidió trasladarse a Estados Unidos. Actualmente reside en Ormond Beach, Florida, donde entre otras cosas, prepara nuevas obras para el 450 aniversario de la fundación de la ciudad más antigua de EEUU, San Agustín de la Florida, erigida por españoles en 1565. Hacemos hoy un repaso por las etapas más importantes de su vida. ¿Dónde naciste y cuál era exactamente la vinculación de tus antepasados con el pueblo de Caspe? Nací un día 3 de Diciembre de 1929, en Regla, bullicioso e interesante pueblo desde donde se puede ver la capital de Cuba, La Habana, desde cualquier punto de su costa marinera en la misma bahía, así como desde las varias hermosas colinas que la rodean. Un pueblo que desde muy temprano en su historia fue importante industrialmente por sus muelles, así como porque allí fue construida una potente planta generadora de electricidad que dio lugar a un auge industrial considerable desde finales del siglo XIX. Allí en Regla, rodó por primera vez en Cuba el primer tranvía, que luego llegó a constituir una preciosa estampa de la ciudad. Ese primer tranvía, casualmente tuvo por conductor a mi querido abuelo materno, Don José María Marrero y Pérez, descendiente de una familia de las Islas Canarias. Es bien sabido que Cuba es una de las naciones de América que siempre ha tenido los más estrechos vínculos con España, y es por eso que los cubanos siempre llevamos muy prendida en nuestros corazones a la Madre Patria. Tanto que se puede decir que no hay cubano que no lleve la ascendencia española con orgullo. En mi caso, ese sentimiento está absolutamente arraigado ya que, además, mi abuelo paterno, don José Beltrán Manero, aragonés, fue nacido nada menos que en Caspe, a mediados del 1840. Aparentemente, por motivos de incendios durante las guerras carlistas, o quien sabe cuándo, la familia de mi bisabuela paterna, de apellido Manero, no ha podido encontrar aun en Caspe los registros de la fecha en que se hizo su certificado de nacimiento. Los conocimientos que tuve de él fueron los que me contó mi padre, pues no le pude conocer, ya que falleció poco antes de mi nacimiento en 1929. Su historia podría ser tema para un libro. Recibió una herida de bayoneta en el estómago durante alguna de las revueltas de aquellos tiempos, mientras pasaba su juventud en Zaragoza. Se fue a su casa y se acostó con una mano en la herida sin decir nada. Por suerte se dio cuenta su madre y le pudieron esconder y tratar sus heridas. Unas semanas después le vistieron como una chica de la época para que saliera subrepticiamente en un barco que zarpó de Barcelona, cargado de soldados para la guerra de Cuba. Desembarcó en Manzanillo, en la costa sur de la provincia Oriental de la isla, donde conoció a mi nativa abuela Dña. Úrsula González y González, con quien se casó. Tuvieron 12 hijos, de los cuales el mayor fue mi padre, Miguel Beltrán González, nacido en 1880 e ingeniero de profesión. A la edad no muy avanzada de 63 falleció por un fallo renal cuando yo contaba con sólo trece años, en 1944. El abuelo fue nombrado alguacil del pueblo de mi abuela, Manzanillo, y fue famoso apresando malhechores que él mismo iba a buscar a los montes. En una ocasión apresó a dos fugitivos y los trajo desde los montes donde se escondían, pasando con ellos por la calle principal del pueblo, atados uno con otro por los tobillos para que no pudiesen escapar. Más adelante fue nombrado jefe de suministro en los almacenes del ejército español de la zona. Según contaba mi padre, durante la guerra de Cuba, los campos de concentración de la población rural en la ciudades, impuestos por el General español Valeriano Weiler, provocaron muchas penurias entre la población. Durante ese tiempo, el abuelo fue compasivo ayudando a evitar mayores desastres de los que ya causaba la escasez de alimentos en la población, lo cual le mereció el respeto y aprecio de la población en general. Al terminar la guerra de Cuba, fue restituido en su posición como encargado de los suministros de la ciudad. Después de haber ganado su independencia, los gobernantes cubanos no fueron vindicativos con los españoles que se quedaron en la isla, muchos de los cuales fueron casi inmediatamente o en pocos años, activos en importantes negocios de toda clase. Principalmente como comerciantes de la industria alimenticia, así como productos de construcción, ferretería, transporte y distribución. Con ello contribuyeron al progreso en notables campos como el de la educación y la salud con magníficas instituciones, ayudando a crear desde el principio nuevas generaciones de profesionales, sobre todo en la medicina, que siempre ha sido, tradicionalmente, una característica muy sobresaliente en Cuba desde los tiempos de la colonia. Puedo decir que además de mi ascendencia española, me considero también muy afortunado por haber crecido en el entorno de mi querido pueblo de Regla, ya que a diferencia de otros pueblos tenía todo lo que podía desear a mi alrededor, sobre todo durante las edades de nueve a catorce años, ya que había lugares para las aventuras de los chicos de esas edades. ¿Cuáles son tus recuerdos de la infancia en Regla? Para dar una idea del entorno, al salir de la casa donde nací, en la calle 10 de Octubre No. 9, llamada La Calzada, a solo unos 30 metros estaba la estación de ferrocarril industrial más grande e importante del entorno habanero rodeada por los mayores muelles donde se almacenaban y se embarcaban para el exterior el tabaco, las melazas y el azúcar que eran las producciones principales del país. También por allí se importaba la maquinaria, los automóviles y productos industriales de todo tipo. Los lugares para correrías y aventuras infantiles abundaban en un territorio de solo unos cinco kilómetros cuadrados. A solo 200 metros, en la misma Calzada de 10 de Octubre, los chicos teníamos una auténtica finca ganadera, donde las vacas generaban todo el producto lácteo que se consumía en el pueblo. Además había un matadero industrial donde venía una gran cantidad de ganado atendido por auténticos vaqueros que lo custodiaban desde que salía del ferrocarril hasta los amplios corrales. Para llegar a ellos, los ganaderos conducían a los animales a caballo, al estilo del oeste americano, por un viejo callejón cubierto por los muchos árboles que habían crecido a ambos lados. El Callejón del Sapo, como se llamaba, daba lugar a una autentica carrera de toros que los chicos del barrio disfrutábamos como si fuese una celebración de San Fermín en Pamplona. Corríamos con bastante riesgo pero con gran destreza juvenil, alborozados y con rapidez para protegernos en las espesas laderas del estrecho callejón o subirnos por los troncos de los arboles a toda carrera evitando ser embestidos. Por las mismas áreas del ferrocarril solíamos montarnos en los trenes en pleno movimiento, e irnos de cacería y de pesca por las lagunas, los manglares y los bosquecillos alrededor del río Martín Pérez, que desembocaba en la ensenada de Guasabacoa. Ese es el nombre con el que se conocía a esa parte de la bahía de La Habana donde había pesca increíblemente abundante en esos tiempos, en aguas limpísimas. Allí también hacíamos deporte nadando y navegando en las pequeñas embarcaciones de pescadores que cuidábamos para ellos y usábamos durante los días en que estaban disponibles en sus amarras habituales. O nos íbamos río arriba o por caminos a lo largo del ferrocarril a recoger infinidad de frutas tropicales, como deliciosos mangos, que colgaban de los árboles a lo largo de la vía durante unos veinte kilómetros, por un largo tramo de fincas cerca del área de Santa María del Rosario. Este rincón de la bahía de La Habana donde nací estaba además rodeado de colinas llenas de brillante cuarzo en bruto y de piedra serpentina azul en sus costados, en los riscos y barrancos donde había, en aquellos tiempos, cabras montesas muy peculiares saltando con gran equilibrio, moviéndose arriba y abajo como en un juego. Para hacer el área mas interesante, al menos para mí que siempre estaba intensamente atento a mis entornos, teníamos además una naturaleza tropical exuberante con grandiosos árboles frutales en los costados de las colinas y muchas flores alrededor de nuestro barrio, al pie de lo que se llamaba “La Loma”, También al final del famoso Callejón del Sapo, donde durante ciertas noches indicadas por su ritual, y de forma secreta, celebraban su ceremonia de iniciación las organizaciones de la antigua cultura Yoruba Abakua integrada por los miembros descendientes de los africanos que habían sido traídos desde el oeste de África. Las celebraciones públicas se hacían en nuestra misma calle con verdadera autenticidad tanto en el vestuario como en los cantos en la lengua original al ritmo de tambores “bata”africanos. Un interesantísimo derroche de cultura afro-cubana que con el tiempo supuso una gran contribución a los ritmos de nuestra música que más adelante ha alcanzado niveles internacionales de enorme importancia. Toda esa riqueza de luz y color en la que me crié fue la base para mucha de la inspiración que después me sería fundamental en los comienzos de mi vocación como pintor con el paso de los años. ¿Y cómo comenzaste a explotar esa vocación natural por la pintura? Mi interés y mi natural inclinación por el arte comenzaron a hacerse evidentes entre mis nueve y doce años demostrando habilidad para el dibujo. En esos tiempos comencé a hacer dibujos tipo viñetas donde dibujaba de memoria en un cuaderno las secuencias más importantes de películas de aquella época. Tenía preferencia por las aventuras de Tarzán el hombre mono, y otras aventuras de héroes del espacio como Flash Gordon o Roldan el Temerario. Esto llamó la atención de mis maestros que me encargaban hacer dibujos como afiches para colocar en las paredes durante celebraciones especiales de fechas patrióticas y otros eventos en las escuelas. Así me convertí en uno de los alumnos preferidos de la profesora Matilde Single, de la Escuela de Artes de San Alejandro de La Habana, que se deleitaba en darme algunas bases técnicas para el dibujo que me ayudarían más adelante, ya que no comencé a pintar al óleo por mi propia cuenta hasta cumplir mis doce años de edad. Fue cuando una vecina, alumna de la escuela superior, me preguntó si le podía pintar un vestido nuevo que quería tener con motivos chinos para celebrar sus quince años. Le dije que lo haría si me compraba la pintura de óleo y los pinceles, a lo cual accedió gustosamente pagando el equivalente a $35 dólares de aquella época, que no fue mucho para la hija de un comerciante emprendedor venido de Galicia. Aquello fue mi primer trabajo de arte con el que comencé una época de más de cinco años que después de la muerte de mi querido padre en 1944 me ayudó a ganar continuadamente algún dinero con los que compraba materiales y libros para mis estudios de segunda enseñanza. También sirvió para comenzar los estudios técnicos para más adelante graduarme como técnico industrial, ayudando así a mi madre con parte de mis gastos. Al morir mi padre, su hermano Luis, que fue el más cercano a él, quiso estimularme y ayudarme a que fuese a la Escuela de Arte de San Alejandro. Pero bastante tontamente, por no decir con ignorancia arrogante, le dije que yo no necesitaba ir a que me influenciasen de tal forma que pudiese terminar odiando el arte, tal y como les había sucedido a muchos otros compañeros de estudios que fueron a San Alejandro y que después de comenzar dejaron la escuela bastante decepcionados antes de graduarse. No todos lo hicieron, por supuesto, pero muchos de ellos sólo pudieron decir que pasaron por la escuela. Aunque siempre tuvieron el beneficio de haberlo hecho y, de hecho, recibieron suficientes conocimientos para hacerse con la disciplina del oficio, que con el paso del tiempo, a algunos de ellos y ellas, les dio buenos dividendos por su formación académica. Mientras tanto yo tuve que pasar muchas dificultades para aprender por mi propia cuenta, de forma autodidacta, con mucho más esfuerzo y tiempo para conseguir alguna maestría y poder ganar algún reconocimiento a más largo plazo. Por eso, siempre he recomendado a todo joven con talento que no haga lo que yo hice, salvo que tenga, como yo he tenido, bastante afición por vencer retos y obstáculos. Existe el peligro de verse defraudados por sí mismos si no muestran una verdadera vocación de lucha con suficiente persistencia. Y no siempre ayuda la habilidad de poder pintar bien, especialmente si no se tiene espíritu competitivo y muchos deseos de llegar a una cima que no es fácil alcanzar, ni se puede llegar a corto plazo de esa manera. ¿Qué pintores han influido en tu trayectoria como artista? Me han inspirado mucho los pintores impresionistas, principalmente Van Gogh, Pissarro y otros de la misma época. Considero que se anticiparon al impresionismo, y en cierto modo a un expresionismo temprano, que considero como “semiabstracto, dentro de una naturaleza real pero poco definida” como es el caso del inglés Turner, que luego sirvió de inspiración para los pioneros del impresionismo como el mencionado Pissarro y otros muchos que salieron de París hacia Londres huyendo de la guerra prusiana, a fines del siglo XIX. Todo eso me ha inspirado muchísimo pero, en mucha mayor escala el trabajo del gran pintor aragonés don Francisco de Goya y Lucientes. A la par que aprendías las técnicas de pintura, debías continuar tus estudios y comenzar la búsqueda de un trabajo. ¿Cómo lo hiciste? Mucho antes de comenzar a pintar al óleo, cuando apenas tenía seis años, mi querida madre, María Antonia Marrero y Albelo, se ocupó de tenerme siempre un maestro privado para que aprendiese inglés. Mi padre usaba este idioma por haberlo aprendido durante los primeros doce años del siglo XX cuando vivió, estudió y trabajó como ingeniero jefe en la construcción de puentes para el ferrocarril entre el estado de Nueva York y Pensilvania, antes de regresar a Cuba y casarse con mi madre y tener sus dos únicos hijos, Miguel Ángel, mi hermano mayor y luego a mí. Durante aquellos inicios tomando lecciones de inglés, mi padre me sirvió de alguna práctica a medida que mi conocimiento avanzaba. Cuando aun me quedaba un año más para mi graduación y licenciatura como técnico industrial, el inglés me abrió la puerta de una carrera en la industria petrolera con un trabajo con la compañía anglo-holandesa Shell de Cuba. Allí recibí instrucción como técnico para el manejo e instalaciones de gas licuado de petróleo, convirtiéndome a mis 19 años en el instructor jefe del departamento de distribución e instalación de gas doméstico. También para el uso industrial, y me tocó dirigir la primera instalación en un nuevo edificio en la zona del Vedado en La Habana. Tras cinco años en esa ocupación hube de casarme con Margarita Rivero Ruiz, hija de un electricista de mi mismo pueblo, y tener mis dos únicas hijas. Luego siguieron seis años más como gerente regional que concluyeron seis meses después de la intervención de la compañía por el nuevo poder de Fidel Castro en 1959. Me quedé en ese trabajo hasta el 18 de Agosto de 1960, cuando pude sacar a mi esposa y nuestras dos hijas hacia Estados Unidos para no exponerlas a mayores peligros. Poco después, tras haber tenido una confrontación ideológica con antiguos compañeros de estudio que estaban participando en el nuevo gobierno, salí de Cuba por la vía marítima en un ferri, desde La Habana a Cayo Hueso. Decidí así renunciar oficialmente a trabajar para un gobierno que ya comenzaba a demostrar sus tendencias socialistas. Me reuní con la familia en Miami y a los cinco días salimos para la ciudad de Nueva York, donde vivía mi hermano Miguel Ángel desde 1948. Está claro que la llegada al poder de Fidel Castro fue traumática para Cuba. ¿Cómo fue la vida a partir de ahí en Estados Unidos? Los primeros dos años del exilio viviendo en Nueva York no fueron fáciles, aunque después del primer mes comencé a trabajar en la ciudad con una empresa de investigación de mercados. Fueron años que me sirvieron para ampliar mis conocimientos sobre arte, estudiando bastante a fondo en las magnificas bibliotecas y museos de la ciudad, mientras mis hijas aprendían el idioma y las costumbres americanas. Tres años después, pude reintegrarme a la industria petrolera y trabajar como gerente en las operaciones de Venezuela, y como director gerente en Centro América, no con la compañía Shell sino con una filial de la compañía Gulf Oil, radicada en la ciudad de Cleveland (Ohio) donde vivimos otros tres años más hasta 1968. A partir de ese año nos instalamos más definitivamente en el área de Nueva York y mis hijas entraron a la enseñanza superior. A partir de ahí pude entrar en una nueva etapa en la que comencé a dedicar interminables horas durante las noches a hacer dibujos, bastante rudimentarios en un principio, con imágenes del entorno donde crecí, el territorio marítimo habanero y reglano con sus memorables tranvías, su gente y costumbres, que incluía las procesiones religiosas y las ceremonias afrocubanas. Empecé a realizar una colección de obras en óleos sobre lienzo durante aquellas nostálgicas noches recordando la Cuba de aquellos tiempos. Pasaba también muchas horas de la noche en las habitaciones de los hoteles en que me alojaba mientras viajaba, una o dos semanas al mes a Puerto Rico, México y ocasionalmente a Canadá. Organizaba e instruía grupos de vendedores y administradores para Duro Test, una interesante compañía productora de bombillas de larga duración que también distribuía productos de iluminación de alta calidad. Fue un productivo período de once años durante los cuales se graduó mi hija mayor, Maggie, con un doctorado en Química Orgánica. Fue la primera graduada como miembro militar de la reserva del ejército de EEUU en el estado de Nueva Jersey, de lo cual siempre me he sentido muy feliz, dejándolo después con el grado de Teniente Coronel para casarse, renunciando a una oferta para ser profesora en la famosa academia militar de West Point. De esta querida hija tengo dos nietos nacidos durante una triste separación de la familia, a finales del 1990. Estos dos nietos, Paul y Daniel, son también muy buenos y además, muy dedicados a sus estudios pre universitarios. Maritza, mi querida hija menor, se graduó como profesora de español y de Arte. De ella tengo un nieto y dos nietas. La mayor, con la que, afortunadamente, tengo una magnifica relación, vive en Carolina del Norte, y me ha dado dos bisnietos, Johnny de seis anos y María de cuatro que estuvieron visitándonos hace aproximadamente un mes. Mis dos hijas continúan viviendo en el área metropolitana cercana a la ciudad de Nueva York, donde su querida madre tristemente falleció, a los 77 años de edad. Cuba quedaba lejos geográficamente, pero estaba presente en tu memoria. Es lo que reflejas en tus cuadros. Así es. Ya a comienzos de los ‘70 había acumulado un considerable número de esas memorias de Cuba en óleo y atendí a una invitación para exponer una de ellas llamada “a Fesser”. Contiene una vista de los grandes almacenes colindantes a los muelles que eran parte de la estación ferroviaria del mismo nombre en Regla, con una vista panorámica donde se veía el litoral interior de la bahía de la Habana, y una parte de La Calzada donde hay una niña caminando de la mano de su padre. La foto del cuadro fue publicada en los periódicos y eso dio ocasión para entrevistas con las que, de pronto, se abrieron puertas para los primeros premios en 1982 y 1983, del Concilio de las artes del Estado de Nueva Jersey y el del instituto Internacional de Educación que administra la llamada Beca Cintas en Nueva York. A partir de esos premios vinieron entrevistas que salieron en televisión y en prensa mientras las obras comenzaron a ser expuestas en museos, desde Nueva York, a Washington DC, Chicago, Minnesota, Miami y Tampa, en la Florida. También en Connecticut, y otras ciudades y Estados donde algunas fueron adquiridas para la colección de dichos museos. ¿Cómo resultaba compaginar la pintura con las actividades estrictamente profesionales? Tome la decisión de mantener en el anonimato mis actividades comerciales, totalmente separadas en identidad de las del mundo del Arte. Lo logré durante más de veinte años, hasta el 1996, gracias a que desde que llegué a América del Norte, mi nombre como Elio Francisco Javier Beltrán y Marrero para ese mundo comercial se convirtió en Elio Frank Beltrán donde siempre me llamaron simplemente Frank, mientras que el nombre como artista figuraba como Elio Beltrán. Tengo una anécdota de cuando en 1994 salió en la televisión americana una entrevista tras haber recibido el premio como artista del año por las obras sobre el triste drama de los balseros cubanos que morían en el estrecho de Florida tratando de alcanzar la libertad. Catorce obras que eventualmente fueron a la colección del museo de La Universidad Internacional de La Florida. FIU en Miami. Al día siguiente de la entrevista me detuvo, tomándome por el brazo, un colega, a la entrada del edificio de las oficinas de la compañía Philips de Iluminación en Nueva York, donde yo trabajaba entonces como gerente regional internacional en la que estuve hasta el 2001. El colega que trabajaba como vendedor en otro departamento, muy excitado me decía me que me había visto momentáneamente la noche anterior en la tele, y yo le conteste, sin detenerme a conversar, diciéndole: “¡No! Solo has visto a mi hermano gemelo”, y continúe mi camino rápidamente al ascensor dejándolo en el vestíbulo con la boca abierta como un buzón de correos. No fue hasta el 1996 en que el gerente principal de la corporación, habiéndose finalmente enterado de alguna manera de mi actividad como artista, mandó a su secretario encargado de relaciones públicas que me llamase a mi oficina y me hiciese una entrevista para la revista que publicaba Philips de Holanda en Europa, tanto en inglés como en español, para los países de habla hispana, terminando así felizmente mi encubrimiento de dos actividades que nunca se entrelazaron ni interfirieron una con otra. Durante más de treinta años cumplí a carta cabal cada una independientemente de la otra, trabajando hasta altas horas de la noche y los fines de semana en mi estudio, así como también en la casa de España localizada en Roquetas de Mar, en Almería. Precisamente la relación con España está muy presente en tus cuadros, lo que te ha llevado, además, a exponer en diferentes puntos de nuestro territorio. Conjuntamente con la obra de Memorias de Cuba, he estado realizado obras que pertenecen a mi colección Colores de España de la cual, una buena parte está dedicada a denotar la importancia de la herencia de la cultura española en Cuba y EEUU. En esa colección hay obras hechas como tributo a Miguel de Cervantes y a Goya, que es el pintor español que más admiro. En 2005, por invitación de la Oficina de Cultura de Almería en la Concejalía de Roquetas de Mar, fue abierta al público una exposición en el Museo Castillo de Santa Ana, con 45 obras que también incluían temas de tradiciones españolas así como obras relacionadas con eventos históricos, como las misiones fundadas en California por Fray Junípero Serra, y la llegada de Ponce de León a San Agustín de la Florida, en busca de la fuente de la Juventud en 1563. Una parte de las obras expuestas en Andalucía con el nombre de Raíces Culturales fueron después llevadas por invitación especial a la exposición de la Feria de Zaragoza en Octubre del 2007, donde destacó el óleo Viva Goya, que tiene en un gran lienzo alegorías de ocho de las obras de ese gran maestro aragoneses. Todas estas obras ya han sido trasladadas a EEUU, para ser expuestas en San Agustín y en Miami en los próximos años. Serán mostradas durante las celebraciones de la llegada de Ponce de León a La Florida y la instalación de Don Pedro Menéndez de Avilés en el 1565 como primer gobernador de San Agustín, la ciudad más antigua de Estados Unidos, que cumplirá 450 años en 2015. Será una celebración por todo lo alto comenzando con actividades culturales desde el año próximo hasta esa fecha. ¿Cuál es ahora tu nivel de actividad en Estados Unidos? Hace poco más de un año que Aurora y yo nos mudamos a Ormond Beach, que está situado a unos 50 Kms. al sur de San Agustín, donde desde hace unos meses he podido asociarme con otros artistas locales y estoy exhibiendo nuevas obras en la Galería “Profesional Artist de San Agustin – P.A.S.T.A”, la más antigua de esta ciudad. Al mismo tiempo soy miembro de la Asociación de Arte de San Agustín, donde estoy bastante activo en planes para exhibir las obras sobre las raíces de nuestra cultura y herencia española en la que llevo ya trabajando desde hace más de diez años. Me considero un pionero promotor de dichas celebraciones, ahora que casualmente estoy “in situ”, como se dice, sin dejar de hacer nuestros viajes a España cada año, donde nos une un nexo muy importante, tanto a Aurora, mi esposa, que nació en León y se crió en Madrid, como a mi. Un nexo del que estamos muy felices de formar parte y de poder hacer una contribución artística, celebrando por lo alto ese patrimonio de la cuna de nuestra cultura. ¿Puedes contarnos alguna aventura o anécdota que te haya ocurrido? Recuerdo que fue alrededor de 1976, la primera vez que visité Zaragoza. Caminando por sus calles vi alrededor de la basílica un cartel anunciando una presentación de bailes regionales de Aragón. Llegué con anticipación, así que aún pude sentarme. Al empezar el espectáculo, el lugar estaba lleno a tope. Puedo decir que cuando comenzaron los bailes con su música y sus canciones, que fueron muchas, noté la gracia de la coreografía y escuché a un presentador que comentaba los detalles de la actuación. Me di cuenta de la suerte que tuve al enterarme justo a tiempo el mismo día de la presentación. A medida que se iban desarrollando los bailes y canciones mi emoción se acrecentaba, hasta el punto de que estuvieron saliéndome lagrimas en los ojos y terminé levantándome de mi cómoda butaca. Me daban ganas de salir también a bailar al escenario. Lo único que puedo decir es que fue algo tan inesperado y sorpresivo que me quedé pensando, y aun lo pienso, que fue como la llamada de la sangre que llevamos dentro del cuerpo y del alma. Me sentí parte de aquello que se estaba celebrando de forma muy singular. Nunca más lo he sentido y salí muy feliz, como un niño de la mano de su abuelo aragonés. A la vuelta del mismo viaje, pasamos por Toledo, donde también tuve la dicha de era un día festivo en la ciudad por ser día del Corpus y los balcones de los edificios de la ciudad tenían unos grandes tapices antiguos que daban mucho colorido a las calles por donde pasaría una gran procesión. El pavimento estaba lleno de romero por todas partes y en las noches, los faroles iluminaban las calles de forma muy especial. La suma de la experiencia en ambas ciudades fue plasmada en esta obra, titulada Aragón y Toledo. No sé que tiene la Jota, ni el aroma del Romero, pero las siento muy dentro, como si de allí yo fuera. – Una gran parte de esta historia, unida al proceso pre revolucionario en Cuba, hasta la actualidad, está en un libro publicado solamente en inglés, llamado Back to Cuba. The return of the Butterflies (Regreso a Cuba. El Retorno de las Mariposas), que vio la luz en 2004, el mismo año en el que Elio Beltrán fue nominado como artista del año por la Sociedad Biográfica de Cambridge, en Londres. Además, le fue otorgada la medalla de plata de la Academia Francesa de las Ciencias, Artes y Letras de París. Para mayor información acerca de Elio Beltrán, su vida, obra y su libro Back to Cuba, puede visitar la página www.eliobeltran.com y www.backtocuba.net Fuente: Periodico la edicion.blogspot.com

¿Qué opinas?

COMENTAR

Archivado en:


¿Tienes algo que reportar?
Escribe a CiberCuba:

editores@cibercuba.com

 +1 786 3965 689