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Pareciera, a veces, que las personas estamos tan ocupadas en preocuparnos que dejamos de ocuparnos en lo realmente importante. Hoy, 13 de abril, día internacional del beso, día en que todos recuerdan lo afortunados que somos por disponer de tan valioso recurso de comunicación, deberíamos detenernos, mirar a nuestro alrededor y pensar si somos todo lo afectuosos que deberíamos con quienes nos acompañan en nuestro camino por la vida.
Según recogen las fuentes electrónicas del saber popular, los orígenes de tal celebración están en el beso más largo de la historia, dado por una pareja de tailandeses durante cerca de 47 horas. La mayoría de los humanos no superaremos tal récord, ni debiéramos pretenderlo. Lo que sí deberíamos todos es aprender a no cuidar más nuestro tiempo que nuestras relaciones, a usar más a menudo nuestras manos -para los abrazos y los gestos- y nuestra boca -para decirnos y besarnos.
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Disfrutemos y revivamos hoy, día señalado en el calendario, y siempre algunos de nuestros mejores besos: el improvisado y torpe primer beso de la adolescencia, los besos mañaneros de nuestra madre y los de cierre para las buenas noches, los besos al amigo que ya está demasiado lejos como para poder volver a besarlo, los cálidos besos de las abuelas, besos con manos añosas y miradas cansadas, los besos a la(s) pareja(s), los besos a los hijos, esos en los que nos van la vida y las ansias, los besos de despedida, los del hasta luego o hasta siempre, los que supimos serían los últimos y los que la vida nos los convirtió en ellos.
Paremos la lectura de esta nota o de cualquier otro texto, apartemos la vista de la pantalla del televisor, de la tablet o del smartphone y enseñémosle a quien comparte espacio con nosotros lo afortunados que nos sentimos por tenerle.
Mañana, luego o justo ahora, la vida y sus rutinas que nos devoran nos hará olvidar nuevamente que tenemos labios.
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