Hace unos días el viaje de Paris Hilton y de Naomi Campbell a la Habana acaparó titulares de periódicos, portales, foros de debate y redes sociales. Lo que despertaba la curiosidad de algunos o la indignación de otros, lo que era bien una de tantas intrascendentes noticias de prensa rosa, bien un indicio de cuestiones más serias relacionadas con la Isla, es ahora evidencia de todo un mundo de lujo que discurre paralelo y divorciado del cotidiano quehacer de los cubanos de la Isla, ajeno e inalcanzable.
El reciente video del XVII Festival del Habano muestra un entorno de opulencia en Cuba pocas veces visto y, muchas menos, disfrutado por los millones de cubanos que viven en ella. Photocall, alfombras rojas, música, shows de cabaret, habanos, bebida y buena comida.
Ante estas imágenes cabría preguntarse ¿Es esto lo que queremos ver de la Isla? ¿Es este el mismo país de las llamadas públicas a la austeridad y la mesura? ¿Es este el que ha enarbolado durante décadas su diferencia y singularidad, que tanto ha criticado la voracidad e indolencia de un sistema? ¿Es esta la marca que Cuba quiere vender de sí misma? y más aún ¿Es esta la Cuba de los cubanos?
Habrá quienes defiendan estos eventos como necesarios para promocionar un producto cubano de tal manera que le asegure un espacio en la competencia pero los habrá, también, que se sientan indignados, traicionados y hartos del doble rasero y de que las alfombras rojas, el reconocimiento o 'un pellizco del pastel' no sean para los cubanos de a pie, para esos anónimos protagonistas del día a día, dignos merecedores de todos los los reconocimientos, todos los focos y todos los 'pellizcos' de ese pastel que durante décadas han estado amasando con lo mejor de sus vidas y sus esperanzas.
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