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En tiempos como los que corren es difícil hallar el consenso sobre las informaciones que a diario se están sucediendo de los cambios en Cuba, no solo por el tamiz de la inmediatez que limita el requerido distanciamiento y dificulta, en ocasiones, el posicionamiento, sino, sobre todo, porque es una realidad a la que los cubanos, estén dentro o fuera de la Isla, contemplan más emocional que racionalmente.
Sin embargo, la reciente noticia del aumento en un 16% del turismo del mes de enero con respecto al año anterior, debería dejar contentos a todos. Que Cuba siga siendo el destino turístico preferido para los cientos de miles de viajeros es bueno no sólo para la no tan saludable economía del país, sino también para promocionar la marca Cuba, tan necesitada más de testimonios reales que de cifras maquilladas o tópicos comerciales.
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Sea para formarse un juicio de primera mano sobre el proceso de normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, sea para disfrutar de un clima y entorno natural privilegiados, sea cual sea la razón, el aumento del turismo es un buen dato. Más interesante es, por prometedor con respecto al futuro, el crecimiento del turismo de cruceros.
De todo se pueden buscar siempre aristas negativas, todo es cuestionable y debatible -que si ese dato no cambia la precaria realidad de muchos cubanos, que si esa inyección de ingresos para la economía no se reflejará en el día a día de quienes brindan los servicios-, pero quizás convenga, aunque sea por un momento, hacer un alto en el camino y disfrutar un dato sin más, dejar hablar al orgullo por lo propio.
El mayor valor de Cuba son los cubanos y toda ocasión para que el mundo esté en contacto con ellos deberá ser aplaudida y bienvenida. Ni revistas de turismo, ni blogs, ni noticias, ni panfletos, ni cifras pueden presentar la verdadera realidad cubana mejor que unos días en ella.
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