Cuba: el pastel del cual todos quieren un trozo

Junto con el optimismo de que las cosas en Cuba funcionen mejor, marcha el escepticismo de que se maquilla la superficie pero la maquinaria que controla se mantiene incólume.

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Este artículo es de hace 9 años

Sé que entonar cánticos discordantes en momentos de común armonía tiene su precio, pero hay cosas que si no se comparten se atragantan. Mi comentario pretende, pues, ayudarme a sobreponerme al ahogo que por momentos me provocan las noticias diarias con respecto a Cuba y poder seguir alegrándome, como es el caso, con cada cosa nueva que pueda ocurrirle a Cuba y a los cubanos, mientras voy alternando el optimismo de que las cosas funcionen mejor, con el escepticismo de que se maquilla la superficie pero la maquinaria que controla se mantiene incólume.

Ni en nuestros mejores sueños ni nuestras más terribles pesadillas podríamos haber imaginado un escenario como el actual, ni unos eventos como los que se han venido sucediendo desde que el pasado diciembre Obama hiciera públicas sus intenciones de restablecer relaciones diplomáticas con Cuba y contribuir a eliminar las sanciones y trabas que pesan sobre ella.


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¿Y todavía alguien duda del peso de las palabras? La simple declaración de intenciones del mandatario más poderoso del mundo ha dado un giro radical a la historia y el resto se ha apresurado a hacerle coro y las autoridades cubanas, alfombra. Cuba ha dejado de ser en unos pocos meses 'un país atractivo, interesante comandado por dictadores desde hace más de cinco décadas', para ser 'un país atractivo e interesante...' y punto final.

Muchas generaciones de cubanos crecimos inmersos en un odio aprehendido hacia todo lo que representase Estados Unidos -ellos eran todo lo que no debíamos ser y nosotros lo que ellos nunca lograrían ser- y en ocasiones Europa; muchas generaciones vivimos con el miedo de la invasión y el temor a manifestar agrado o interés por algo de lo que allí ocurriese. No había más que encender el televisor para inhalar el odio hacia lo foráneo, sentir el miedo por lo inseguro del mundo allá afuera y sufrir el avasallamiento en el que nos decían nos tenían sumidos los países ricos.

Siento discrepar y no ponerme a dar saltos de alegría por los nuevos hoteles que se abrirán, las nuevas rutas comerciales, los nuevos muchos proyectos por ponerse en marcha. Siento no hacerlo pero la alegría que (sí) me produce cualquier mejoría económica de Cuba y de los cubanos, no puede impedirme ver otras cosas y es que lo que, durante muchos años fue el argumento y bandera de las prácticas de castigo y censura de Europa y Estados Unidos con respecto a Cuba, ha misteriosamente desaparecido de las mesas de debate pero no ha desaparecido de la realidad cubana. El poder siempre decide voltear la vista hacia donde sea más cómodo y oportuno y los hechos lo están demostrando.

Siento hablar de lo que nadie parece querer escuchar pero, hasta que no sepa que en Cuba no hace falta ser mago ni vivir al margen de la ley para tener cubiertas las necesidades, hasta que no vea que paran los actos de represión y las exclusiones a quienes piensan o actúan motivados por posturas ideológicas u orientaciones políticas no 'oficiales', hasta que no vea que el mundo para los cubanos -tristemente los de adentro y los de fuera- no se divide en castristas o gusanos, hasta que una persona honesta pueda vivir de su salario y no depender o de lo que resuelve por la izquierda, o de lo que buenamente cualquier pariente -de esos muchos que han marchado- pueda mandarle, hasta que no vea que en Cuba hay servicios y no favores, hasta que esas y otras muchas cosas no lleguen, la sonrisa por las mejoras económicas y por las aperturas seguirá siendo una mueca a medias.

Cuba es un pastel suculento y todos quieren su porción. Sus playas, sus precarias infraestructuras por levantar, sus muchas áreas comerciales por explotar, sus potencialidades para el comercio, el turismo, la investigación, su estratégica ubicación y su indudable potencial humano se han vuelto demasiado atractivos como para reparar en las nimiedades del pasado: ¿libertad de expresión, libertad de manifestación y asociación, respeto al elemental ejercicio de oposición, para qué, quién quiere hablar de eso justo ahora?

Recuerdo que casi no sabía usar la adjetivación y la sinonimia pero conocía sobradamente el término extranjerizante, para aludir a todo aquello producido fuera de Cuba, propio de los países consumistas e imperfectos y que sólo servía para corromper la moral y la conducta inquebrantable de los cubanos. Escuchar determinadas músicas, masticar chiclet, llevar determinadas prendas era un indicio de estar dejándose comprar por el diablo, de escuchar cantos de sirena, de ser menos el hombre nuevo deseado.

La vida nos demuestra que nunca se sabe demasiado, que en realidad 50 años pueden convertirse en nada y pasarse de repeler, censurar y perseguir lo extranjerizante a extranjerizarnos y abrir puertas y ventanas para que todos entren y ocupen una parcela de nuestra maltrecha casa.

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Marlén González

(La Habana, 1978) Lic. en Filología hispánica y Máster en Lexicografía. Ha sido profesora en la Universidad de La Habana e investigadora en la Universidad de Santiago de Compostela.


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Marlén González

(La Habana, 1978) Lic. en Filología hispánica y Máster en Lexicografía. Ha sido profesora en la Universidad de La Habana e investigadora en la Universidad de Santiago de Compostela.