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Aunque una lluvia hincha trató de evitarlo, demorando dos horas el inicio de la segunda mitad, el equipo cubano de fútbol terminó ayer empatando a 1 con Curazao, con lo que perdió sus esperanzas de clasificar al Mundial de Fútbol de Rusia 2018.
En realidad nunca hubo esperanza, pero había posibilidades de que Cuba al menos avanzara un poco en las eliminatorias, sobre porque nos enfrentábamos ante un rival menor. Pero el desempeño de la selección cubana no pudo ser peor, tras dos juegos donde a falta de un riguroso planteamiento trataron de clasificar a pelotazos.
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Tras un partido de ida empatado a cero, las tablas de la fecha de vuelta le dieron la clasificación a la selección de Curazao, por haber hecho su gol en portería contraria. Cuba madrugó en el segundo partido y comenzó ganando con un gol tempranero del capitán Yennier Márquez en el minuto 5. Pero no pudo sostener la ventaja y Curazao igualó en el 16.
Con su público a su favor, quizás los cubanos hubieran podido aspirar a otra anotación en el complementario, pero el portero Sandy Sánchez se ganó la expulsión al final del primer tiempo. Solo con diez hombres, la eliminación estaba sentenciada.
Lo malo de esta y tantas experiencias similares no es que el equipo cubano no clasifique para un Mundial, sino que teniendo talento para hacerlo nos demos el lujo de desperdiciarlo. No se trata de que se aplique esta o aquella estrategia ofensiva, de que tengamos un mánager cubano o no, o de que nuestro portero no se busque la expulsión por atropellar a los contrarios.
Se trata de que mientras Cuba no tenga infraestructura futbolística para desarrollar a sus talentos, estos tendrían que salir a formarse en las ligas extranjeras, práctica que es común a todas las federaciones menores del planeta. Mientras eso no pase, seguiremos faltando una y otra vez a los mundiales, eliminados por países con menos habitantes, menos talentos jóvenes y menos fervor que el que se vive hoy en Cuba por el fútbol.
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