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Después de cuatro juegos sin batear, Nicaragua fabricó 14 carreras en el último partido contra Cuba, que los superó 18 por 14, en un partido al que le sobraron como 20 carreras para ser bueno.
Fue este un tope malo, pues durante los 33 inning de los primeros cuatro partidos los nicaragüenses solo fueron capaces de anotar una vez. A cambio, los cubanos batearon desaforadamente, 45 carreras con 59 hits, en cinco juegos. Con semejante desproporción de poder, lo que debía ser un tope preparatorio se convirtió en un despropósito, por lo menos para los cubanos, que han medido sus efectivos con un termómetro que ha arrojado valores falsos. ¿Están bien nuestros peloteros? ¿Están en condiciones de medirse contra estadounidenses y canadienses en Toronto? No hay manera de saberlo, después de estos cinco partidos.
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La utilidad de estos topes no es que los jugadores entren en calor, algo que podrían hacer entre ellos mismos, dividiéndose en dos bandos, sino ubicarlos en los niveles de exigencia del próximo torneo internacional. Por eso se elige a Nicaragua y no a Australia o Italia, que no estarán en Toronto. Pero tras lo visto, hubiera sido mejor confrontar con los australianos o con peloteros de cualquier otra parte, con tal de que les hubieran hecho un poco de resistencia a los cubanos. Para la próxima, Cuba debería elegir mejor a sus contrarios.
El tope tampoco sirvió como espectáculo. No se sabe qué fue peor, si los cuatros juegos sin ofensiva de los nicaragüenses, o el juego de ayer, en el que los dos se cayeron a palos, como si fueran equipos de octava categoría. Porque ese abultado marcador no se debió a una ofensiva poderosa ni a un picheo malo, sino al desinterés general de dos equipos a los que les ya había dejado de importar el tope bilateral.
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