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A los cubanos ni cuando les viene algo bueno, les viene completo. Así lo hemos comprobado una vez más con la habilitación de los 35 puntos de acceso a zona wifi en Cuba. Lo que aparentemente es una noticia que merecería halago y hasta optimismo, en realidad, saca a flote las precarias infraestructuras de Cuba, lo simbólico de los pasos de avance y lo poco que se cuida al cubano como cliente.
Al sol, de pie, y en condiciones de incomodidad, así se conectan los cubanos a la wifi en Cuba. Lo que debería ser un servicio que promoviese la rapidez y movilidad, al ser conexiones sin cable, en realidad ha conseguido abaratar el acceso a redes fijas, pues el poco alcance de las redes y las lentas velocidades de conexión han convertido a los escasos metros que rodean a las antenas de Nauta en auténticas salas de conexión al aire libre, donde los cubanos se aglomeran para poder recibir o mandar un correo, ver las fotos de sus amigos del Facebook o enterarse un poco de cómo va el mundo más allá de las fronteras de la isla. Negocio redondo y rentable donde los haya.
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Si como resultado de ahorrarse computadoras para que la gente se conecte, salarios de quienes trabajan en las salas de acceso a Internet, electricidad y consumo, lo que se consigue es que la gente esté incómoda, ¿qué más da? ¿que es el cubano el que no puede ir andando por calle y mirar el correo que acaba de recibir, o buscar información de un asunto sobre el que quiere saber más? ¿que debe estar fijo, quieto, recostado, de pie y abrasado por el sol? Todos sabemos que para los ojos oficialistas y las vitrinas exportables esos son detalles sin importancia. Los informativos de medio mundo han gritado a los cuatro vientos que los cubanos ya tienen conexión wifi y eso es lo que queda en los titulares.
Lo que sí parecer ser un hecho indudable es que esta nueva modalidad de acceso a Internet llegó para quedarse y para cambiar la fisonomía de muchas ciudades cubanas. Si ya estábamos habituados a la imagen de los cubanos haciendo colas para subirse a una guagua, tomarse un helado o adquirir una baloncito de gas, ya nos acostubraremos a estos tumultos de cubanos con sus portátiles, sus teléfonos y sus tabletas, hacinados para beneficiarse de las señales.
Y no nos extrañemos si, dentro de poco, empiezan a montarse negocios en los alrededores de estos puntos con venta de comida, bebida, abanicos, sombreros y gafas para el sol y, quizás, hasta algún emprendedor creativo se anima a alquilar sus dispositivos para quienes no los posean.
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