El Renacimiento de La Habana: Bares, cafés y restaurantes

Los bares de tapas, café-galerías, restaurantes y otros centros de ocio son los “culpables” de este florecimiento, y se van sumando al fenómeno cubanísimo de las paladares

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Este artículo es de hace 9 años

La Habana, ciudad tempestuosa y gris, se alza sobre sus propias ruinas repetidamente como quien se rehúsa a aceptar el pronóstico de su muerte.

El deterioro de las calles, parques y edificaciones de la capital cubana –que una vez fue joya del Caribe- es tan real y a la vez tan imperceptible para la mayoría. Nos hemos acostumbrado a vivir entre el escombro, los balcones caídos y el latón de basura abierto.


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La gente –que piensa como vive- construye y reconstruye a su forma, sacan el arquitecto que tienen dentro, el pintor de brocha gorda, el albañil. Todo para sentirse lo más cómodo posible con el pedazo de Habana que le tocó. Pero la mona, aunque se vista de seda…

La estética de la ciudad se desprende entonces de la mala improvisación, del monumento a lo kitsch, de la necesidad de sobrevivir lo más decentemente posible en un ambiente desfavorecido.

Estos últimos cinco años, sin embargo, han traído consigo cambios de magnitud considerable para los capitalinos. Ya se empiezan a notar signos de un avance progresivo hacia un futuro que no puede traer otra cosa que desarrollo –porque más para atrás no podemos ir-.

Desde la apertura del gobierno cubano a las formas de economía no estatal, una ola de nuevos negocios relacionados con la gastronomía y el divertimento han surgido con una fuerza y una acogida extraordinarias.

Casi de la nada, han renacido con nuevos bríos viviendas coloniales, mansiones neoclásicas abandonadas, inmuebles art decó multi-apartamentos y edificaciones modernas que antes se encontraban en paupérrimo estado. Los bares de tapas, café-galerías, restaurantes y otros centros de ocio son los “culpables” de este florecimiento, y se van sumando al fenómeno cubanísimo de las paladares. Estos negocios no solo han “emperifollado” a una Habana que creíamos desatendida y poco coqueta, sino que también desempeñan funciones significativas a nivel social y económico de la ciudad.

Es más que sabido que en la isla existen muy pocos lugares de esparcimiento al alcance del bolsillo de un cubano promedio. Y los servicios gastronómicos estatales, ya sean de hoteles, restaurantes “de lujo”, o cafeterías son pésimos, y cuando digo pésimos me quedo con sabor a eufemismo en los labios. Precios descomunales, suciedad, maltrato a los clientes y bajísimos estándares de calidad de los productos son algunas de las características que distinguen a las empresas estatales vinculadas a los servicios de gastronomía.

Si Ud. decide ir a un restaurante de este tipo prepárese para encontrarse una pestaña en el arroz, recibir atroces “reviraos” de ojo de la camarera y descartar la mitad del menú por falta de abastecimiento.

En cambio, la mayoría de los negocios privados que aderezan la vida nocturna de La Habana, no sólo son dignos de su categoría, sino que constituyen una bocanada de prosperidad y sofisticación. Son espacios de socialización y recreación sana que han devenido fuente de empleos para un sinnúmero de jóvenes ociosos movidos por la considerable entrada económica que trabajar en estos supone. La Guarida, Esencia Habana, Sarao, Up&Down, La Chuchería, el King Bar, el Madrigal, entre otros muchos, son los que van a la cabeza de este “período de renacimiento” que vivimos los cubanos.

Si Cuba sola –como pueblo, no como gobierno- ha logrado florecer así en tan poco tiempo, me pregunto, cuando lleguen los americanos e impulsen de un tirón las iniciativas privadas, qué pasará.

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