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Los cubanos somos expertos e ingeniosos usuarios del lenguaje. La creatividad en este aspecto nos define y nos caracteriza: tomamos leche de cerelac, comemos dulce de coco de col, le decimos período especial a las crisis, plan pijama a los castigos, presos comunes a los políticos y así, logramos construir una realidad lingüística paralela, edulcorada y, las más de las veces, divorciada de la propia cotidianidad y el día a día.
Los hechos de los últimos meses, desde que Obama y Castro -para qué decir el nombre del actual si el régimen es básicamente el mismo del hermano- anunciaron sus intenciones de normalizar relaciones, no hacen más que confirmar esta singular característica de Cuba de reacomodar palabras y descripciones a antojos e intereses. Si no ¿cómo se entendería que se hable de nueva era, nueva etapa para los cubanos sin que se haya producido un solo cambio trascendente en la Isla?
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A aquellos que puedan salir al paso arguyendo la existencia de los 35 nuevos puntos con conexión wifi podría decírseles que se han habilitado ahora, de igual forma que podía haberse hecho hace unos años antes. Nada sustancial ha cambiado en la infraestructura de las telecomunicaciones en Cuba, por tanto, estas habilitaciones no son fruto de ninguna nueva etapa ni de las buenas relaciones con el vecino del norte. Por otra parte, aunque se hayan abaratado los precios, aun muchos cubanos tendrían que dejarse íntegramente su salario del mes para poder estar dos o tres horas conectados a la red.
A aquellos que apelen a cruceros, nuevas rutas comerciales, potenciales inversiones y prósperos negocios, cabe explicarles que estos no resuelven el serio problema de la dualidad monetaria de la Isla ni el poco valor de la moneda con que se pagan los salarios ni, mucho menos, el desajuste de estos con los precios de los productos en el mercado: no hablamos de lujosos autos ni espaciosas mansiones, hablamos de aceite de girasol, pasta de dientes, papel sanitario y otros tantos productos que deslucen el tono de los textos escritos, pero que refieren las más elementales de las necesidades no cubiertas.
A aquellos, seducidos por los cantos de bonanza y optimismo, desconocedores de la compleja realidad cubana, habría que explicarles que las apelaciones en los discursos oficiales al líder indiscutible, a las conquistas de la revolución y las declaraciones de no ceder un ápice en los principios del socialismo, son un claro indicio de que las intenciones por parte de quienes mandan en Cuba no son precisamente de aperturas y de cambios profundos.
Que siempre el responsable de los males haya estado fuera de los límites de la Isla no ha sido casualidad, nunca ha habido un cuestionamiento serio de las políticas implementadas en Cuba y nunca lo habrá.
¿Cómo, entonces, aplaudir el gran suceso histórico que significa el reestablecimiento de las relaciones diplomáticas si no trae consigo una mejoría en las condiciones de vida de los cubanos? ¿Cómo confiar en que esta vez algo bueno pueda ocurrirles a los habitantes de la Isla cuando ni se les escucha, ni se les da voz, ni mucho menos se les permite expresarse? ¿Acaso la propia selección de la comitiva que participó del izamiento de la bandera no es más que elocuente de lo que pasa en la Isla?
Ya tenemos embajadas, Cuba ha dejado de ser un país terrorista y está,además, mejorando su percepción con respecto al tráfico de personas. Cuba exige (cese de embargo y devolución de Guantánamo), Cuba pide; Obama promete y Obama otorga, pero ¿qué da a cambio Cuba? ¿Dónde están las declaraciones por parte de las autoridades cubanas de cómo esta nueva era puede ser el inicio de una mejor vida para sus ciudadanos? ¿Es que acaso sigue siendo más importante la victoria política que el bienestar de los cubanos?
Cuando pase la embriaguez que el éxito político otorga, cuando los victoriosos egos se calmen, ¿sentirá el cubano al despertarse algún cambio en su vida? Solo cuando eso ocurra, cuando la desesperanza se transforme en optimismo, cuando la precariedad devenga florecimiento, cuando el trabajo y el sudor tengan recompensa, cuando se pueda pensar, hablar y gritar puntos de vista divergentes, sean sustentados o superficiales, solo cuando los cubanos sientan que viven en un país que funciona y de cuyo futuro participan, solo entonces, habrá llegado la nueva era para Cuba.
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