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“Voy a visitarlos para compartir la fe y la esperanza” (Papa Francisco, en mensaje a los cubanos días antes de efectuar su visita oficial a la Isla)
Desde hace días pareciera como si en Cuba se hubiese alterado el curso normal de los acontecimientos, en espera del gran suceso que tendrá lugar el sábado 19: la visita a la Isla del Papa Francisco, primer Papa latino e hispanohablante. Los medios de prensa, por su parte, parecieran haberse puesto en sintonía con este ritmo, pues casi todas las noticias giran en torno a los preparativos, expectativas y pronósticos de qué significará la visita del Sumo Pontífice a la isla.
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El contexto no puede ser más propicio para la sublimación de un evento como este, de por sí trascendente y de gran alcance.
En primer lugar, por el reciente restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, en el cual el Santo Padre habría tenido un importante rol de facilitador, mediador y favorecedor del consenso.
En segundo lugar, por las denuncias de plataformas y diarios no oficiales, del repunte en la Isla de actos represivos contra los opositores al régimen; hechos que, para los discursos y posturas oficiales, se traducen en ocultación, silencio o negación.
En tercero, y no menos importante, porque son aún demasiado recientes las persecuciones y repulsas que sufrieron los católicos en los primeros años de la revolución, como para no pensar en ellas en momentos como estos. Aún pesan los años en que los santos debían esconderse y las creencias ocultarse, esos tan ignominiosos en los que adorar a Dios implicaba castigos terrenales por parte del aparato gubernamental.
Pese a los intentos por mostrar acercamiento con la Iglesia Católica, pese a ser esta la tercera visita a la Isla de un Santo Padre (Juan Pablo II en 1998 con Fidel Castro como presidente y Benedicto XVI en 2012, siendo ya Raúl Castro el jefe de estado cubano) y pese a los gestos de buena voluntad como la excarcelación de presos y los muchos preparativos que se articulan para agasajar y recibir al Papa, muchos aún miran con recelo esos brazos abiertos de las autoridades cubanas a la Iglesia y al Catolicismo.
Todo esto contribuye a crear un estado de expectación que coloca bajo la lupa la visita del Papa a la Isla, y convierte cada punto de su agenda en un acto minuciosamente estudiado desde las más diversas y encontradas posturas.
Los hechos, sin embargo, parecen confirmar que más allá del revuelo mediático y la infraestructura desplegada con motivo de esta visita oficial, más allá de los optimistas pronósticos de quienes ven en esta visita un impulso u oportunidad para los cubanos de mejorar sus condiciones de vida, más allá de los más críticos que censuran al Papa Francisco no incluir en su agenda una reunión con miembros de la oposición o colectivos pro-derechos humanos en la Isla; lo más probable es que todos los cambio que se produzcan como consecuencia de este viaje sean el indulto anunciado de los más de 3500 presos cubanos -ninguno preso político pues esta no es ni una categoría que el gobierno acepte-, unos cuantos baches de menos en las ciudades y un mejor aspecto y colorido de sus fachadas. La historia de lo ocurrido con las dos anteriores visitas papales corrobora tales pronósticos.
Para muchos cubanos de dentro y fuera de la Isla, toda la parafernalia que se pone en marcha para recibir al máximo representante de la iglesia seguirá sonando a oportunista jugada política o pantomima intencionada. Para muchos, la premura en tapar los huecos en las calles y los maquillajes a las despintadas fachadas, no es más que un intento desesperado por ocultar una realidad de carencias, malas gestiones, miseria y falta de proyectos. Para otros, además, los arreglos, las obras y los remiendos apresurados lo que hacen es poner en evidencia que el día a día de los cubanos, las calles por las que andan y los edificios en los que habitan no son dignos de enseñar al mundo, no son logros que puedan exponerse en vitrinas, sino fracasos que conviene 'camuflar'.
Lo único seguro es que cuando el Papa arribe a Cuba, junto con los curiosos que no querrán perderse la visita de alguien con tanto peso mundial, y junto con los que intentarán sacar provecho político del evento, habrá cientos de miles de cubanos que genuina y profundamente se sentirán bendecidos por recibir en su patria al máximo representante de Dios en la tierra, esos que seguramente seguirán implorando a su Dios para que siga intercediendo por ellos y por que el buen destino que la Isla merece llegue algún día.
(Imagen tomada de Internet)
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