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Hace aproximadamente cinco años o quizás un poco más, una de las principales arterias de La Habana se convirtió en espacio de confluencia obligada para jóvenes de diferentes tribus urbanas. El fenómeno -sin precedentes- emergió, insólito, de una sociedad que a primeras luces resulta mayormente homogénea.
Hoy, la Avenida de los Presidentes o calle G, sigue desbordándose de personas motivadas por la ausencia de lugares de acceso público que cubran las necesidades de esparcimiento y socialización de una buena parte de los capitalinos.
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Además de los numerosos grupos de jóvenes definidos por la estética de diferentes tendencias musicales, la amplia avenida ha devenido también escenario frecuentado por parejas del mismo sexo, en su mayoría adolescentes.
Ahora es perfectamente normal, al menos en esos límites geográficos, que decenas de muchachos y muchachas con un rango de edad a partir de los 15 años, manifiesten su orientación sexual en presencia de otros grupos e individuos que también asisten al lugar.
Lo que hace pocas décadas resultaba inconcebible para la sociedad cubana –matizada históricamente con altas dosis de machismo-, se manifiesta hoy de forma espontánea y pública, una suerte de aviso sobre un cambio de mentalidad en Cuba desde las nuevas generaciones.
De ahí que la céntrica calle G se ha convertido en un espacio abierto a la tolerancia, ya no sólo hacia las preferencias musicales y estilos de vida, sino también hacia el derecho humano de expresar y defender libremente las inclinaciones sexuales de cada quien, así como el rol de género asumido desde temprana edad.
A pocos años de las reformas económicas iniciadas por el gobierno del actual presidente cubano, Raúl Castro, la apertura hacia las iniciativas privadas no ha logrado impulsar la creación de nuevos espacios que brinden a los jóvenes de la isla opciones recreativas, diseñadas desde la inclusión social.
Poniendo al margen los escandalosos precios que distinguen a la mayoría de los espacios particulares de ocio (bares, discotecas, restaurantes, cafés), el matiz exclusivo de los mismos radica también en un diseño pensado para un público limitado.
Entre los bustos de presidentes y la policía controladora, los jóvenes que se agrupan en la popular avenida muestran una indiferencia palpable hacia la dinámica conservadora del sistema social cubano. Están marcados por la necesidad de rebelarse ante las posturas obsoletas de la sociedad, de crear espacios propios al margen de las instituciones donde formar su identidad sin represiones o prejuicios del pasado.
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