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En el año 1998 aterrizaba en suelo hondureño un conjunto de profesionales cubanos de la salud. La idea, promovida por el entonces presidente cubano Fidel Castro para atender a las víctimas del huracán Mitch, se concretó poco después en un convenio para la colaboración médica que alcanza nuestros días.
Fruto de esto, se han llevado a cabo cerca de 30 millones de consultas a pacientes hondureños, especialmente en zonas rurales, de difícil o escasa cobertura médica.
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La Brigada Médica Cubana presente en Honduras, según informó Orlando Álvarez, coordinador del equipo, ha efectuado en los 17 años de vigencia del acuerdo, 29 044 741 consultas, 775 926 de las cuales han sido intervenciones quirúrgicas. De igual manera ha asistido 166 773 partos y llevado a cabo 855 946 exámenes de laboratorio, 6 380 934 servicios de enfermería, 79 859 imagenologías para diagnóstico clínico y una importante labor educativo-preventiva, contabilizada en 24 785 066 actividades con este fin. Gracias a la Operación Milagro, además, fueron atendidos 297 286 pacientes, 56 979 de ellos operados.
La presencia de cooperantes cubanos del sector de la salud en países de Latinoamérica, no obstante, genera las más diversas y, en ocasiones, opuestas posiciones que van desde la alabanza hasta el malestar y la crítica.
Para algunos constituyen una competencia desleal a los profesionales locales, con servicios y tarifas no emulables y, en ocasiones, hasta -según no pocos- calidad cuestionable.
Muchos, en cambio, beneficiarios directos o indirectos de los servicios prestados por los cooperantes cubanos, se manifiestan agradecidos de la existencia del convenio y elogian tanto la valía, entrega de los médicos, especialistas y enfermeros cubanos como la calidad de sus servicios médicos.
Sin embargo, la gran cantidad de profesionales de la salud pública cubana que se han trasladado temporalmente a países de América Latina ha venido a sacar a la luz, también, las precariedades y deficiencias del sistema de salud cubano, que no puede dar respuesta a las demandas internas.
La familia cubana, igualmente, se ha visto dañada por la ausencia del hogar de alguno de sus miembros rectores, lo que ha contribuido a incrementar su desestructuración -matrimonios que se separan, cooperantes que no regresan-, y el propio descontento y mala percepción que tales convenios tienen en la sociedad cubana pues, aunque sigan siendo para muchos las únicas opciones para hacerse por vías legales de dineros y recursos para mejorar las casas y las condiciones de vida, implican ante muchos un precio demasiado alto a pagar.
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