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A pesar de que la cultura norteamericana, alta y baja, masiva, mercantil y elitista, nunca estuvo del todo ausente de nuestro panorama cultural, a través, por ejemplo, de la música, el cine, o de la obra de Ernest Hemingway y William Faulkner, desde mediados de los años sesenta hasta los ochenta, hubo acusaciones de diversionismo, contrarrevolución y hasta de vendepatrias a quienes se inclinaban abiertamente por lo norteamericano, o admiraban lo mejor de Hollywood, la música de la Motown, o la literatura de la beat generation.
Hubo contactos culturales aislados y excepcionales: las visitas de Robert de Niro, Kevin Costner, George Lucas y Francis Ford Coppola; el concierto de Billy Joel y Weather Report en 1978, el llamado Music Bridge que puso de manifiesto contactos subterráneos entre las músicas de Cuba y Estados Unidos, vínculos puestos de manifiesto desde los años cuarenta. Pero nada se compara con la estampida, el arribazón de importantes figuras de la cultura norteamericana a la Isla durante el último año.
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Hay una parte de los cubanos de a pie que baten palmas entusiasmados, como si semejantes excursiones de los vecinos, antes hostiles y ahora seducidos, fueran a resolver los inmensos problemas de la Isla. En La Habana, hay quienes apostaron a determinar los lugares donde van a emplazarse las mejores McDonalds, mientras que decenas de cantantes, escritores, cineastas e intelectuales norteamericanos añoran venir a la Isla antes de que el paisaje urbano de la capital se llene de anuncios de hamburguesas y Coca Cola.
Respecto al acercamiento cultural entre Estados Unidos y Cuba, algo que ya se está verificando, y con el tiempo no hará más que crecer, entre los cubanos predominan tres actitudes o perspectivas: la dominante, la subordinada y la radical. En la primera de ellas, algunos suscriben hasta los disparates de la manzana madura (aquella que representaba a la Isla cayendo en manos imperialistas) y se refrendan ciertos resabios anexionistas, en tanto se considera que solo Estados Unidos puede y hasta debe resolver los problemas de Cuba, vía entreguismo, e imponer no solo su modo de vida, sino tradiciones ajenas a nuestra idiosincrasia e historia.
Según la perspectiva subordinada, se aceptan los peligros de imponer en Cuba una predominancia norteamericana, y se reconoce la alarmante posibilidad de que la cultura cubana adquiera un lugar mínimo ante el avance de Hollywood y el mercantilismo, y se sustituyan los premios Lucas por los MTV, y nos olvidemos de Benny Moré fascinados con Frank Sinatra.
De acuerdo con la perspectiva subordinada, se considera inevitable la penetración de la cultura norteamericana en la Isla como parte de un proceso penoso pero inevitable, y además se confía en los valores nacionales para garantizar la supervivencia de “lo cubano”, tal y como sobrevivió, y floreció, en la época de la república mediatizada, cuando los gobiernos norteamericanos regían los destinos de Cuba, y semejante subordinación no pudo impedir la consagración mundial de nuestra música, nuestros escritores y artistas.
Y por supuesto que también existe una perspectiva radicalmente opuesta a que prosperen las relaciones culturales, económicas e incluso políticas. Algunos insisten en recordar el pasado traumático entre los dos países, subrayan la inveterada voluntad imperialista de Estados Unidos (confunden gobierno y cultura), y niegan todo elemento positivo en el acercamiento, porque resulta imposible para los norteamericanos invasores y criminales, una relación con Cuba fundada en el intercambio, el respeto, e incluso el afecto que pudiera vincular a los buenos vecinos.
El tiempo dirá quienes tenían la razón.
(Imagen tomada de Internet)
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