Ni siquiera un gran elenco que integran Enrique Molina, Vladimir Cruz, Amarilys Nuñez, Osvaldo Doimeadiós, Carlos Enrique Almirante, Héctor Medina y Miriel Cejas, entre otros, consigue salvar de la falta de gracia y el bostezo La cosa humana, que cuenta además con otros colaboradores ilustres como Edesio Alejandro en la banda sonora y Raúl Pérez Ureta en la dirección de fotografía.
El filme falla al intentar construir una trama medio humorística y medio policiaca, y pulsar el difícil subgénero de la comedia que es la farsa, en el cual los personajes debieran comportarse de manera extraña, o extravagante, pero creíble. Y precisamente en la falta de credibilidad, y espontaneidad, radica el mayor problema de una película artificiosa, que intenta todo el tiempo demostrar, forzosamente, que los delincuentes pueden comportarse como intelectuales y viceversa.
Así, los personajes resultan no solo atípicos, sino increíbles y artificiosos, y las situaciones derivan hacia una verbosidad tan explícita, y al mismo tiempo tan recargada de intertextos, alusiones y citas que se olvida de su primera y esencial función en una comedia: hacer reír, o por lo menos intentar que el espectador sonría.
En el diseño de los personajes está la mayor parte de la culpa para que La cosa humana aterrice en la insignificancia. Apenas existe alguna posibilidad de identificación con estos personajes que dicen, en sentencias altisonantes, absolutamente todo lo que espectador debiera suponer, imaginar o cavilar. Y de este modo se pierde en largas escenas inertes, una trama que se agotó en los primeros veinte minutos de la maniquea oposición- reconciliación entre comportamientos intelectuales y delincuenciales.
Gerardo Chijona ha demostrado su pulso en comedias negras, con un fuerte dejo crítico y amargo, como Adorables mentiras (1991), y Perfecto amor equivocado (2003), pero en La cosa humana falla el intento por confundir las dicotomías entre los creadores amparados en el disimulo, la doble moral y la crisis ética, y ciertos personajes que habitan los márgenes, o promueven actitudes inmorales.
La artificialidad de los diálogos y los personajes dificultó el trabajo de los actores, quienes pocas veces consiguen manejar el acercamiento al margen de carencias éticas donde coinciden estos personajes, puestos a expresarse en términos de rebuscados aforismos. Los intérpretes que salen mejor parados, Amarilys Nuñez, Osvaldo Doimeadiós y Carlos Enrique Almirante, son los personajes más "normales", es decir, los que se comportan como si fueran “de verdad”, y no como voceros de las opiniones del director.
De todos modos, muy poco se le puede reprochar al notable conjunto de importantes actores y actrices si los colocaron en situaciones y diálogos simplemente imposibles de articular orgánicamente.
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