¿Qué dejará la visita de Obama a Cuba?

Esta visita puede ser una ocasión idónea para para dinamitar la inercia, remover las quietudes y, sobre todo, para infundir en los ciudadanos cubanos la confianza en los cambios y en su poder para llevarlos a cabo y para contruir la historia y devenir de su nación, ante la constatable evidencia de que las posturas más férreas o las posiciones más firmes pueden modificarse y las barreras más altas son siempre franqueables.

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Este artículo es de hace 8 años

El próximo mes de marzo se producirá la primera visita a Cuba en más de 8 décadas de un presidente norteamericano.

El suceso, esperado desde que el 17 de diciembre de 2014 se anunció el restablecimiento de relaciones entre ambas naciones vecinas, y adelantado hace unas semanas, no ha podido despertar más expectación y revuelo por todo lo que significa que un presidente estadounidense visite Cuba por primera vez en 88 años, que sea el primero en hacerlo después de la revolución cubana en 1959 y después de que se normalizaran las relaciones entre Cuba y Estados Unidos en diciembre de 2014.


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Si tras el bautizado como deshielo no han cesado de ponerse en perspectiva y analizarse en claves política e ideológica cada pronunciamiento, cada medida, cada flexibilización o evento relacionados con el fin de la Guerra Fría hacia a Cuba; la más que esperada visita del mandatario -impensada y posiblemente no permitida hace escasos años-, se colocará como nunca bajo la lupa y cada punto de la agenda se analizará desde todos los ángulos y connotaciones posibles.

La visita, que según el propio Obama se producirá “para promover el progreso y los esfuerzos que pueden mejorar la vida de los cubanos” y que, previsiblemente incluirá reuniones con miembros de la sociedad civil, constituirá un paso más de afianzamiento en ese proceso de normalización de relaciones, que ha sido tomado por muchos como un inteligente y necesario viraje en la historia de ambos países pero por otros, como una oxigenización, legitimación y apoyo a un sistema totalitario y asfixiante.

Obama, quien ha anunciado en su Twiter que abordará directamente las diferencias con el gobierno cubano y también ha reiterado que su nación siempre defenderá los derechos humanos en todo el mundo, no realizará un simple viaje oficial de un mandatario a otro país, sino que protagonizará un suceso de gran trascedencia histórica, carga simbólica e implicaciones para el futuro de la nación y los ciudadanos cubanos.

Los lugares que visite, las declaraciones que haga, los actores sociales con los que se reúna y con los que no: todo contará a la hora de calibrar la trascendencia de la visita y todo importará a la hora de evaluar la postura de Obama con respeto a asuntos polémicos de la realidad cubana, con respecto a sus gobernantes, sus políticas y sus ciudadanos.

Aunque no son competencias de un mandatario foráneo el destino o decisión de lo que ocurre en otro, y en tal sentido no pueden exigírsele a Obama acciones que trascienden sus capacidades y poderes, ni mucho menos responsabilizarle del estado actual de cosas en Cuba -sería caer en la misma retórica oficialista cubana- ni de que determinadas cosas no se hayan producido en la Isla tras el deshielo; sí es lícito y razonable esperar que la llegada de Obama a la Isla signifique algo más que un simple protocolo, visita planificada o foto oficial para portadas.

Si bien tampoco puede esperarse de ella un punto de inflexión en unas políticas internas -inmunes a todo tipo presiones y variaciones-, y aunque esta visita quizás no deje tras de sí más que uno u otro convenio, escenas históricas, arreglos en las calles, fachadas menos despintadas y un ambiente -nada insano, todo sea dicho- de esperanza, brío y cierto optimismo en el pueblo cubano, sí puede ser esta una ocasión idónea para para dinamitar la inercia, remover las quietudes y, sobre todo, para infundir en los ciudadanos cubanos la confianza en los cambios y en su poder para llevarlos a cabo y para contruir la historia y devenir de su nación, ante la constatable evidencia de que las posturas más férreas o las posiciones más firmes pueden modificarse y las barreras más altas son siempre franqueables.

(Imagen de Lared21)

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Marlén González

(La Habana, 1978) Lic. en Filología hispánica y Máster en Lexicografía. Ha sido profesora en la Universidad de La Habana e investigadora en la Universidad de Santiago de Compostela.


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Marlén González

(La Habana, 1978) Lic. en Filología hispánica y Máster en Lexicografía. Ha sido profesora en la Universidad de La Habana e investigadora en la Universidad de Santiago de Compostela.